Fernando Aramburu se deletrea. Pone literatura de por medio entre su voz y el fenómeno literario en el que se ha convertido. Eso hace en Autorretrato sin mí (Tusquets): el intento de un autor por dejar de ser el de los 700.000 ejemplares vendidos y encontrar el camino de vuelta hacia sí mismo. Para eso, en este nuevo libro, Fernando Aramburu aborda temas que son esenciales: la identidad, la vocación, el tiempo, las lecturas, los paisajes más fríos y agrestes, los reencuentros, la memoria. Un dietario personal, escrito con una prosa breve, llena de resortes poéticos. Un ejercicio vital y de estilo. Una manera de poner Patria en remojo.
Aclamada como el mejor libro de 2016 y reconocida con el Premio Nacional de Literatura en 2017, Patria (Tusquets) sobrepasó las 28 ediciones. A lo largo de sus más de 500 páginas, Fernando Aramburu se alzó como ésta como la novela del terrorismo que hasta entonces no había sido escrita. Con Patria, Aramburu confeccionó el relato durante años postergado del terrorismo de ETA. Una tragedia que no había tenido todavía un artefacto literario capaz de contenerla. En Patria, Aramburu cuenta la vida de dos familias de Guipúzcoa separadas por la enorme grieta que ETA ocasiona en sus vidas. Una novela compleja, incómoda, un espejo en el que algunos lectores dicen no sentirse reflejados –muchos lectores vascos lo afirman- y en el que otros, sencillamente, preferirían no verse retratados. Ese es el fenómeno del que Aramburu parece querer reponerse con Autorretrato sin mí: un libro breve, de textos casi efímeros hechos con la vivencia fugaz de alguien que se pone por escrito y que camina sosteniendo sobre sus hombros el cesto de la memoria.
Un dietario personal, escrito con una prosa breve, llena de resortes poéticos. Un ejercicio vital y de estilo. Una manera de poner Patria en remojo
"Habito desde que nací en un hombre llamado Fernando Aramburu. No voy a quejarme. Hay desiertos peores". Ese Aramburu que tantea una biografía con la yema de los dedos va contándose como ese hombre que se “ha ido metiendo en años”, alguien que parece tener muy presente su memoria de la infancia, que prácticamente vive en ella, recreándola en el viejo piso familiar desde donde contempla el mundo, con siete, ocho nueve años. Alguien que se llena la boca de pasado, que arma el relato de su vida en el hecho de la vocación literaria. "Este hombre me hace madrugar para cumplir a diario el sueño lejano de un adolescente que quería ser escritor. Llevamos tanto tiempo juntos que ya no sé si él es yo o yo soy él. Hemos acumulado otoños, libros y una muchedumbre de hojas caídas que forman un suelo de serenidad”.
Todo en Autorretrato sin mí está tamizado por la literatura. Lo que el lector sujeta entre las manos son los trozos limpios, las pepitas de oro de un autor emprendiendo el ejercicio de estilo hacia sí mismo. ¿Qué temas obsesionan a Aramburu? El paso del tiempo, la fugacidad del instante, el peso de la memoria, la acumulación vital que se produce en su vida y la de otros e incluso esa idea repetitiva de quién sigue siendo él, a pesar del transcurso de los años. Eso es lo que más se repite, en lo que más insiste Fernando Aramburu: en aquel que ha sido con los años, el saldo brumoso de sus propios recuerdos. "¿Quién de todos he sido yo en verdad?", se pregunta, al mismo tiempo que contesta: "Aquel niño que, agarrado a la barandilla, contaba la solas al pie de la ciudad (…) El colegial de nariz aplastada y un diente roto, atrapado debajo de un coche (…) El adolescente que junta por primera vez sus labios con otros labios (…) El joven que una tarde, parado en el andén, ve partir un tren sin retorno y él va en el tren (…)De mí podrán decir cualquier cosa salvo que fui definitivo".
Todo en Autorretrato sin mí está tamizado por la literatura. Lo que el lector sujeta entre las manos son los trozos limpios, las pepitas de oro de un autor emprendiendo el ejercicio de estilo hacia sí mismo
Quien se asome a este libro buscando una adenda de Patria pierde su tiempo. No es eso lo que ha hecho Aramburu, ni por asomo. Lo político aquí pasa por el hecho de haber vivido. Examinar la biografía como una huella impresa en el mundo y que se manifiesta en pequeñas detonaciones vitales: un encuentro fortuito, una persona en la fila de una firma, las ráfagas de lluvia, las olas de un mar que nunca para de moverse en la memoria, la melena desaparecida, los años el grupo literario Cloc del que él fue miembro y fundador y ahora mira desde la madurez, como quien ve un fuego artificial: algo bello y lejano, extinto Incluso el encuentro con alguien que –intuye el lector- fue un amor –mejor dicho, un rubor- de juventud, estalla como si acabara de ocurrir: "Reconozco a la mujer de sopetón, cuando, al tenderme su ejemplar, me pregunta si me acuerdo de ella. La sorpresa me impide disimular la turbación, que se prolonga fuera de mí, hasta el temblor de su mano tibia, hasta el tamaño nervioso de sus bellos ojos".
No es un libro para leer a fondo blanco, aunque se podría, dada su brevedad y belleza. El efecto, sin embargo, distará mucho de ser ese paladeo reposado y lento del sorbo. ¿Es Autorretrato sin mí un libro para revalidar algo? En absoluto. Fernando Aramburu no busca nada, excepto escribirse. Habitar el transcurso. Dejarse hacer por la memoria y echar a andar hacia sí mismo en el gozoso acto de escribir . A lo largo de estas páginas él será el niño, el adolescente, el joven, le hombre que envejece. Todos los estadios de un mismo ser. Aquel del que podrán decir cualquier cosa, salvo que ha sido definitivo.
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