Ya no son solo los eurofans: más allá de bares, oficinas y redes sociales, las polémicas sobre Eurovisión han entrado en las páginas de política. Los más interesados han sido los líderes de izquierda, empezando por la ministra de Igualdad y siguiendo por el nacionalista Gabriel Rufián, el BNG y Galicia en Común (además de los sindicatos de RTVE). La pregunta incómoda aparece en cada conversación: ¿no les pagamos para que hablen de cosas más serias como el desempleo, la factura de la luz y el futuro de las pensiones? Parece que prefieran centrarse en debates más sencillos de manejar, en opinión de este cronista de Vozpópuli.
“Eurovisión siempre ha sido política: recordemos la victoria de Ucrania en 2016”, explica Iago Moreno, joven experto en comunicación y redes sociales, licenciado en Cambridge y cercano a la izquierda. “Creo que lo que están señalando Comisiones Obreras y Antón Gómez-Reino (Galicia en Común) no se debe exclusivamente al cálculo político. El Benidorm Fest está organizado con dinero público, implica a medios públicos como TVE, y cualquier indicio de irregularidad es asunto de todos. Especialmente cuando el resultado -la victoria de la diva pop Chanel-, coincide con los intereses de una parte de la industria, que puede ejercer presiones muy cuestionables sobre el proceso de decisión”, lamenta.
Aparte de eso, admite que “hay fuerzas sociales progresistas que se han querido ver reflejadas en el furor en torno a Rigoberta Bandini y han querido hacer bandera de esa moda como signo de transformación. Por otro lado, de manera más honesta en mi opinión, hay un clamor en torno a Tanxugueiras por romper con el apartheid cultural de los contenidos en lenguas cooficiales, pero también el folclore y la música innovadora con raíces tradicionales. Esto no ocurre solo en Galicia, sino también en otras partes del país como Asturias, donde el ejemplo de Rodrigo Cuevas me parece claro y pertinente”, apunta.
Cuevas también fue objeto de controversia por una actuación en Dubai para promocionar España. “En realidad, podríamos poner muchos ejemplos: me vienen a la cabeza artistas jóvenes como Chill Mafia, que mezclan al reguetonero Tego Calderón con el icono del folk vasco Mikel Laboa, o artistas modernos valencianos que hacen música de hoy sin dar la espalda al folk de la terreta”, resume.
Eurovisión y el consumo moralista
Dicho esto, Moreno reconoce que la polarización política española influye mucho en este debate. “Vivimos tiempos hiperpolíticos. En los años noventa hablar de política se consideraba mal gusto y soez y se reservaban esas conversaciones para el ámbito más íntimo. Ahora eso ha cambiado. Estamos en lo que el politólogo Antön Jagger ha llamado la era de la hiperpolítica. Es una época donde la política parece comérselo todo pero vive sumergida en convulsiones superficiales y polémicas pasajeras que nunca nos sacan del encalladero. La semana en que estamos decidiendo sobre la Reforma Laboral estamos discutiendo sobre un programa de televisión con tanto fervor como si nos fuese la vida en ello. Y eso no es una mera ‘distracción calculada’ sino el síntoma de una sociedad bombardeada por un mercado de la atención con cada vez más resonancia y una democracia cada vez más impotente. Tras el derrumbe de sindicatos, iglesias y asociaciones de vecinos lo único que nos queda muchas veces como forma de participación es el deshaogo digital y el partisanismo mediático ”, concluye.
Lo peor es que estos proceso moralizantes terminan con todo el carácter ligero, petardo y divertido de algo tan disfrutable como Eurovisión", lamenta Pedro Herrero
Pedro Herrero, asesor de partidos de centro-derecha, además de codirector del podcast Extremo centro, nos atiende camino del Senado. “Sobre la locura que es la toma de decisiones internas de los políticos se podría hablar muchísimo, pero vamos a centrarnos en los que nos ocupa. Todo esto se enmascara dentro del proceso contemporáneo de moralización del consumo. El consumo ha pasado de ser algo neutro en lo moral a adoptar la postura -en sintonía con las clases dominantes- de que cualquier cosa puede ser objeto de una lectura moral, desde el sándwich que te tomas hasta el coche que conduces, pasando por un festival de la canción. Todo forma parte ya de la órbita ampliada de comportamientos que va a observar la comunidad. No solo eso sino que cada uno pasamos a ser un agente activo en la moralización de nuestro propio consumo”, denuncia.
¿Nos podría poner un ejemplo? “Pienso en las personas que están en contra de la sexualización de las divas pop pero se muestran a favor del twerking, que es el baile moderno que más sexualiza el culo de la mujer. Eso es una incongruencia absoluta. ¿Cómo cose un activista de clase dominante esos dos elementos? Sencillamente dicen que su sexualización es diferente porque ellos lo hacen de manera consciente. Los políticos ven esto en redes y no se dan cuenta que son comportamientos neuróticos de grupos sociales minoritarios, totalmente irrelevantes para la población general. Observan en redes que la conversación va por ahí y sienten la necesidad de tirarse en plancha”, lamenta.
Herrero se opone a esta deriva cultural no solo como asesor, sino también como eurofan tuitero. “Lo peor es que estos procesos moralizantes terminan con todo el carácter ligero, petardo y divertido de algo tan disfrutable como Eurovisión. Yo llevo años consumiendo el festival vía Twitter, que es una manera específica de consumirlo. Me meto en esa red para criticar la ropa y las canciones de manera frívola, sin segundas ni terceras lecturas. No entiendo que los políticos se pongan a moralizar. Es una dinámica destructiva y contraindicada para pasarlo bien con Eurovisión”, remata
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