En febrero de este año, el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) lo invitó a la convención en la que preparaban las elecciones europeas. Él aprovechó la ocasión para decirles unas cuantas cosas, entre ellas sus duras críticas a un modelo de políticas públicas insolidario que solo ve impuestos ahí donde debería ver ciudadanos. A sus 85, que cumple este miércoles, Jürgen Habermas sigue dando qué pensar… y en su caso, la expresión es literal. Nacido en Düsseldorf en 1929, se le considera el representante más sobresaliente de la segunda generación de filósofos de la Escuela de Frankfurt y una de las grandes figuras del pensamiento europeo contemporáneo.
Comprometido con el proyecto europeo, ha sido también un férreo crítico de Merkel y ha apuntado directamente a los líderes políticos europeos por "el déficit de legitimidad" de los programas de rescate aprobados en la UE sin contar con los ciudadanos. Esa es, a su juicio, la gasolina que pondrá en marcha la locomotora de los nacionalismos y populismos. “¡Señoras y señores de las instituciones europeas! Vuestra Europa nos aburre. Nos produce un aburrimiento mortal. Porque carece de espíritu. De visión. De imaginario. ¡Carece de poética! Mirad: el carbón y el acero. La CEE. Luego la UE. Los criterios de convergencia. Europa, en su unión, no es más que una materia y un certificado, un mercado y un acrónimo”, escribió hace poco en La memoria ya no basta para Europa, un artículo publicado en el diario El País poco antes de las elecciones europeas.
El armario del nazismo, ¿cierto o falso?
¿Por dónde comenzar al momento de hablar de Habermas? ¿Por sus aportes a la Teoría crítica de la modernidad? ¿por el texto Heidegger contra Heidegger, escrito en 1953, donde reprochaba al filósofo –entonces su profesor- haber negado su corresponsabilidad en el ascenso del nazismo? ¿Acaso por sus posiciones más recientes sobre la bioética, la guerra de Irak o el futuro de Europa? Hay muchos puntos de partida –y de llegada- en lo que a la obra de este pensador respecta. Por eso lo más sensato, quizá, sea comenzar en el punto ciego, ese donde se levanta la duda.
Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2003 –el año en que Susan Sontag recibió el de las Letras-, Habermas ha atravesado casi todo el siglo XX y no sin polémica. En el año 2006, cuando surgió la polémica a raíz de que se descubriese que Günter Grass se había afiliado a las Waffen SS, a Habermas le tocó lo suyo cuando se publicó la autobiografía del historiador Joachim Fest –se titulaba Yo, no-. Fest, uno de los mayores expertos del periodo nazi en Alemania y autor de una de las más brillantes biografías de Hitler (1973), cuenta que cuando tenía 14 años Habermas mandó una carta a un amigo suyo, Hans-Ulrich Wehler, en un pliego con el membrete de las Juventudes Hitlerianas. En ella, supuestamente ensalzaba el curso de la guerra y los avances de las tropas de la Alemania Nazi. Según relata en el libro en los años 70, Wehler le habría mostrado la carta a Habermas y, para su sorpresa, el pensador se la comió.
Habermas lo negó en todo momento e incluso interpuso una demanda ante el Tribunal Superior de Hamburgo, que prohibió a la editorial Rowohlt la difusión del pasaje del libro de Joachim Fest, por ser “intencionadamente difamatorio”. Para más inri, ese año se publicaba en España su libro Entre naturalismo y religión (Paidós) y Entre la razón y la religión (Ediciones Encuentro), este último un libro firmado junto al Papa emérito Ratzinger –entones recién elegido pontífice-, con quien sostuvo un debate en la Academia Católica de Baviera sobre Dialéctica de la secularización y quien entonces se vio envuelto en la polémica luego de que se conociera que a los 16 años, ya en el seminario, Ratzinger había formado parte de las juventudes hitlerianas –era obligatorio para todos los jóvenes de 14 en adelante- y luego de la Wehrmacht, de donde desertó pocos días antes de la rendición alemana.
Habermas, que no cumplía con la edad reglamentaria para ese entonces, negó totalmente haber apoyado al nazismo. “Yo, personalmente, debido a mi handicap (tiene una nasalización distorsionada), no tenía además ninguna posibilidad de identificarme con la visión del mundo entonces dominante. Pero reflexiones de este tipo no disculpan a quienes en aquella época se convirtieron en criminales o en cómplices. Lo peor de nuestro gravoso pasado nacional estriba en la circunstancia de que un régimen obviamente criminal fuera respaldado durante tanto tiempo por una parte tan amplia de la población”, dijo al periodista Juan Begoya.
