Cultura

'Hispanoamérica', un documental para reconciliar al español con su pasado

La nueva película de José Luis López-Linares, director de 'España. La primera globalización' se estrena en cines el próximo 12 de abril

Antes de la primera proyección de Hispanoamérica. Canto de vida y esperanza, José Luis López-Linares afirmó que es «su mejor película». Quienes conozcan la fecunda trayectoria del director sabrán que es una afirmación arriesgada, sin duda, pero diría yo que verdadera. Hispanoamérica supera en belleza a España. La primera globalización y tiene una naturaleza como terapéutica: consigue reconciliar al español con su pasado, que ya no sería, como tantas veces se ha dicho, una hórrida sucesión de tropelías, sino una empresa noble en la que las sombras, presentes como en todas las historias, no alcanzan a eclipsar la luz.  

Todos conocemos el relato oficial, anglosajón, sobre Hispanoamérica: los españoles arriban a una arcadia feliz, extraen vorazmente sus recursos y subyugan a sus gentes. Tres siglos después, los oprimidos se levantan contra los opresores, los colonizados contra los colonizadores, y se liberan por fin de sus grilletes. Muchos sabemos también, en parte gracias al nuevo documental de López-Linares, que este relato es falso además de oficial. Los españoles no arrasaron un edén ni pavimentaron un infierno. Lo que hicieron, por el contrario, fue acometer una obra civilizatoria, quizá una de las más grandes de todos los tiempos. 

Empecemos por el principio. Prospera la idea optimista, fantasiosa, rousseauniana de que el contexto americano previo a la llegada de los españoles era esencialmente armónico. Yo sólo puedo aceptarla a condición de que aceptemos la brutalidad como una peculiar forma de armonía. Los pueblos precolombinos estaban, por un lado, enemistados entre sí y, por otro, entregados a prácticas más bien reprobables, como los sacrificios humanos. A su llegada los españoles no encontraron civilización, sino algo así como una barbarie institucionalizada. No encontraron armonía, sino caos; no había paz, sino conflicto. De hecho, tomaron América con la inestimable ayuda de los pueblos indígenas oprimidos por los grandes imperios. Tan ingrata era la situación de aquéllos que prefirieron al bueno por conocer antes que al bueno conocido. 

Desvelada la primera falsedad, podemos ocuparnos, con la ayuda de López-Linares, de la segunda, ésa según la cual los españoles expoliaron a los indígenas y la Corona española los subyugó. Este relato no resiste ni tan siquiera un contraste apresurado con la realidad. Los expertos que aparecen en la película coinciden: ni la España peninsular operaba como metrópoli ni América era una colonia. América era España, la nueva España, y uno sólo puede sentenciar que los americanos estaban oprimidos por la Corona a condición de que añada que los españoles peninsulares también lo estaban. Éstos no prevalecían sobre aquéllos; estaban sometidos a unas leyes esencialmente iguales y hermanados por una misma religión.

España no dominó América; España se derramó en ella. Suelen citarse los hospitales, las universidades, las iglesias, la música. El documental también habla, lógicamente, del mestizaje. Es probable que mis ancestros lejanos y los suyos, abnegado lector, coincidan con los de algún americano. A la unión espiritual la acompañó una unión carnal. No sólo se estableció un vínculo en la fe; también se estableció uno en la sangre. Los españoles civilizaron con la palabra y con el cuerpo. No sometieron a los americanos, sino que, de algún modo, por hiperbólico que parezca, se entregaron a ellos. 

Celebrar la propia historia es un estímulo inmejorable, diría que incluso indispensable, para seguir haciéndola por años sin término

El relato oficial considera la historia de España como brutalmente anómala. López-Linares nos enseña que es efectivamente peculiar, pero en un sentido muy distinto. Algunos de los historiadores que intervienen en su documental señalan algo relevante: uno sólo puede conocer España si conoce Hispanoamérica, donde hay un cachito de nosotros. Creo que no somos conscientes de cuán escandalosamente excepcional es esto. Para conocer Inglaterra no es menester visitar Nueva Delhi, igual que para conocer Bélgica no parece necesario desplazarse al Congo. Pero algo nos dice que el ser de España está incrustado en las paredes de Buenos Aires y de Lima, palpitando alegremente en los corazones de sus habitantes. Nuestros ancestros cimentaron una civilización; los de los británicos se procuraron una opulencia. Los españoles tenían una misión con los indígenas; los holandeses tenían una misión para ellos. La historia de España es anómala, sí, pero como todo lo luminoso en este mundo dramático. 

Hispanoamérica. Canto de vida y esperanza, que se estrena en cines el próximo 12 de abril, es una película relevante. No sólo porque nos reconcilie con nuestro pasado, sino por todo lo que reconciliarse con el pasado implica. Únicamente quien se percibe como heredero de un bien valioso puede sentir el ímpetu necesario para legárselo engrandecido a sus descendientes. Celebrar la propia historia es un estímulo inmejorable, diría que incluso indispensable, para seguir haciéndola por años sin término.

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