La inteligencia artificial es uno de los grandes temas de nuestro tiempo. ¿Existen razones para temerla? ¿Son juiciosos los pensadores profetizan la extinción de lo humano? En su ensayo La guerra imaginaria (Siglo XXI, 2024), el escritor Fernando Bonete aborda estos interrogantes y entrevé la posibilidad de una cooperación donde otros apenas ven un conflicto: no es sólo que la inteligencia artificial no vaya a abolir lo humano, sino que también nos brinda una oportunidad pintiparada para redescubrirlo.
Respuesta: Me interesa, primero, por su actualidad: la inteligencia artificial protagoniza titulares todos los días. Y, segundo, por mi vocación docente. Procuro abordar el problema de las tecnologías emergentes desde un enfoque humanista.
R: En esto, como en casi todo, estoy con Asimov. Ahora bien, además de infundado, es un miedo natural. Nos vemos reflejados en los robots, tanto en lo bueno como en lo malo. Y esto último, lo malo, lo percibimos como amenaza: los robots nos atemorizan porque les creemos capaces del mismo mal que está al alcance de nuestra mano.
R: Si uno atendiera al desarrollo de la inteligencia artificial, su miedo debería atemperarse. A poco que reflexionemos, caeremos en la cuenta de que, como se dice en el subtítulo del libro, si libramos una guerra, ésta es imaginaria.
R: Por varios motivos. El primero es que la tradición artística del siglo XX ha inspirado un imaginario muy negativo sobre la robótica y la inteligencia artificial. Ya R.U.R., iniciadora del género «robótico», apuntaba al miedo hacia los robots. Con cierto aire marxista, en este caso. Esta temática se trasladó muy pronto al cine y continuó cultivándose en las décadas posteriores.
R: Quien haya ido hace poco al cine habrá visto que buena parte de las películas que versan sobre un apocalipsis provocado por las máquinas.
R: Los medios de comunicación. Toda noticia con un enfoque negativo, catastrofista, apocalíptico lleva al clic y a la lectura. A los medios les conviene crear una alarma porque necesitan las visitas.
R: El tercero son los humanistas del apocalipsis tecnológico, que alimentan tanto al cine como a los medios. Se trata de pensadores que sólo saben ver lo malo y, como agravante, lo ven sin ningún fundamento científico o filosófico.
R: Cualquiera que haya utilizado estas herramientas con una mínima regularidad se habrá dado cuenta de sus limitaciones. ¿Cómo vamos a hablar de una superinteligencia llamada a destruir la humanidad si apenas puede generar correctamente un texto?
R: Quizá el más conocido mundialmente sea Nick Bostrom, aunque no sé si llamarlo humanista. En España tenemos a César Antonio Molina, que publicó en Deusto un libro llamado '¿Qué hacemos con los humanos?'. Es un ensayo tremendamente negativo y fantasioso. No quiero decir, ojo, que los enfoques negativos sean necesariamente falsos. Pero creo que uno sólo se puede permitir el lujo de ser negativo si funda su negatividad en evidencias. Si bien es verdad que la inteligencia artificial conlleva unos riesgos, es precioso calibrarlos sosegadamente.
La inteligencia artificial conlleva unos riesgos, es precioso calibrarlos sosegadamentePregunta: Dice que, además del miedo a que las máquinas nos destruyan, existe el miedo a que nos reemplacen. No sólo tememos un dominio, sino también una sustitución.
Respuesta: Ambos temores están ahí presentes. Pero creo que lo que más pánico nos da, por inminente, es esa sustitución. Y, en concreto, la sustitución en el trabajo, que no es una idea nueva. No ha habido una sola revolución técnica a lo largo de la historia de la humanidad que no haya provocado una réplica, una denuncia. Muchas personas han concebido y conciben la relación entre el hombre y la máquina como conflictiva.
P: En cualquier caso, la protesta se asienta sobre una verdad, ¿no? Hay, por ejemplo, redacciones de periódicos que recurren a la máquina para escribir noticias.R: Sobre esto último, cabe decir algo. A mí no me resulta escandaloso que los medios de comunicación recurran a la máquina para generar determinados contenidos. Creo que el periodista debería dedicar su tiempo a tareas más enjundiosas. Su misión no es copiar y pegar un texto provisto por una agencia de noticias porque, en efecto, para eso ya está la máquina, que lo hace mejor. Su misión estriba, más bien, en recibir esa información, rumiarla, plantear las preguntas pertinentes a las personas oportunas y, a partir de todo ese conocimiento reunido, una vez aplicado su criterio y su sentido crítico, crear una pieza periodística. Ese trabajo no lo puede hacer una máquina.
