En el año 1598 fallece Felipe II en El Escorial tras una larga agonía provocada por un sinfín de enfermedades que obligaron al monarca a estar recluido en su cama durante los últimos meses de su vida. Según relata el testigo ocular Fray de Sigüenza, en sus últimos 53 días “no le era posible menearse, ni revolverse de la cama. Era forzoso estar de espaldas de noche y de día”. De esta forma, el testigo del Imperio Hispánico pasó a las manos del primogénito del recién fallecido “emperador sin corona”, Felipe III.
El reto de mantener los territorios forjados por sus antecesores fue de elevada exigencia para el nuevo rey de apenas veinte años. El historiador Alberto Rodríguez advierte que “tan difícil es expandir los territorios, como conservarlos”. La situación de desgaste económico y militar que atravesaba el Imperio obligó a Felipe III a seguir una política de pacificación, que no de pacifismo, pues era una “estrategia pragmática política”.
Reducir el mandato de Felipe III a sus planes de concordia en Europa podría eclipsar sus decisiones de enviar un ejército a Kinsale (1602) para socorrer a los irlandeses católicos contra Inglaterra o las campañas de Ambrosio Spínola en Frisia contra los rebeldes neerlandeses (1604-1609). A pesar de ello, la paz buscada por el monarca tuvo como principal objetivo la satisfacción de los súbditos de sus reinos.
“Una política de pacificación, que no de pacifismo”
Pax Hispánica: Edad de oro de la diplomacia
El autor de El arte de la prudencia: La Tregua en la Europa de los Pacificadores, Bernardo J. García, asegura que el reinado de Felipe III lo marcaron sus ánimos “por alcanzar acuerdos primando la política a la religión” con el objetivo de reducir los “esfuerzos bélicos para sanear las finanzas de la monarquía y presentar una imagen más conciliadora” con sus vasallos, sobre todo los situados en las 17 provincias de los Países Bajos.
Para “ganar los corazones de sus súbditos”, España trató de marginar políticamente a la recién creada República holandesa estableciendo la paz con el rey Enrique IV de Francia. Este primer tratado será conocido como la Paz de Vervins (1598) donde España no intervendrá más en las guerras confesionales francesas a cambio de estabilizar la situación en el norte de Italia por donde transcurría el “Camino español” hacia Flandes.
A la muerte de Isabel I, el gobierno de Felipe III aprovechó para sellar la paz de Londres (1604) con el sucesor Jacobo I suponiendo el cese de hostilidades entre dos potencias que aún mantenían en el recuerdo sucesos como la mal llamada “Armada Invencible” (1588) o la “Contra Armada de Drake” (1589). La conclusión de esta contienda naval permitirá una mayor fluidez entre España y los Países Bajos.
Los dos acuerdos previos allanaron el camino para cerrar el último frente bélico abierto en el Imperio, el mantenido con las Provincias Unidas. En este enclave Felipe II optó por nombrar a su hija Isabel Clara Eugenia y al archiduque Alberto de Austria como “soberanos propios” para mimetizarse con los naturales de la zona. Cuando los nuevos gobernadores arriban a Bruselas denuncian “la situación de miseria en la que viven sus vasallos que querían volver a ser prósperos como antes (en palabras de Alberto Rodríguez para “Trincheras Ocultas”) y ansiaban la paz” con sus hermanos del norte.
La idea de concentrar recursos económicos y desatascar las situaciones para doblegar en un futuro a la República holandesa marcaron “La Tregua de los Doce Años”, de 1609 a 1621. La denominada por el catedrático Bernardo García como “guerra fría” entre ambas potencias no benefició -sobre el papel- a los soldados de los Tercios que veían interrumpidas sus carreras militares. Por el otro lado, Felipe III utilizó esta estrategia política para frenar la hemorragia en el avispero del Imperio. Según investigadores como José Javier Esparza, estas provincias fueron “el Vietnam español”.
También hubo otras conciliaciones realizadas por el gobierno español como la establecida con el Imperio otomano en 1606, la paz de Zsitsva-Torok; o las firmadas en Knäred (1613) y Stolbovo (1617) para mantener la estabilidad en el Báltico ante el empuje de potencias emergentes como Suecia y el Imperio ruso. Incluso esta política de pacifismo fue impulsada por el Imperio español en territorios italianos debido a líos dinásticos o con el papado.
Lerma y los validos
La decisión de los Austrias menores de apoyarse en los denominados “validos” para la gobernanza del Imperio ha sido objeto de críticas, a pesar de ser una práctica seguida por otras monarquías occidentales. Felipe III escogió para desempeñar dicho puesto al duque de Lerma. En opinión de Alberto Rodríguez “cuando llega Lerma adquiere una influencia en la corte de Madrid que le granjeara enemigos por ganarse el favor del rey”.
La pregunta que los historiadores tratan de resolver es si Felipe III fue una marioneta del duque de Lerma, o viceversa. Para ampliar información en este debate existe la obra de Paul Allen, Felipe III y la Pax Hispánica, quien defiende el protagonismo del monarca en la toma de decisiones imperiales; o el trabajo de Jonathan Israel, La República Holandesa y el mundo hispánico, quien otorga una mayor autoría al duque de Lerma en la resolución de los dilemas monárquicos.
Pérdida de territorios
¿La historia ha sido justa con Felipe III? Alberto Rodríguez asegura que a pesar de no haber seguido la “política expansionista de sus antecesores Carlos I y Felipe II”, conviene no olvidar el gran esfuerzo de este monarca por mantener sus territorios. Las pérdidas territoriales “sucedieron de manera discontinua y tardía”. Cabe recordar que los Países Bajos católicos permanecieron leales a España hasta 1714, lo que lleva a historiadores como Eduardo de Mesa a realizar declaraciones categóricas como: “Flandes se pierde en una guerra de sucesión”. La reinterpretación de la historia por parte de los Borbones no explicó el tremendo reto de la conservación del Imperio universal hispánico al que se enfrentaron los Austrias menores.
En definitiva, en un mundo actual donde la diplomacia se estima como el arte fundamental de los países para evitar las guerras, se debe poner en valor el período conocido como “la época dorada de la diplomacia europea” situando a España como la potencia clave para la pacificación de la Europa del siglo XVII. El momento en el que el rey español Felipe III antepuso la política a la religión para la paz y prosperidad de sus reinos.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación