Cultura

Ochenta aniversario, hostilidades colombianas y el color del dinero

Mediodía de sábado en El Retiro, una estampa idílica con sol radiante. El único obstáculo son las largas colas, que intimidan a primera vista, pero luego no son para tanto.

Mediodía de sábado en El Retiro, una estampa idílica con sol radiante. El único obstáculo son las largas colas, que intimidan a primera vista, pero luego no son para tanto. A mí me toca pillarla casi en el exterior a las 11:20, pero a las 12:15 ya estoy dentro. Es una hora de espera bastante agradable, si has venido acompañado por La muerte del hipster (Penguin), el nuevo libro de Daniel Gascón, donde el protagonista de la saga se enfrenta, ya como alcalde de una aldea aragonesa, al reto de la pandemia y a las veleidades secesionistas de una de sus pedanías. Hablamos de un texto corto, afilado y actual, que arranca carcajadas cada diez páginas (raro será que no les guste, a menos que sean ‘indepes’). Aparte de las colas, tenemos el misterio incomprensible de que los músicos callejeros del parque -sean de saxo, tecladito o acordeón- parecen convencidos de que la única melodía que puede interesar a los visitantes es “My way”. Qué menos que un chotis de vez en cuando, un Sabina o un Silvio Rodríguez, que toca Feria del Libro y se agradece la poesía.

La cola puede hacerse pesada, pero también es fuente de información. Me toca justo detrás de una joven familia de colombianos, evidentemente de clase alta, con dos niñas pelirrojas. Hablan indistintamente en español y en inglés, pero no la variedad popular que mezcla ambos idiomas, sino la finolis que los mantiene separados y con dicción impecable. Por si quedan dudas, una de las niñas se llama Cayetana. Estamos en zona de renta alta y se nota en los asistentes, la mayoría elegantes en su ropa de verano y deseando gastar dinero (mezclados con pobretones a los que nos gusta leer). “Este año se está ingresando más que en las últimas ediciones”, me confiesa una encargada de promoción que echa una mano en la caseta de su editorial. Justo a la puerta de la Feria, en la unidad móvil de RTVE, Luis Alberto de Cuenca espera a ser entrevistado, mientras por los altavoces atruenan sevillanas.

La entrada VIP está muy animada: lo primero que vemos es al periodista cultural Carlos del Amor departiendo. ¿Quién es ese otro de espaldas? Parece Diego “El Cigala”, con su frondosa melena azabache, pero un giro de cabeza nos descubre que se trata de Manuel Jabois (sería noticia ver al Cigala por aquí, me traicionan las ganas de leer su autobiografía). La lista de escritores firmantes de esta mañana es de relumbrón, encabezados por Fernando Aramburu, Elvira Lindo, Sara Mesa, Lorenzo Silva, María Dueñas, Luis Landero y el mencionado Jabois. El primer autor al que saludo es Alfonso J. Ussía, contento porque Vozpópuli haya escogido su Vatio para inaugurar la sección “Novela de la semana”. “Tío, gracias, ayer llegó a mucha gente. Ahora me pillas un poco frío por el trago de compartir espacio con tantos primeros espadas. La verdad es que he repartido algunos billetes de veinte euros entre primos y amigos por si no se acerca nadie no marcharme sin firmar”, explica, no sabemos si en broma o en serio. Al volver a casa le pregunto qué tal le ha ido y resulta que despachó 36 ejemplares. No está nada mal para tres horas sentado. Señal de lo buena que es la novela y de que el dinero corre por aquí más de lo esperado.

Mientras se desarrolla la feria, la RAE ha protestado por el trato del gobierno de Daniel Ortega al escritor Sergio Ramírez

También se ve atareados a prestigiosos artesanos de la novela negra como Toni Hill (El oscuro adiós de Teresa Lanza) y hasta a periodistas culturales como Bruno Galindo (Toma de tierra) y Lucía Lijtmaer (Ofendiditos). Quien se lleva la palma, sin duda, es Javier Sierra, bestseller de largo alcance que ganó el Planeta en 2017. Llega a convocar a unos doscientos lectores (me cuentan) que esperan su rúbrica bajo un sol cada vez más bestia. El ambiente general es muy alegre, de reencuentro y esperanza tras muchos meses atenazados por el coronavirus, y abundan los malentendidos entre si hay que dar el codo, el puño o la mano, pero todos felices de equivocarnos en persona, en vez de a través de Zoom.

Conflictos colombianos

Este año la acción, el debate y la polémica están con el país invitado: la cada vez más agitada Colombia. No vamos a entrar aquí en la amplitud social de las protestas contra Duque, ni en las denuncias de represión estatal, que para eso están las secciones de Internacional. Toda América Latina está convulsa, con distintos grados de intensidad y violencia: por ejemplo, mientras escribo estás líneas la RAE protesta por las medidas tomadas por el gobierno de Daniel Ortega contra el escritor Sergio Ramírez, que recibe cientos de mensajes de solidaridad.