P: Los robots sólo pueden sustituirnos porque antes nos hemos robotizado nosotros mismos.R: Ésa es la idea de Asimov en Mundos espaciales. El ser humano decae menos por la acción de los robots que por su propia dejación de funciones. En lugar de elevarse para superar a la máquina, se conforma y se acomoda. Delega en el robot. El problema, lo sugeríamos antes, es que el ser humano deje lo que es connatural a sí mismo. En ese momento, el camino para nuestra sustitución por la máquina está expedito.
P: En todo el libro subyace la idea de que el ser humano es irremplazable por la máquina porque media un abismo ontológico entre ambos.R: Este engaño se ha desplegado en distintos frentes. El primero tal vez sea el del lenguaje, que es una ingeniería. El propio nombre de «inteligencia artificial» es de por sí engañoso. En inglés, por ejemplo, existe una expresión alternativa, machine learning. Es así como prefieren designar esa realidad muchos científicos, sabedores de que lo que hay en el robot no es inteligencia. Sin embargo, qué curioso, ¡y qué significativo!, que todos los promotores de esa superinteligencia de la que hablábamos antes y los profetas de la ideología transhumanista apuesten por llamarlo «inteligencia artificial». El mismo nombre nos lleva a engaño.
P: ¿Cuál es el segundo frente?R: El desconocimiento sobre lo que realmente supone y es la inteligencia artificial. Me entusiasma este aforismo de Eco: «Para criticar antes hay que disfrutar secretamente de ello». Lo mismo con la inteligencia artificial. Para criticarla, conviene haberla utilizado y conocer así sus limitaciones. Creo que muchos hombres temen a la inteligencia artificial porque no la han empleado lo suficiente. Su idea al respecto es la que esparcen los medios, sometidos a su vez a intereses corporativos.
P: Es misterioso. Conviven, a veces en la misma persona, el miedo y la fascinación. Tememos a la máquina, pero también nos asombran su eficiencia y su perfección aparente.R: Me gusta mucho la idea. Me recuerda a Asimov. En su narrativa, una buena parte de la ciudadanía bendice a los robots porque podrán ocuparse de los trabajos más mecánicos; pero otra parte arquea la ceja y sospecha. Añadiría, no obstante, algo.
P: Adelante.R: Al hombre también le fascina la robótica porque se ve a sí mismo como creador. La máquina endiosa al ser humano, que se ve a sí mismo como creador de un ente que, no siendo hombre, se parece mucho a él; de un ente, en definitiva, que está hecho a imagen y semejanza suya.
P: De todo lo que ha dicho durante la entrevista puede extraerse una conclusión. Tal vez los robots constituyan una amenaza, pero también una oportunidad para redescubrir nuestra humanidad, eso que nos hace propiamente humanos.R: Es lo que comentaba antes con el tema del periodismo. Todos los sectores que están en crisis tienen una nueva oportunidad con la inteligencia artificial. Es pertinente que nos hagamos algunas preguntas: ¿puede que la crisis proceda de un abandono de lo propiamente humano? ¿Es la inteligencia artificial una amenaza porque nosotros hemos abjurado de lo más propiamente humano? El caso del sistema educativo es muy elocuente.
P: ¿En qué sentido?R: Se ha extendido la idea de que la máquina podrá sustituir a los docentes y de que las tareas, los deberes, están obsoletos: ¿para qué debería perder su tiempo un alumno en algo que puede hacer Chat GPT o cualquier inteligencia artificial? Yo, ante el auge de esa idea, replico que hemos tomado los colegios y las universidades por algo que no son. ¿Y si el profesor universitario puede ser sustituido por la máquina porque se ha degradado a sí mismo a transmisor de una información? ¿Y si los alumnos pueden confiarles sus deberes a la máquina porque no exigen ni sensibilidad ni pensamiento profundo?
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