Cultura

España no se vota: por qué la unidad es tan importante como la democracia

Deberíamos empezar a ser conscientes de que cuando podemos ser cualquier cosa que deseemos, tal vez terminemos no siendo nada

Hay que escuchar a Errejón. Sus ideas son los gases que terminarán llenando ese gran vacío llamado Pedro Sánchez. Al diputado de Sumar se le ve algo desquiciado desde que empezaron las protestas y manifestaciones contra la amnistía. Ni él ni nadie en la izquierda contaba con una reacción tan abundante e inmediata contra el gobierno. Sospecho que lo que más le preocupa es que el presidente del gobierno pueda sufrir un reflejo centrista por instinto de supervivencia. Así que eleva la temperatura de sus discursos para que sus ideas gaseosas ocupen el mayor espacio posible.

Entre otras cosas, Errejón acusa a la derecha de poner la nación por encima de la democracia. Según nos dice, España debería ser lo que decida la voluntad popular. Lo extraño es que su partido defiende, en ocasiones con franqueza y a veces con disimulo, el derecho de autodeterminación para Cataluña, lo cual supone de entrada que hay, al menos, dos voluntades populares: la catalana y la del resto. Es decir, que habría ya dos pueblos que formarán parte de un mismo arreglo estatal si así lo desean y mientras lo deseen (aunque en su planteamiento, para ser justos, sólo decide Cataluña; los demás nos quedamos en la sala de espera y ya nos dirán si es niño o niña). Así que la primera pregunta a Errejón sería: ¿qué voluntad? ¿Qué pueblo?

A pesar de la confusión con que se expresan, se puede deducir que la izquierda plurinacional de Errejón entiende que Cataluña es un pueblo (o nación, o nacionalidad) y que, por tanto, hay que reconocerle una voluntad y permitir que se exprese. Es decir: que su condición de pueblo es previa a la expresión de su voluntad. Es decir: la nación catalana es previa a su constitución como Estado, comunidad autónoma o lo que sea. Es decir: Errejón reconoce a Cataluña lo que niega a España. Es decir: algunas naciones están por encima de la democracia (Cataluña) y otras bien no existen o bien habrá que votar y ver qué sale (España).

Me temo que buena parte de la derecha piensa que la existencia de España se puede votar

Porque la otra opción es tomarnos en serio eso de que la voluntad popular está por encima de la nación. Esto significaría que hay tantos pueblos como voluntades se manifiesten. ¿Cómo se manifiestan? No está claro, tal vez valga un tío con un megáfono y un cajón de frutas. En cualquier caso, dado que ningún elemento cultural está por encima de la voluntad, podrán reclamarse como naciones las provincias, las ciudades, los barrios y hasta los colectivos (los gays, los negros, los ricos…). Situar el principio democrático por encima de la unidad de la nación conduce al absurdo.

Sin embargo, me temo que buena parte de la derecha piensa que la existencia de España se puede votar. En respuesta a los nacionalistas y a los plurinacionalistas como Errejón solemos decir que sobre el conjunto de España decidimos todos, de lo que se deduce que un referéndum de independencia sería legítimo si previamente los españoles lo hubiéramos autorizado con nuestro voto. Y este es el problema. Porque, en efecto: la nación no se vota.

¿Por qué nos cuesta tanto defender que la existencia de la nación no está sujeta al principio democrático? Hay otras cosas que no lo están: los derechos humanos, por ejemplo. En La república, Platón lo analiza todo salvo la unidad de la ciudad: da por hecho que es un bien; es más, las formas de gobierno que él considera perniciosas lo son porque conducen a la división y disolución de la polis. La propia Constitución Española del 78 -como todas las anteriores -da por hecho que España existe y se fundamenta en su unión indisoluble (artículo 2). ¿Cómo podría ser de otra manera? Por último: todos -sospecho que hasta Errejón -intuimos que romper una nación está mal.

Dice Gregorio Luri (En busca del tiempo en que vivimos, Deusto) que el ser humano es un “entrambos”. Existe la naturaleza “que nos sale al paso” (todo aquello que no es artificial) y la Naturaleza que comprende las leyes (y, por tanto, los límites) que explican a la primera. El hombre es una tercera naturaleza capaz de observar sus límites y cuestionarlos. Nada puede resistirse a nuestra voluntad, ni siquiera nuestra propia definición: “soy lo que digo que soy”. Aunque no sea estrictamente el tema de su libro, se puede aplicar su esquema a la comunidad política.

Deberíamos empezar a ser conscientes de que cuando podemos ser cualquier cosa que deseemos, tal vez terminemos no siendo nada. Esto debía de saberlo bien el Platón de La república, que escribe en paralelo una teoría del alma y una teoría de la ciudad. La integridad de la comunidad política es un bien que debe ser defendido en sí mismo, no como un resultado de la voluntad popular. Acabar con la unidad (ya sea mediante la secesión o mediante la confederación) es tan perverso, al menos, como acabar con la democracia. Deberíamos tener la prudencia y el sentido común suficientes para escuchar la intuición que nos dice que no se debe romper una comunidad política. Pare decir que no: que España no se vota. 

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