"Mario, corre, tienes que conocer a este grupo". En 2017, hace cinco años, mi amigo Alberto, en uno de esos muchos días que iba a recogerle a Moratalaz, decidió darle al play para que escuchase por primera vez a Izal, un grupo que desde ese momento se convirtió en lo más parecido a mi 'Hogar' musical. "Suenan bien", le dije, sin saber que meses después consumiría sus discos como si fuese una droga. Nunca jamás había sentido el instinto irrefrenable de comprar entradas para cada concierto al que podía ir de un mismo grupo.
Me encantaría valorar el último baile de Izal de una manera imparcial, pero me es imposible. Confieso que para mí es un grupo que ha marcado varios momentos clave de mi vida. También fue mi regreso a los conciertos tras sufrir el confinamiento por el covid-19 y se ha convertido en el principal tormento de mi futura esposa, que ha tenido que ver a Izal en más ocasiones que a los grupos que le gustan de verdad. Benditos acompañantes, ha dicho Mikel Izal durante toda la gira. Y qué razón tiene.
El caso es que en la noche del sábado llegó el fin de los finales. Izal se marcha, ha pedido 'Pausa' de manera indefinida. Sus integrantes lo anunciaron en febrero y el público contestó de manera implacable: en pocas horas llenó el Wizink Center para su 'Despedida' y exigió así una prórroga que el grupo aceptó de forma gustosa, abriendo una nueva fecha que también completó en muy poco tiempo. Dejan un vacío, pero permitiendo que su público pueda darse un homenaje con un último baile. Gato, el bajista del grupo, en la noche del sábado, dijo que el público no sabía hasta qué punto habían agradecido tener una bola extra para despedirse.
El concierto del viernes ya puso al público en éxtasis, hasta el punto que los fans, ya con los focos apagados, salieron del Wizink Center coreando 'La mujer de verde', la canción más célebre del grupo y con la que han cerrado sus actuaciones. El del sábado fue la guinda a 12 años de una carrera musical que les ha llevado a convertirse en la 'Pequeña gran revolución' del indie. Izal regaló dos maravillosas horas a un público entregado.
Desde que sonaron los primeros acordes de 'El pozo', el Wizink Center se esforzó en demostrar que se sabía cada una de las estrofas compuestas por Izal: en ocasiones, se escuchaba más al público que a la propia banda y eso que resulta difícil rivalizar con la potente voz de Mikel. Todo se derrumbaba, el grupo decía adiós, pero los locos estaban empeñados en que les viesen bailando hasta que todo acabase.
Una fiesta generalizada que tuvo las lágrimas como contrapeso. Fue extremadamente fácil ver los sentimientos a flor de piel, con un público que en función de sus vivencias personales lloraba con uno u otro tema. El llanto fue compartido con los integrantes de la banda, a los que se les escaparon las lágrimas en varios momentos del concierto. Izal y el respetable parecía querer agarrarse a este momento final y no soltarlo. Mikel se marchó del escenario secándose la cara tras evitar llorar durante el recital.
Para goce del público, no se dejaron un solo tema en el tintero: tocaron sus grandes éxitos sin olvidar, precisamente, los temas que permiten que el último disco tenga cierto lustre. Tras cantar 'La mujer de verde' para cerrar el recital, el público se resistió a abandonar el Wizink Center. El grupo dio una sensación similar: querían saborear cada segundo que les quedaba por vivir sobre las tablas del estadio madrileño. La fiesta continuó fuera: decenas de fans se agrupaban en las inmediaciones de Felipe II para cantar a pleno pulmón algunos de los temas de la banda. Como recita el grupo en Bill Murray, el público quería que "esta noche eterna nunca se acabe".
Izal deja así en un pozo emocional a sus fieles, que desde ya cuentan las horas para ver si anuncian un regreso que hoy parece improbable. La esperanza de los fans es que la despedida ha sido aparentemente cordial: al contrario de lo que ocurrió con El Canto del Loco, los miembros de Izal han dado a entender que se han querido y respetado hasta el último día.
Al fin y al cabo, tampoco les viene mal un descanso, aunque sería triste que este fuera indefinido. Dejan en el imaginario popular una carrera meteórica de 12 años que acaba en su punto más alto, llenando absolutamente todas las salas pese a que se nota cierto desgaste en el trabajo de estudio: tras un maravilloso disco como Autoterapia, llegó Hogar, que tiene luces y sombras. Se marchan por la puerta grande, algo que quizá no hubiese ocurrido en unos años en el caso de mantener la senda iniciada con el último álbum.
Aunque los directos de Izal son sublimes, el desgaste también se aprecia. En Hogar, la puesta en escena no sobresale tanto como en giras anteriores. Lejos queda cuando aquellos cinco locos salían al escenario abriendo una escotilla vestidos de astronauta para cantar cómo habían visto a Bowie flotando. Sin duda, la gira Autoterapia también mostró al Izal más en forma sobre los escenarios.
Pese a todo, da pena decir adiós, adiós a Izal. Y al igual que yo, estoy convencido de que nadie ha querido cantar aquello de "que no volvamos a vernos nunca". El 'Pánico Práctico' ahora es no ver junta a la banda de nuevo, aunque si no lo hacen, habrán logrado decir adiós en todo lo alto con un concierto histórico. Ni más, ni menos, que lo que se merece un grupo cuya esencia se basa en dos conceptos: magia y efectos especiales.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación