¿Quién no ha soñado en los últimos meses con ir a restaurantes, bares y conciertos y beber hasta perder el control y el conocimiento? ¿Quién no ha buscado sin encontrarlo un aliciente para cambiar su vida, dar el paso necesario que permita ponerlo todo patas arriba y, una vez allí, tener la lucidez suficiente para hacer balance y descubrir qué narices estaba pasando? El cineasta danés Thomas Vinterberg se atreve a esto y más en su película Otra ronda (Druk, el título en danés), una oda a la osadía que para muchos es un canto a la vida, a la amistad y la familia, mientras que para otros es solo una mirada agridulce bañada en alcohol. La película cuenta con dos nominaciones (mejor dirección y mejor película extranjera) en la próxima edición de los Oscar.
Vodka, champán, vino, whisky o cualquier otro licor. Un grupo de cuatro amigos, profesores todos del mismo instituto, deciden darse a la bebida para comprobar en su propia piel qué ocurriría si siguen las afirmaciones del psiquiatra Finn Skårderud, quien sostenía que el cuerpo vive con un déficit del 0'05% de alcohol y que, para alcanzar la plenitud, es necesario contrarrestar esta ausencia con la ingesta de bebida en las horas centrales del día. Como si se tratara de dignos herederos de Churchill, Roosvelt o Hemingway, este grupo de profesores decide poner en práctica esta teoría y observar cómo cambian sus vidas con la petaca en el bolsillo.
Otra ronda parece escrita por la generación beat y se centra en la vida de uno de estos profesores: Martin (Mads Mikkelsen), casado y padre de dos hijos, quien sufre una monotonía, una desgana y una tristeza casi crónicas, fruto probablemente de su crisis de mediana edad, un matrimonio que ha dejado de funcionar hace tiempo y un papel como progenitor de dos adolescentes que ha perdido protagonismo. Le queda la amistad y el alcohol. Sin embargo, lo que para él puede convertirse en una tabla de salvación, a otros les sumergirá aún más en sus penas.
Otra ronda: beber "como cosacos"
Thomas Vinternberg no es un cineasta desconocido para casi nadie, a pesar de su apellido danés. No es la primera vez que aspira a un Oscar, ya que su película La caza (2012) compitió por la estatuilla a mejor película extranjera después de haber pasado por el Festival de Cannes con grandes críticas. Sin embargo, más allá de los reconocimientos de la Academia de Hollywood, la gran contribución de Vinterberg al mundo del cine fue el movimiento Dogma 95, del que fue cofundador junto al director Lars von Trier. Bajo aquellas premisas, basadas en el trabajo tradicional, la ausencia de efectos especiales y el protagonismo de la historia, el danés dirigió Celebración (1998), la que probablemente es su película más icónica.
Lo más celebrado de esta película es la ausencia de la moralina que poseen otras películas que abordan un asunto tan serio como es el alcohol, en el límite de la enfermedad, del exceso y del descontrol. Vinterberg hace de esto una virtud y se despoja de cualquier atisbo de timidez
Como es habitual en su cine, lo más celebrado de esta película es la ausencia de la moralina que poseen otras películas que abordan un asunto tan serio como es el alcohol, en el límite de la enfermedad, del exceso y del descontrol. Vinterberg hace de esto una virtud y se despoja de cualquier atisbo de timidez. Al igual que sus protagonistas, él también es valiente y osado, y logra sorprender con la benevolencia con la que aborda un tema que, según se advierte en la película, es un problema nacional. "En este país todos beben como cosacos", afirma uno de los personajes.
Tal y como ocurrió en La caza, Otra ronda cuenta con un equipo ganador: el que forman el actor Mads Mikkelsen y Vinterberg. Además, el realizador vuelve a contar con algunos de sus habituales, como es el caso de Lars Ranthe y Magnus Millang (La comuna, 2016) o Thomas Bo Larsen (Celebración, 1998).
Su puesta de largo en el Festival de San Sebastián -herencia de la selección oficial del Festival de Cannes, que no se celebró a causa de la covid-19- compitió en brillo con la georgiana Beginning, que finalmente se llevó la Concha de Oro. Sin embargo, mientras que aquella fue recibida por la prensa con opiniones más viscerales e incluso opuestas, hubo cierta unanimidad en destacar la grandeza de Otra ronda.
Otra ronda es divertida, es entrañable, es loca -exactamente, la locura que todos necesitamos a estas alturas de la pandemia-, es hedonista y es despreocupada. El objetivo es buscar la catarsis de sus personajes casi a cualquier precio y resulta que el alcohol se convierte en una melodía constante de principio a fin en una coreografía de actuaciones que tienen su punto álgido al final de esta película, en una de las secuencias finales más memorables del cine más reciente. Este es, sin duda, el motivo más contundente para volver a los cines, si uno aún no lo ha hecho.
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