Nueve días, setecientos veintisiete escritores, cuatrocientas diecisiete editoriales y ochocientos cuarenta mil lectores. Esas cifras dan para declarar una nación. La FIL no es una feria, es un país. Desde hace 33 ediciones, este encuentro concibe la lectura como la forma más potable de ciudadanía, una nacionalidad que mana de los libros y emparenta a quienes la visitan como habitantes de un mismo territorio, la literatura.
Quien atraviesa las puertas de la Expo de Guadalajara encuentra a su paso un mundo inquieto y vibrante, una colonia de lectores que llevan el idioma de un lado a otro, como trocitos de arena con los cuales formar un castillo. Este año, a la feria han acudido casi veinte mil profesionales del mundo del libro entre editores, distribuidores y libreros, además 131 empresas literarias y 287 agentes. Resulta curioso ver cómo dos extremos de la cadena literaria cobran forma bajo un mismo techo: desde la venta de derechos de publicación hasta la venta directa.
La FIL de Guadalajara es la primera feria literaria de Iberoamérica y la segunda después de Frankfurt
La FIL es la primera feria literaria de Iberoamérica y la segunda después de Frankfurt. En ella, los titanes Planeta y Penguin Random House se ven obligados ya no a exhibir músculo, sino a librar un pulso con editoriales clásicas: desde la mítica Porrúa, pasando por el Fondo de Cultura Económica, que como la Conversación de la catedral de Vargas Llosa cumple también cincuenta años, o la imponente dirección de publicaciones UNAM —¡Por mi raza hablará el espíritu!, que decía Vasconcelos— que encandila con su mítica colección Licenciado Vidriera o su fondo de historia y crítica literaria. Las independientes como Sexto Piso pisan fuerte en este universo lector. Todo aquí invita a leer y escribir.
Llegar a una feria donde el fondo es protagonista reverdece el instinto lector, desde una Alianza rejuvenecida y portentosa, hasta una Penguin Random House que convierte a los autores en géneros, desde los clásicos Borges, Octavio Paz o Mario Vargas Llosa hasta las voces contemporáneas, el Nobel Peter Handke, o un Arturo Pérez-Reverte cuyas novelas se elevan, en forma de pirámide, por encima de las novedades.
Nobeles y noveles, autores consagrados y otros, camino de la leyenda. Todos entran y salen
El sello Barco de Vapor hace combustión en una sección prodigiosa de libro ilustrado, así como adaptaciones infantiles de Moby Dick y Los miserables, o las ediciones que hace Edelvives de la Carmen de Mèrimée, la Madame Buterfly de Puccini ilustrada por Benjamin Lacombe o la Alicia de Carrol transformada en objeto de arte. La poesía, el teatro, el ensayo histórico o literario, éste o aquel manual de filosofía, que se despliegan en el stand de la mítica Siglo XXI como una invitación a la bancarrota. Porque, después de todo, ¿quién en su sano juicio se resiste a esta invitación a la lectura?
Escritores en un pajar
Nobeles y noveles, autores consagrados y otros, camino de la leyenda. Todos entran y salen, cruzan el paso cebra de la avenida Mariano Otero, en la colonia Verde Valle, y hacen su entrada en la feria como pequeños acontecimientos excepcionales. Todos ellos propician preguntas y firman sus libros. Elena Poniatowska, bastón en mano, Mario Vargas Llosa aún más recio que los tiempos de su novela, Javier Cercas de avión en avión por el Planeta, también Siri Husvedt, y Rodrigo Fresán, Leila Guerriero y un Sergio del Molino que se ha mostrado en estado de gracia en una mesa sobre la escritura de No ficción, un mano a mano con el reportero salvadoreño Oscar Martínez junto a las escritoras Guadalupe Nettel y Gabriela Wiener.
También Antonio Muñoz Molina abarrotó el salón Juan Rulfo y un Elmer Mendoza que cumplió 70 años con sus modos sencillos y directos, honestos como un libro bien escrito. Pero hay bastante más en el territorio lector de esos días, desde las escritoras mexicanas Gabriela Riveros y Mónica Castellanos, pasando por el venezolano Rodrigo Blanco, hasta los editore español Juan Casamayor o Silvia Sesé.
El país invitado fue India, un territorio con 184 idiomas nativos, 25 sistemas de escritura
Al globo terráqueo del libro se sumó esta vez el país invitado, India, un territorio con 184 idiomas nativos, 25 sistemas de escritura, así como decenas de tradiciones orales y escritas de literatura, las cuales tienen al menos un milenio de antigüedad. Para ilustrar ese crisol, la FIL trajo hasta Guadalajara 35 autores, entre ellos Advaita Kala, Amish Tripathi o Anushka Ravishankar.
Los últimos dos días laborales de la feria, el jueves y el viernes, la Expo Guadalajara colapsó en una de las reuniones lectoras más importantes : los estudiantes de preparatoria y ciclo básico, centenares de jóvenes que reparten codazos y compran libros, persiguen influencers y se exponen al libro como un hecho vivo y natural, algo que forma parte de sus ligues y sus cuitas, un elogio del desorden que promete lectura y vacuna contra la estupidez.
¡Jalisco libre! ¡O libro!
Hablar de la FIL implica tomar una posición, asumir un punto de vista picado por la euforia, algo así como levantar la mano para preguntar dónde hay que firmar para hacerse ciudadano de esta nación lectora que se levanta durante nueve días, una vez al año. No en vano, el director de la Feria del Libro de Madrid, Manuel Gil, andaba muy atento, de pasillo en pasillo, cazando ideas para hacer posible, cómo no, que al Retiro llegue el cosmopolitismo de Jalisco.
La FIL es tan potente, que aparta de sí el populismo de Manuel López Obrador, y sus Mañaneras -conferencias autocomplacientes que celebra a primera hora de la mañana-, así como ese regusto revanchista contra Hernán Cortés, de quien por cierto el actos español Oscar Jaenada interpreta en Amazon Prime Video.
Si en Guadalajara el cura Manuel Hidalgo abolió la esclavitud, en el siglo XXI la FIL corta las apretadas cadenas de la ignorancia. La capital del estado de Jalisco, la segunda ciudad más poblada de México, inspira más libertad que cualquier pistoletazo o soflama, en ella se cuece la lenta revolución de los que prefieren la lectura a los mesías y que hacen tumulto, cómo no, en la cosa pública en la que se encuentran escritores y lectores. El demos en estado puro.
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