Cultura

España sigue viva en Nueva Orleans: mucho Carnaval, azulejos de Talavera y calle de los Borbones

Cuna de estilos musicales, la ciudad mantiene graves heridas producidas con el desastre del huracán Katrina

Sábado 27 de enero, 19:00… Una muchedumbre se agolpa en las aceras de Royal Street a su entrada en el turístico French Quarter. Algunas llevan horas esperando en sillas plegables. Se respira un entusiasmo contenido entre los que nunca han asistido al Mardi Gras y una complicidad efervescente entre los habituales, que en gran medida acuden ataviados adecuadamente: ya sea con elegantes ropajes confeccionados para la ocasión o con estrafalarias pelucas y diademas de todo a cien, aunque todos en púrpura, dorado y verde, inequívoca seña de identidad tricolor en estas fechas tan señaladas. También lucen engalanadas un buen número de casas y es evidente la ilusión y el compromiso de la ciudadanía con uno de los carnavales más especiales del planeta, también de los más famosos junto a los de Río y Venecia. 

¡Por fin! Un coche de policía anuncia la inminente llegada de la cabecera del desfile y la locura se dispara con el despliegue de la Krewe du Vieux, una reputada agrupación que destaca por su sátira mordaz. El lema de este año evidencia que vienen dispuestos a sacudir fuerte a la “ignorancia artificial” [sic] con una sucesión de carrozas, que no son ni las más grandes ni las más espectaculares, pero sí las que más leña reparten. Y la hay para todos: desde Trump hasta Biden, pasando por los medios de comunicación, Chat GPT, la alcaldía e incluso los conductores de la ciudad, probablemente los más irrespetuosos que puedas encontrar en EE.UU. Las diferencias son notables con la jovencísima Krewe Bohème que desfiló veinticuatro horas antes: los veteranos nunca llevan DJ’s porque pueden permitirse contratar a las mejores bandas de la ciudad, pero paradójicamente apenas bailan, quizá porque había demasiado señor —anglosajón y madurito— de clase acomodada. Todo lo contrario de lo acontecido el viernes, cuando quedó empíricamente demostrado que la diversión y el desenfreno iban de la mano de mujeres, afroamericanos y gays, con bailes coreografiados y un envidiable sentido del ritmo, aunque en muchas ocasiones fuera a golpe de DJ y chunda chunda.

El plato fuerte del Mardi Gras llega los días previos al miércoles de Ceniza y con el colofón del martes, claro está; pero en Nueva Orleans el carnaval arranca el día de Reyes y no se concentra en el barrio francés y alrededores, sino que se distribuye por toda la ciudad. De hecho dicen que los mejores desfiles son los que circulan por la periferia: zonas con calles más anchas que permiten un lucimiento mucho mayor, acorde al tamaño de las carrozas. Aun así, lo más genuino y espectacular es lo que rodea a los “indios”, que recogen la tradición más ancestral y la comparten en unos desfiles —no anunciados ni previa ni públicamente— en los que los “jefes” lucen unos sofísticados y espectaculares ropajes que confeccionan ellos mismos durante meses. 

La fortuna nos sonrió y pudimos disfrutar de su magia por la mañana en Tubafats Square, frente al museo Backstreet. Era el lugar escogido para el rodaje del próximo videoclip de Trombone Shorty, un laureado lugareño que ha sabido conjugar tradición con cierta vocación rompedora dentro del jazz. Allí estaban un puñado de “Indian Chiefs” junto a la New Breed Brass Band del trombonista y algunas personalidades de la ciudad. Por supuesto, no faltaron un buen número de entusiastas hiperventilados que dieron un delicioso toque friki al encuentro. Tras unas cuantas tomas —más o menos estáticas— cantando y bailando se conformó con todos ellos una “second line” que recorrió animadamente varias manzanas del barrio de Tremè. Nota para los no iniciados, es decir los que tampoco han disfrutado de la homónima e imprescindible serie de David Simon: se llama “second line” a la parte más auténtica de los desfiles, ésa que circula tras la banda principal y su comitiva, que resulta mucho más desinhibida en lo musical y en el baile, sin coreografías ni etiquetas. 

