Estamos ante uno de los académicos españoles que más ha hecho por bajar la sociología y la filosofía de la torre de marfil. Fernando Broncano (Linares de Riofrío, Salamanca, 1954) venía de publicar Cultura es nombre de derrota (2018), un potente tomo donde dibujó el mapa de la contienda cultural entre izquierda y derecha. Defensor de las políticas de la emancipación, es uno de los pocos intelectuales de referencia de la izquierda española dispuesto a reconocer que su bando está recibiendo una paliza (sin dar nunca el partido por perdido). Su nuevo libro, Espacios de intimidad y cultura material (Cátedra), es mucho más breve pero igualmente afilado, perfecto para estimular conversaciones sobre cómo vamos perdiendo el control de nuestras casas, nuestros bares y nuestras tiendas. Su actividad se puede seguir en la bitácora 'El laberinto de la identidad', repleta de reflexiones sobre conflictos cotidianos. Vozpópuli charló con el filósofo en una cafetería de Tirso de Molina (Madrid) durante una hora.
El libro hace una defensa de la red de teleclubes que crea Manuel Fraga en el tardofranquismo. Fueron espacios comunitarios donde la gente se reunía para ver películas, partidos de fútbol o incluso a bailar. Cuando se abaratan los televisores, no solo desaparecen estos centros de reunión sino que la televisión entra en los salones, destruyendo en gran parte la conversación familiar. ¿Un cambio tecnológico no siempre es un avance?
Hace unos días, después de una conferencia sobre la soledad, una persona joven del público me reprochaba que es verdad que se destruyen espacios comunitarios, pero también se crean otros nuevos. Ponía el ejemplo el feminismo y contaba que su madre acude ahora a unas reuniones de mujeres. Tenía parte de razón, pero cuando reivindico de los teleclubes no es desde una posición nostálgica, sino lamentando que los viejos lugares para socializar se destruyen a una velocidad mayor de la que se construyen los nuevos. Fíjate, por ejemplo, en cómo las franquicias han ido arrinconando a los bares de toda la vida. Un camarero es depositario de unos saberes sociales importantes y no es lo mismo que conozca a la clientela que encontrarse uno nuevo cada poco, todos ellos veinteañeros, que sabes que se van a marchar en cualquier momento. Antes era más barato juntarse cuatro amigos y alquilar un local para compartir cualquier actividad que nos uniese, pero los precios de los inmuebles han subido brutalmente y hoy resulta casi imposible. Por eso, cada vez más, nos encontramos en las redes sociales, que es un proceso mucho más sencillo, pero también constituye una experiencia muy pobre en cuanto a interacción, calidez y matices en la comunicación. El problema que tenemos es un sistema económico que destruye tejido social.
Es interesante la sociología de los bares: van subiendo el volumen de la música a partir de las 20 para que no puedas conversar y te centres en el alcohol", lamenta Broncano.
¿Cada vez son más complicadas las relaciones?
Me gustaría investigar los pisos compartidos. Antes eran una opción solo para estudiantes, pero hoy tienen que recurrir a ellos gente cada vez mayor, desde parados a divorciados. Cuando una casa no es tuya, sino de varias personas que no tienen vínculos afectivos, de repente la cocina se convierte en un ‘no lugar’ y el pasillo también, así que pasas la mayoría del tiempo encerrado en la habitación, que es el espacio que puedes hacer tuyo. A medida que la economía se hace especulativa, se van creando burbujas que destruyen lazos humanos. También es interesante la sociología cotidiana de los bares. Ahora quedas con amigos para tomarte una copa a media tarde y a las ocho ya te van subiendo el volumen de la música para que no puedas conversar y te centres en el alcohol. A las diez ya solo puedes comunicarte a gritos.
Denuncia que cada vez somos menos conscientes de la soledad. Los móviles, con su constelación de aplicaciones, nos hacen sentir acompañados cuando en realidad no lo estamos.
Los móviles favorecen sucedáneos de relación, aunque es verdad que sin ellos ni siquiera tendríamos eso. También puedes quedar a media tarde para ir a tomar una copa o esforzarte por compartir piso con gente que conoces, pero son pequeñas resistencias personales que no están siempre a nuestro alcance. La mayoría de dinámicas de las sociedades donde vivimos favorecen la soledad. Ahora estoy mirando estadísticas de soledad que desmienten que sea solo un problema de gente mayor. Los datos dicen que también es muy grave entre los 18 y los 40 años, las edades donde debería ser más sencillo crear vínculos. Eso tiene que ver, entre otras cosas, con la obligación de irte a trabajar lejos de tu círculo social. Es curioso porque una diputada conservadora de la época de Theresa May propuso crear un Ministerio de la Soledad, que además no estaba enfocado a ancianos sino a todas las edades. El proyecto se truncó con la dimisión de May y no creo que Boris Johnson lo vaya a recuperar. Cada vez tengo más claro que la soledad es un precio que pagamos, por ejemplo a cambio de trabajo. Esto lo saben muy bien los miles de españoles que tienen que dejar sus pueblos para mudarse a Madrid.