Dicho esto, Colombia parece embarcada en una estrategia de blanqueamiento cultural especialmente desastrosa, exhibida con creces en esta feria, después de que el embajador en España proclamase que se había "tratado de traer cosas neutras". Todos los gobiernos, desde el principio de los tiempos, incluyen en sus actos a los artistas que les son más favorables, pero tienen la inteligencia de no anunciar ese criterio para así evitar problemas. Es como si nuestro ministro Iceta dijese que sus famosas subvenciones de diez mil euros para “crecimiento personal” estarían destinadas a escritores que no hayan hecho nunca un cuestionamiento de políticas gubernamentales. Un poco de disimulo nunca está de más.

Duque lleva años poniendo la creación en el centro de su discurso político, apelando al concepto excéntrico y gaseoso de la ‘economía naranja’, que casi nadie ha comprendido todavía. Él explica el poder de su idea dando ruedas de prensa donde vierte zumo de naranja en un vaso de agua, coloreando el líquido transparente, pero -como era de esperar- la audiencia no vibran de entusiasmo. La realidad es que la mayoría de escritores, músicos y cineastas del país están en su contra, muchos al borde de la quiebra por una mezcla de coronavirus y precariedad del mercado cultural. El domingo hubo incluso una manifestación en su contra en la Puerta del Sol.

El sábado temprano, mientras desayunaba, se me ocurrió encender el canal 24 Horas de Radio Televisión Española. Había una noticia sobre Colombia, concretamente sobre libros y libreros, que tampoco dejaba bien al gobierno de Duque. En Cartagena de Indias, los encargados de los puestos del Parque Centenario habían comenzado a proponer a sus clientes cambiar sus libros de segunda mano por comida. No era una oferta repentina, sino fruto de meses donde las ventas habían bajado casi hasta desaparecer. Antes de lanzarse al trueque, habían pedido al gobierno que les dejase vender artesanía, petición bastante razonable que resultó denegada. Los libreros con hijos necesitaban soluciones inmediatas. Se trata de 29 personas que llevan quince años trabajando en el lugar.

Desigualdad cultural, desigualdad material

¿Qué nos dice sobre el ecosistema cultural colombiano el contraste entre la caseta de Colombia en Madrid -bajo el lema “Diversa y vital”- y la miseria de estos vendedores populares? Habrá que piense que esto es demagogia, pero coincide con las recientes declaraciones del poeta colombiano Darío Jaramillo -invitado por el gobierno a la Feria- en una entrevista para El Cultural: “El ‘año tan duro’ lo que hace es resaltar el contraste de asuntos mucho más duros, que vienen desde antes, en ciertos casos acumulativamente. Pongo un caso: cuando uno dice, por ejemplo, ‘desigualdad’, sus once letras dan para once o más interpretaciones grises, tan agridulces hasta que el posible significado se disuelve con cualquier otra palabra lenitiva. Pero cuando cuento que la desigualdad dentro de la sociedad colombiana tiene cifras escalofriantes, de algún modo puede dimensionarse la profundidad y la gravedad del problema”, explica en las páginas del suplemento.

Un escritor colombiano que vivió en Madrid recuerda estar 'obligado a hacer genuflexiones bufas ante Saramago, el más plasta y el más engreído de todos los que conocí'

¿Algunas de esas cifras? El 0,25 por ciento de las fincas de Colombia tienen el 74 por ciento del total de la tierra del país, unas 3.000 personas concentran el 44 por ciento del ingreso bruto nacional, las 500 empresas más grandes concentran el 81 por ciento de los patrimonios declarados y el 1 por ciento de las personas jurídicas aportan cerca del 70 por ciento del valor total de impuestos”. Con estas condiciones, el milagro es que florezca una escena cultural tan sustanciosa y vibrante como la colombiana.

Uno de los mejores lugares para conocer la hostilidad que despierta Duque en su país es la página de Facebook del escritor Juan Cárdenas, nacido en Popayán (Cauca) pero que residió muchos años en Madrid y trabajó intensamente en la Feria del Libro. Recomiendo visitarla, aunque solo sea por disfrutar alguno de sus recuerdos, sencillamente impagables: “Desde los veintitrés hasta los treinta, estuve trabajando prácticamente todos los años en esa misma pinche feria, en el paseo de coches de El Retiro, soportando mal el calor en las casetas de Fuentetaja, Machado o Contexto, sudando a chorros, aguantándole los caprichitos a algunxs autorxs, obligado a hacer genuflexiones bufas ante Saramago -el más plasta y el más engreído de todos los que conocí en esas labores de mercachifle librero-, bajo los encantos de Varguitas -realmente encantador, en serio, el más genuinamente simpático de todos- o admirado de la fuerza que tiene Almudena Grandes en la muñeca para firmar ochocientos libros por minuto o preparándole los güisquis a Vila-Matas, todo ello sin dejar de vender y correr a buscar cambio debajo de la canícula y recomendar y engatusar a la clientela, haciendo cuentas y trapicheando mandangas con los amigos de las otras casetas, consumiendo cantidades astronómicas de cerveza Mahou para, al final de cada agotadora jornada, acabar rebotando por los bares mientras hacíamos el balance de la desmitificación de nuestros sudorosos y a ratos insoportables ídolos literarios”, comparte. En esto consiste una feria, no hay mucho más secreto.

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