Cultura

Feminismo y aborto: notas para un debate silenciado

Se minimizan y soslayan las consecuencias que tienen los anticonceptivos, la píldora del día después y el aborto

¿Qué es ser feminista? Tradicionalmente se ha entendido que consistía en algo tan sencillo como equiparar ambos sexos en derechos y libertades. En un sentido estrictamente jurídico este objetivo ya se ha alcanzado, aunque bien sabemos que la ley por sí misma no cambia una serie de inercias de hondo calado histórico y cultural.

Por este motivo el movimiento feminista no sólo no se agota: cada vez se comprende en un sentido más amplio, de forma que “feminista” acaba siendo cualquier persona que crea en la dignidad esencial de la mujer. Dentro de este amplio rango de comprensión del término puedo decirles, sin incomodidad ni rubor, que soy feminista. También estoy en contra del aborto, y una de mis motivaciones -si no bien la principal- es precisamente ese feminismo entendido de forma amplia en el que creo.

El feminismo como defensa concreta de la dignidad de la mujer tiene sentido en la medida en que entendemos que el género humano adopta dos formas distintas: hombre y mujer. El ámbito donde más evidentes resultan las mencionadas diferencias -pese a los intentos denodados y constantes de algunos por insistir en lo contrario- es el sexual y reproductivo. No es de extrañar entonces que se haya elegido éste como uno de los campos de batalla de la lucha feminista.

Desde los principios de la historia del feminismo se ha defendido -acertadamente- que las mujeres no somos menos aptas que los hombres para la mayoría de ocupaciones sólo por ser quienes albergamos la vida humana desde su concepción. Esta reivindicación es tan antigua como Platón, quien ya en su República consideraba un desperdicio absurdo descartar a la mitad de la población de participar en las labores de gobierno sólo por ser mujeres.

Feminismo y naturaleza

El problema del feminismo es que ha querido resolver lo femenino por antonomasia -la capacidad para albergar y gestar una nueva vida en su interior- de tres formas equivocadas: ignorándolo, denostándolo o tratando de dominarlo. Y ya conocemos el dicho: Dios perdona siempre. El hombre, a veces. La naturaleza, nunca.

Se nos han querido convencer de que podíamos dominar algo tan delicado como los embarazos, la anticoncepción y el aborto

El primer y segundo error lo estamos pagando todas las que hemos nacido en los años 80 en adelante, pues sabemos de sobra -nosotras y nuestras parejas- que la conciliación laboral es un mito, y que ser padres en el siglo XXI se ha convertido en un deporte de alto riesgo. Este asunto está sobre la mesa desde hace tiempo, por eso prefiero centrarme en la tercera forma que ha tenido el feminismo de abordar el embarazo: tratar de controlarlo.

Intentar dominar la naturaleza es algo que, por paradójico y redundante que resulte, va en la propia naturaleza del ser humano. Los animales se adaptan al medio, nosotros lo adaptamos. En la medida en que lo logramos nos desarrollamos como propiamente humanos, y dejamos atrás el ser una especie animal más a la que le basta con satisfacer sus necesidades biológicas. Si está usted pudiendo leerme es porque hemos domado en buena parte a la naturaleza. El mismo motivo por el cual no se encuentra usted cazando o recolectando bayas para cenar esta noche. En suma, tratar de dominar la naturaleza no sólo nos viene de fábrica: es algo positivo.

Los problemas llegan cuando olvidamos que a la naturaleza nunca la controlamos del todo. Pactamos con ella y el sentido común nos ha recordado siempre que concedíamos -o sacrificábamos- algunas cosas a cambio. Usted no ha tenido que salir a cazar esta mañana, ni cenará cuatro míseras bayas que haya recolectado a lo largo de la tarde. En contrapartida, usted lleva una vida sedentaria, y quizá al acabar esta columna leerá algo que le indique cómo perder los kilos de más que arrastra desde Navidad y que no son buenos para su salud.

Pastoreo del rebaño

Con el embarazo, la anticoncepción y el aborto ocurre que nos han querido convencer de que no había pacto con la naturaleza. Que podríamos dominar algo tan delicado y vital como la reproducción de una especie sin tener que pagar ningún peaje, y es aquí donde la feminista que llevo dentro salta como un resorte. Desde los comienzos de la historia de los derechos humanos se han defendido estos apelando a la mayoría de edad -expresión kantiana- de las personas. Se entendía que los ciudadanos tenían dignidad y criterio suficiente como para gobernarse a sí mismos y, en consecuencia, elegir a quienes les gobernaran.

El ministerio de Igualdad y el de Educación promulgan leyes por doquier: al rebaño se le dirige con propaganda adanista

Si partimos de esa premisa, las mujeres también somos mayores de edad y, sin embargo, sistemáticamente se obvian las consecuencias que tienen los anticonceptivos, la píldora del día después o el aborto. No sólo eso: una cantidad considerable de personas ignora el funcionamiento básico de la fertilidad y de los ciclos hormonales femeninos, más allá de calcular -día arriba, día abajo- cuándo se menstrúa. Al margen de lo que decida hacer cada mujer con su vida sexual y reproductiva, ¿les parece feminista promover una serie de prácticas, al tiempo que se soslayan o minimizan las consecuencias que tienen? A mí no. Quizá es que el tipo de feminismo que yo me planteo es un poco exigente, pues creo profundamente en la capacidad que puede tener una mujer adulta para decidir por sí misma si ha sido debidamente informada y formada.

Lo que no creo -y ahí está una de las claves del asunto- es que la educación en España esté orientada a formar a nadie. Ni siquiera se centra en impartir contenidos que antes se consideraban fundamentales, y que son mucho más básicos que los temas que planteo. Nos es de extrañar entonces que, tanto el ministerio de Igualdad como el de Educación, estén promulgando leyes por doquier. Al rebaño se le dirige, entre otras cosas, con propaganda adanista. Propaganda en las instituciones educativas, y pastoreo del ganado a través de protocolos sanitarios diseñados para negarle a la paciente de forma más o menos solapada algo tan básico como la información completa y exhaustiva sobre qué está haciendo con su cuerpo y qué consecuencias -aunque sean sólo las físicas- implica.

En una sociedad en la que se ha puesto de moda hablar de violencia obstétrica o sobre la conveniencia de conceder la baja laboral por menstruaciones fuertes, el silencio absoluto respecto de una serie de temas resulta, cuando menos, sorprendente. Y, por supuesto, muy poco feminista.

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