'Cultura' es un término prestigioso. Hace referencia a todo tipo de actos, instituciones, ceremonias, tradiciones y costumbres. El filósofo Gustavo Bueno, durante la época que presentó su obra El mito de la cultura (1996, reeditado veinte años después), contó la anécdota de cuando asistió a una rueda de prensa en la que un alcalde asturiano gastó una cantidad excesiva de dinero para traer a una orquesta sinfónica extranjera a las fiestas de la ciudad. Ante el acoso de los periodistas que le preguntaban por los motivos de tamaño gasto, cuya cantidad Bueno nunca refirió, el alcalde zanjó la cuestión afirmando que "el concierto sinfónico que hemos escuchado es una de las más altas formas de cultura". Esto sirvió para amansar a los antes inquisitivos periodistas, pues ante ellos el gasto público había quedado justificado.
A través de los Estatutos de Autonomía, la norma institucional básica de cada comunidad autónoma y de las dos ciudades autónomas norteafricanas españolas, cada unidad regional administrativa de España puede gestionar, tras el reconocimiento del Tribunal Constitucional, la "identidad cultural" de cada comunidad autónoma. Se reconoce en ellos su denominación, su delimitación territorial, su organización y sede, sus competencias asumidas, los procedimientos de traspaso de servicios competenciales y, en algunos casos, los principios de su régimen lingüístico. Cabe, incluso, el reconocimiento en cada Estatuto de que una autonomía se identifique como "nación", "nacionalidad" o "patria", siguiendo lo dicho en el Artículo 2 de la Constitución Española, que de facto establece que España es una "nación de naciones". Y de ahí que cada Consejería de Cultura de cada Comunidad Autónoma, sobre la base restrictiva ya establecida por el Ministerio de Cultura y Deporte, pueda gestionar todo aquello que permita construir una suerte de identidad cultural regional o "nacional" que, debido a la estructura centrífuga de nuestro orden constitucional, en aparariencia, pero poco a poco, vaya alejándose del resto para negar cualquier noción de "cultura española".
17 identidades pagadas por los españoles
A fecha del 6 del 11 del año pasado, 2020, el Gobierno de "progreso" de Pedro Sánchez en coalición con Unidas Podemos destinó alrededor de 1.148 millones de euros para las políticas gestionadas por el Ministerio de Cultura y Deporte. Cada Dirección General tuvo su partida presupuestaria. En lo que nos toca en este escrito, señalar que se destinaron 57 millones de euros en la partida presupuestaria de la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura a escala nacional e internacional, incidiendo en temáticas de igualdad (género), digitalización y pluralismo lingüístico, esto es, las "identidades culturales" autonómicas que se centrifugan en España, mientras el Estado se empeña en presentarlo como "diversidad cultural", como si fuese una rara avis o algo de lo que sentirse orgulloso, cuando toda sociedad política es culturalmente diversa desde su gestación.
Si el sueldo de muchos españoles no dependiera de este tipo de partidas presupuestarias, no defenderían con ahínco tal construcción identitaria
Aunque el francés es el idioma administrativo de Francia, en esta nación política se hablan el doble de lenguas regionales que en España (ver mi libro El marxismo y la cuestión nacional española, 2017, página 204). Sin embargo, en España las lenguas regionales son interpretadas como parte de la "identidad cultural" de determinadas comunidades autónomas, y en algunos casos como contrapuesta a la lengua nacional y vehicular que iguala a todos los españoles, que es el español.
Hasta tal punto llega la locura de la idea mítica de cultura en cada Comunidad Autónoma que algunos en Asturias ya se están planteando oficializar el bable (mal llamado "asturiano") como idioma cooficial, sino propio, del Principado. En Extremadura, algunas entidades pretenden convertir el extremeño, una supuesta variante del astur-leonés, en idioma oficial. En Galicia, desde la Academia Gallega de la Lengua Portuguesa, se pretende acabar con el gallego, lengua popular, lusificándolo de tal manera que acabe absorbido por el portugués, destruyendo así una de las lenguas regionales más sonoramente bellas de España.
En Andalucía, algunos pretenden convertir un dialecto en idioma, siempre visto desde la centralidad sevillana sobre el resto de la región, construyendo una gramática artificial redactando Er Prinsipitoh al andalú, contando con el apoyo de personas como la senadora por Adelante Andalucía, Pilar González, que defiende públicamente, pagada por todos los españoles, que el andaluz sea considerado "idioma" y tenga su propia "gramática". Por su parte, antes de la pandemia del coronavirus, desde el PSOE se instigó la separación de León, Zamora y Salamanca en una nueva Comunidad Autónoma, la Leonesa, que obviamente, contaría con idioma oficial propio, el llionés. Y todo para generar una nueva "identidad cultural" centrífuga cuyo gastó estatal estaría justificado porque es cultura.
Parece ser que los lazos históricos entre generaciones de españoles durante más de cinco siglos no son suficientes para evitar que el mito de la cultura regional, y regionalista, esté más vivo que nunca, y que goce de grandes cantidades de presupuesto público con el que construir 17, 19 o 20 identidades culturales, si no más, que puedan tomarse como distintas entre sí, separadas (y separatistas), hasta el punto de diluirse en una cultura mayor, la "europea", supuestamente más "tolerante y abierta" que la, para ellos, insignificante y poco importante "cultura española". Si el sueldo de muchos españoles no dependiera de este tipo de partidas presupuestarias, en forma de subvención la mayoría de las veces, no defenderían con ahínco tal construcción identitaria, anterior y mucho más peligrosa para la nación política española, que las criticadas y motejadas de "postmodernismo" por algunos. La verdadera "trampa de la diversidad" se encuentra, por tanto, en el Artículo 2 de la Constitución Española, en el Título VIII que establece el reglamento de las competencias de las Comunidades Autónomas, y en la posibilidad de centrifugación, vía construcción identitaria de "culturas" de España en la idea de "Europa sublime".
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