Cuando Vox reivindica la caza está apelando hábilmente a la sensibilidad de la España vaciada; la prueba es que en Salamanca ha arrasado Vox", señala el filósofo.
Hay un pasaje donde analiza la forma en que los partidos se dirigen a los millones de personas que no están interesadas en política. La derecha les considera “mayoría silenciosa”, ciudadanos cuyas demandas no han sido atendidas; la izquierda, en cambio, les insulta con el adjetivo “cuñados”, que alude a su escasa sofisticación intelectual. Mucha diferencia, ¿no?
La derecha está ganando la batalla cultural por goleada. Saben identificar las fibras más sensibles de la población y dirigirse a ellas. Mira la creciente importancia del evangelismo, que está relacionada con la creación de lazos comunitarios en un mundo comido por la soledad. Crean tejido social, incluso con gente que se puede aburrir en misa pero sabe que la iglesia es el lugar donde tienen trato humano con los demás. En España, Vox ha hecho bandera de la caza, algo contra lo que yo tengo objeciones morales pero eso no me impide ver que en los pueblos crea vínculo social, es la ocasión de estrechar relaciones. Los ‘incels’ rurales, por ejemplo, tienen su esfera social ahí. La derecha está pillando muy bien estas necesidades. Cuando Vox reivindica la caza está apelando hábilmente a la sensibilidad de la España vaciada. La prueba es que en Salamanca ha arrasado Vox. La izquierda está demostrando menos capacidad para detectar estas cosas. Tenemos tendencia a los sermones ideológicos, que nos hacen sentir calentitos, pero son mucho menos eficaces. Además la religión nos lleva mucha ventaja, ya que en las iglesias te bautizas, te casas y rezan por tu alma, rituales que no tienen cabida en una delegación política.
¿Cómo ha perdido la izquierda sintonía con la calle?
Los políticos de izquierda crecen en ambientes militantes donde se establecen lazos sociales densos; eso puede contribuir a que no se enteren del desierto que hay fuera de sus círculos. Tienen vidas con muchas relaciones dentro del partido, pero el partido es algo pequeñito dentro de la sociedad a la que te diriges. De hecho, el núcleo de partido en que te mueves ni siquiera da una idea de lo que ocurre en tu barrio. La mayoría de la izquierda se ha formado en ideas universalistas, con mucha atención a lo que ocurre en el espacio público, por eso olvidan conflictos de la esfera privada, las relaciones de distancia corta. El leninismo se fija en los grandes problemas estructurales, pero no presta atención a las relaciones cotidianas.
Los discursos polarizadores son cada vez más frecuentes y no nos dejan ver problemas comunes que son urgentes de resolver"
¿Algún ejemplo cotidiano?
Una cosa que me llama la atención es como la izquierda no tiene un discurso sobre la ropa, ni sobre la moda. Se descalifica todo de un plumazo, diciendo que el consumismo es algo malo. Se menosprecia al quinceañero de clase trabajadora cuyo objetivo es coseguir un chandal de marca, que está incluso dispuesto a robarlo, corriendo el riesgo de que le jodan la vida por un delito. Creo que es mejor enfoque analizar por qué tiene ese deseo, no decirle que lo importante es el cambio climático y la evasión fiscal. La derecha compra su ropa en la calle Serrano, mientras que la izquierda desprecia la moda, pero luego estamos todos muy pendientes de lo que llevamos, hasta el punto de que el uniforme de persona de izquierda es muy reconocible para cualquiera. Vuelvo al problema de la soledad: cuando te sientes solo, puedes resolverlo emborrachándote con los amigos y saliendo a cazar jabalíes o buscando entre todos formas menos agresivas. Digo “entre todos” porque muchos problemas de la intimidad son comunes. Por ejemplo: alguien de izquierda se encuentra con un votante de Vox, pero descubre que disfruta el mismo tipo de literatura que él y eso ya te hace consciente de que el mundo es un lugar más complicado de los que pensamos. Una vez descubres eso, es más fácil darte cuenta de que los discursos polarizadores -cada vez más frecuentes- no nos dejan ver problemas comunes que son urgentes de resolver.
Le noto desanimado con su militancia política.
Ser de izquierdas ahora mismo es como ser del Atleti. Todas las semanas sabes que te van a derrotar y que solamente un par de veces al año vas a vivir algún momento excelso. Te juntas a gritar en el estadio pensando que esta vez sí, que se puede ganar, pero luego pasa lo mismo de siempre. En gran medida, el 15-M fue un espejismo político: una de sus grandes derrotas es comprobar cómo los “partidos del cambio” han internalizado lógicas de derechas. Pienso en esas competiciones feroces entre compañeros por ocupar un puesto remunerado. Si protestas o tienes una opinión diferente, te mandan al guardia para disciplinarte. Un partido de izquierda debería encarnar unas formas de funcionamiento distintas a una empresa capitalista hipercompetitiva.
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