La Feria del Libro de Madrid genera titulares sobre colas de lectores, volumen de ingresos y firmas más demandadas. El problema reside en que lo más interesante que ofrecen las casetas del Retiro son sus secretos pequeños, esas novedades ignotas que no conoce el noventa por ciento del público, pero que pueden provocar más placer que el 'bestseller' de obligada lectura de cada temporada. ¿Qué ejemplo podemos poner para ilustrarlo? Yo diría que El zascandil, del escritor y acordeonista Pedro Lópeh, que publica la pequeña-pero-matona editorial Delirio, radicada en Salamanca.
El autor, además, ha animado la promoción en redes, inventándose polémicas con primeras figuras culturales, por ejemplo Arturo Pérez Reverte. “Dice don Arturo Alatriste que El zascandil le ha decepcionado porque se lo vendieron como nueva prosa picaresca y no es más que un ‘panfleto ácrata escrito por un palurdo de pueblo, faltón y tinajero’. ¡Tinajero! Esa me la apunto. Viniendo de usted, todo insulto es un halago. ¡A mí, por lo menos, no me han denunciado por plagio!” Si este post no es 'nueva prosa picaresca', que baje el Lazarillo de Tormes y lo desmienta.
La acción transcurre en un territorio muy especial, que marca la trama y el carácter del protagonista. “La Siberia (extremeña) es una comarca agresete, atrincherada de forma natural por el Guadiana, el Zújar y otros ríos menores, con un mar de dehesas del que no cabría sacar ningún botín de guerra y con cuatro puebluchos sin gente. Todo lo que tenía que suceder, sucedía más tarde en la Siberia. En esa geografía bruta y misérrima se escondían aún los maquis y no era de extrañar que los (guardias) civiles en sus batidas tuvieran que sacarlos con perros entre las jaras y los chaparros, como a los jabalíes en las monterías”, recuerda el texto que recomendamos en Vozpópuli.
Episodios como este no pueden sino fomentar una infinita desconfianza hacia todo lo que venga de la capital, sean hombres uniformados o domingueros exigiendo cobertura en mitad de un sembrado. "Romulado llegó a creer que la gente se había vuelto gilipollas de contado y lo asoció a la cobertura a esas ondas que segaban el buen juicio de los forasteros que pasaban mucho tiempo expuestos a ellas. Por eso no dudó en meterle fuego a la antena para móviles que habían colocado no hace mucho en la sierra del pantano", explica un pasaje.
Feria del libro rural
En realidad, El zascandil ni es ni pretende ser ‘nueva prosa picaresca’, sino las crónicas de un joven de pueblo incómodo como la sociedad de consumo y encantado con salvar lo que pueda de la vieja vida comunitaria de los pueblos de España (la que quede en el suyo). Estamos justo ante uno de los debates calientes de la literatura española moderna, desde Miguel Delibes hasta Ana Iris Simón, pasando por Julio Llamazares. ¿Qué aporta el libro del Lópeh a esta tradición? Ritmo, memoria y humor, además de algún capítulo de picaresca también. “Cuánta miseria no habría en nuestra tierra para que ser más listo que el hambre fuera una condición estrictamente literal de supervivencia”, comparte.
A comienzos del siglo XX el campesinado está muerto como tribu, como pueblo indígena", lamenta
Sigo con un destripe, que es como debemos llamar a partir de ahora a lo que solemos denominar ’spoiler’ (la palabra destripe es sugerencia de la escritora Mercedes Cebrián). Seguramente el lector se enamore de la trama muy temprano, a la altura de la historia sobre el general nacional Vega de Asís, especialmente tacaño y desalmado, pero incapaz de ganar para el franquismo su pequeño pueblo extremeño, ni siquiera con ayuda de la aviación alemana. “Desde Madrid mandaron investigar los entresijos de aquella resistencia heroica y, a falta de explicación más plausible, no se les ocurrió otra cosa más que pensar que el general era un infiltrado bolchevique de tomo y lomo”. El problema, como se cuenta todavía en los bares del pueblo, es que de Asís negaba a bombardear los edificios de su propiedad, que era donde -conociendo su carácter- se resguardaban todos los resistentes republicanos. Terminaron por fusilarle por orden de Madrid, emitida por sus superiores. “El infeliz se marchó contento por subir al cielo con siete balas más que las que tenía al comenzar la guerra, y bien asidas las siete”, escribe con el autor, con su personal estilo cáustico.
El texto tiene otro hilo totalmente tronchante en el que una profesora de inglés se enfrenta a un grupo de escolares extremeños, perpetuamente decepcionados por la carencias de esa lengua para describir la realidad de su entorno. ¿Cómo es posible que los ingleses no tengan palabras específicas para “corzo” ni para “gorriato” ni para distinguir entre “churras” y “merinas”? Queda claro que el inglés es un idioma insuficiente para niños acostumbrados a merendar “morcilla”, “lomo en pringue” y “rebanadas de cachuela”. No sirve ni siquiera para describir los trabajos de sus padres en paro, sean estos “jornalero”, “banderillero” o “zahorí”. Vaya estafa.
Medalla de plata alcohólica
Por la parte más profunda, hay reflexiones históricas inquietantes, que pueden descolocar a más de uno. “A comienzos del siglo XX el campesinado está muerto como tribu, como pueblo indígena, porque ninguna sociedad es capaz de aguantar los embates del capitalismo ni aunque lleve cinco mil años en el sitio. Tiene huevos que hasta el feudalismo fuese más habitable: tú allí pagabas tus cosas al rey, tus diezmos al clero y luego ya administrabas tu miseria como más o menos podías. Los pueblos y los campos conservaban leyes para la supervivencia colectiva. Desde la propiedad comunal de las tierras hasta el derecho de paso sobre las grandes propiedades, de leña, de pesca, de lo que fuera necesario para no morirse de hambre”, recuerda Lópeh.
El ritmo del texto se alimenta del contraste entre debates sociales y contrapuntos populares, basados en la idiosincrasia de sus paisanos. “Un día vinieron los de la televisión regional al pueblo, a eso de las diez de la mañana. Resulta que, según estadísticas del gobierno, éramos la segunda localidad de Extremadura que más alcohol consumía por habitante. Aquello olía un poco a pucherazo porque yo he estado en el pueblo de los que quedaron primeros y son un poco gaznápiros”, suelta el protagonista, con el orgullo un poco herido. No destripamos más chistes, pero sí algún aforismo glorioso, por ejemplo este: “Un error habitual que comete la gente es pensar que los borrachos son tontos. Justillo no se lo toma como una ofensa, sino como una oportunidad”.
También aparece en el libro la tentadora urbe, que te hace más consciente de tu posición el mundo, ya desde las excursiones escolares. El itinerario va así: primero la Ciudad Deportiva Del Real Madrid, luego el Museo de Cera y “después comes en algún parque céntrico, a donde vas dando un tranquilo paseo que aprovechas para poner a prueba las papeleras de Madrid, las farolas, los bancos, los setos…Llega un momento en que te cruzas con un vagabundo. Joder. Te deja aturdido. Si de algo sirve la excursión es para darte cuenta de que en el pueblo todo el mundo es rico, no como en Madrid”, sentencia Lópeh. Estamos ante una novela de pensador de campo, para quienes disfruten del Pasolini más populachero y del John Berger de Puerca Tierra. Precisamente el texto se cierra con una cita de Pasolini: "Soy una fuerza del pasado. Solo en la tradición está mi amor".
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