Azulejos de Talavera

Más allá de su presencia en murales a lo largo y ancho de esta ciudad, una estatua de Allison “Big Chief Tootie” Montana luce en el Armstrong Park, un amplio espacio verde ubicado junto a la Plaza del Congo, el lugar donde se reunían y bailaban los esclavos para esparcirse y no perder la conexión con su cultura ancestral. Allí también se puede disfrutar de monumentos dedicados a algunas de las figuras más relevantes de Nueva Orleans: Mahalia Jackson, Louis Armstrong y el reconocido como padre del jazz, Charles “Buddy” Bolden. Y me van a permitir un pequeño interludio de periodismo gonzo, porque fue al terminar de grabar un vídeo ante la estatua de éste cuando me interrumpió una mujer para preguntarme qué hacía. Cuando le expliqué que intentaba documentar todo lo bueno que musical y culturalmente encerraba la ciudad. Mi acento debió delatarme y me preguntó de dónde era y al decirle que de Madrid me dijo: “El gobierno de los españoles fue mucho mejor para los esclavos que el francés” y ante mi cara de curiosidad me explicó que la “coartación” había permitido que más de 2.000 esclavos hubieran obtenido la libertad. La clave residía en que el gobierno español permitía al esclavo fijar un precio de compra más asequible; al contrario de lo que ocurría durante la etapa francesa, en la que el propietario era el que exigía una cifra y que, obviamente, resultaba muy superior. Ella se presentó como Denise Augustine y resultó ser una de las muchas guías que recorren explicando la historia de Nueva Orleans, pero sospecho que pocas serán tan divertidas, porque poco después puso a bailar a sus turistas ante la estatua de una Brass Band en ese mismo parque. 

Lo cierto es que el legado español también es palpable al recorrer el popular barrio francés, donde es difícil no acabar tropezando con unos azulejos de cerámica de Talavera que recuerdan cuál era el nombre de esas calles: “Cuando Nueva Orleans era la capital de la provincia española de Luisiana, entre 1782 y 1803”... En realidad no supuso ninguna sorpresa comprobar que Royal Street era conocida como la Calle Real, pero sí lo fue descubrir que la marchosa Bourbon Street debía su nombre a los Borbones. ¡Ah! Y mención aparte merece la Plaza de España, así, tal cual, ¡con Ñ! Además dispone de un banco dedicado al escudo de cada provincia (en este caso la cerámica es de Castellón), como su análoga sevillana, pero parece una versión de Ali Express, porque carece de la exuberante belleza de la original y no ha aparecido en Star Wars. Además es probable que en Nueva Orleans en lugar de “mi arma” digan “my weapon”. Perdón por el chiste. Lo siento mucho. Me he equivocado, No volverá a ocurrir.

Desgraciadamente, para terminar, en Nueva Orleans todavía se palpa el desastre causado por el fatídico Katrina. Sí, han pasado ya casi 19 años, pero quedan demasiadas casas abandonadas o sin reacondicionar. Esto ocurre, obviamente, en los barrios menos favorecidos, los que no visitan los turistas. Al menos los convencionales, los que no tienen planeado peregrinar hasta la casa de Fats Domino para rendir tributo a una de las figuras más destacadas del rico patrimonio musical de la ciudad. Su barrio es perfecto para comprobar el perturbador efecto de ese desastre natural en la sociedad, que provocó la salida de cientos de miles de ciudadanos evacuados y con un alto porcentaje que no retornó en las zonas más pobres y castigadas. Entre los que volvieron hubo muchos a los que no les quedaba nada y por eso resulta aún más desgarrador comprobar la gran cantidad de personas que viven en tiendas de campaña desperdigados por la ciudad. La mayor colonia está ubicada bajo la autopista I-10, que surca Nueva Orleans a unos diez metros de altura y les proporciona un resguardo muy conveniente, incluso necesario para aquellos que sólo disponen de un saco de dormir. Y todo ello en una ciudad que no es precisamente republicana y en la que se repiten en muchos balcones mensajes en contra de Trump y su política. El más impactante lo encontré en una casa de Bourbon Street, coronada por dos muñecas de papel maché —que en realidad parecían hinchables— y con un cartel que rezaba “BE WOKE OR LEAVE”. Tomad nota.


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