Teoría crítica y pensamiento político
Al terminar la guerra, Habermas pasó por diferentes facultades. Estudió filosofía, historia, psicología, literatura alemana y economía en las universidades de Gotinga, Zürich y Bonn, donde se doctoró en Filosofía, en 1954, con un trabajo estrictamente académico sobre la teoría de las edades del mundo del idealista Friedrich Schelling. Dos años más tarde, Theodor W. Adorno, que había regresado a Alemania al finalizar la II Guerra Mundial con su colega Max Horkheimer, en 1949, tras su exilio en Estados Unidos, le invitó a trabajar en el legendario Institut für Soziale Forschung (Instituto de Investigaciones Sociales), el laboratorio de ideas de la Escuela de Frankfurt.
Desde allí, Habermas empezó a elaborar una serie de planteamientos para explicar, y también para renovar, la entonces nueva democracia alemana. Tras pasar por la Universidad Marburgo y la de Frankfurt, se había convertido ya en uno de los principales pupilos de Adorno, aunque con un perfil propio que integraba filosofía y ciencia social. Una de sus primeras obras que pone de manifiesto esa mezcla fue, justamente, Historia y crítica de la opinión pública (1962).
Centrado en un pensamiento sobre la idea nacional o ciudadana, Habermas levantó un discurso político del que se conservan conceptos específicos. Cuando Alemania, marcada por la tragedia del nazismo, no encontraba forma clara de definir una identidad nacional, Habermas planteó el concepto de "patriotismo constitucional". Con él se definía el patriotismo alemán no como un apego al pasado, sino como adhesión al texto constitucional de 1949 que, por lo demás, recogía las aspiraciones de los movimientos liberales alemanes que habían sido derrotados repetidamente durante el siglo XIX y no habían logrado imponerse durante la República de Weimar.
Sus críticas a Karl Marx –junto con Kant sustrato de una Teoría crítica de la modernidad fraguada en la Escuela de Frankfurt- partían de una premisa: el autor de El capital concede demasiada importancia a la técnica, al trabajo como eje de la sociedad y deja de lado un aspecto de la praxis humana a su juicio fundamental, la interacción y el lenguaje. ¿Qué significa exactamente esto? A diferencia de Marx, Habermas entiende que el cambio social debe darse mediante el entendimiento entre los sujetos, es decir en la esfera de lo simbólico y la comunicación. Esa es la tesis que explica en el que muchos consideran su obra fundamental: Teoría de la acción comunicativa (1981).
A partir de allí, orientó su pensamiento hacia la ética discursiva, la defensa de la democracia deliberativa y de los principios del Estado de derecho. En 1989, cuando la movilización popular en la extinta República Democrática Alemana (RDA) derivó en la caída del Muro de Berlín y la reunificación de Alemania, Habermas volvió a entrar en escena. Calificó lo ocurrido en el país como éxito de la "revolución recuperadora". Una idea según la cual, históricamente, en Alemania las grandes transformaciones habían sido impuestas desde arriba y que no se había vivido nunca la experiencia de una revolución triunfante. Con el movimiento ciudadano de la RDA, por primera vez, los alemanes lograban tomar su destino en sus manos, al menos en un primer momento.
El siglo XXI y el entusiasmo europeo
Casi veinte años después, llegó la crisis financiera internacional y Habermas repasó entonces la repercusiones negativas de las transformaciones que se vivieron en toda Europa Oriental en 1989, la defensa a ultranza del credo neoliberal y la necesidad de domesticar el capitalismo, asumiendo la imposibilidad de superarlo. Recientemente, se ha ocupado también de filosofía de la religión y ha hablado -acuñando así un nuevo concepto que ha sido recogido por muchos- de una época postsecular. "Ciertamente, soy amusical ante la religión -dijo, en 2006, en alusión a Weber-. Pero en mi opinión, en la esfera pública política los ciudadanos seculares y religiosos, como miembros de la misma comunidad política, deben abordarse con respeto mutuo y disposición a aprender recíprocamente, es decir, con los oídos abiertos. No creo en un choque inevitable de civilizaciones".
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