La temporada veraniega había terminado oficialmente en Cape Cod el 3 de septiembre, Día del Trabajo, pero Berry Berenson decidió alargar una semana más su veraneo, pues la estancia era deliciosa. Cape Cod es un paraíso de vacaciones con sus 900 kilómetros de costa y sus 60 playas. En 1961 el presidente Kennedy convirtió en parque nacional una buena extensión del cabo, lo que ha impedido su masificación, y las familias adineradas de Nueva Inglaterra que a principios del siglo XX construyeron en la Bahía Buzzards fantásticos cottages (literalmente cabañas, pero de lujo), pudieron seguir disfrutando de sus elitistas veraneos.
Los mal pensados dicen que la protección del medio ambiente se debía a que el clan Kennedy tenía varias mansiones en Cape Cod. Efectivamente siempre ha sido un lugar favorito para la familia, y durante su presidencia JFK estableció en Hyannis Port el Kennedy Compound, lo que se conocía como “Casa Blanca de verano”.
Además de la aristocracia de Nueva Inglaterra y altas magistraturas de la nación (el presidente Cleveland también pasaba allí sus vacaciones), Cape Cod ha atraído a escritores y artistas, aunque no morralla bohemia, sino gente de prestigio y dinero, como el escritor Norman Mailer, que lo utiliza como escenario de alguna de sus obras. Pero el gran artista que cantó a Cape Cod es Edward Hooper, el gran pintor realista que mejor retrató la soledad urbana, y que se sentía fascinado por sus paisajes.
Es natural que Berry Berenson se viniera desde la lejana California, donde residía habitualmente, a pasar el verano en el exclusivo Cape Cod. Era el lugar que le correspondía por nacimiento, pues había venido al mundo en Murray Hill, uno de los barrios más elegantes de Manhattan, donde se conservan más casas del siglo XIX. Su padre era diplomático y millonario, su madre una condesa europea, su abuela la famosa diseñadora de moda italiana Elsa Schiaparelli, y la mansión familiar en Roma era el Palacio Corsini, donde tuvo su corte la reina Cristina de Suecia.
Por otra parte Berry Berenson podía entrar en el círculo de artistas de Cape Cod, pues ella también lo era. Su belleza y elegancia le habían permitido ser modelo y actriz, siguiendo los pasos de su hermana mayor, Marisa Berenson, aunque su carrera en Hollywood fue corta, sólo tres películas. Donde destacó fue en el campo de la fotografía artística, retrato y moda. Trabajó para la mítica Life, para Newsweek, Vogue, Glamour y la revista Interview de Andy Warhol.
Pero sobre todo había una razón sentimental para que Berry atravesara Estados Unidos para veranear en Cape Cod. Allí se había casado en 1973 con Anthony Perkins, una celebridad mundial por su papel en Psicosis, la película más escalofriante de Hitchcock. Habían sido felices y habían tenido dos hijos, pero Perkins había muerto nueve años atrás, en 1992, dejándola viuda con sólo 44 años.
El vuelo 11
El día 11 de septiembre Berry dio por terminado el veraneo y emprendió el regreso a Los Angeles. Fue a tomar el avión al Aeropuerto Logan de Boston, que está a poco más de una hora de Cape Cod. Había dos vuelos tempraneros para Los Angeles, el Vuelo 11 de American Airlines y el 175 de United Airlines, que salía un poco después. Berry eligió el primero, pero habría dado lo mismo que subiera al segundo, solamente habría vivido 16 minutos más, porque ambos aparatos fueron secuestrados y se estrellarían sucesivamente contra las Torres Gemelas.
El Vuelo 11 de American Airlines cubría el trayecto de 4.200 kilómetros a Los Angeles en casi 6 horas, utilizando un poderoso Boeing-767 con capacidad para 165 pasajeros. Afortunadamente llevaba menos de la mitad, 81 pasajeros. Entre ellos había otra celebrity de Hollywood, David Angell, creador y productor de las famosas series Cheers y Fraser. Y cinco terroristas saudíes, encabezados por el jefe de toda la operación del 11-S, Alí Yatta, que viajaba en clase ejecutiva. También iba a bordo una tripulación de once personas.
El avión tenía salida a las 7:45 de la mañana, aunque despegó con 14 minutos de retraso, algo dentro de la normalidad. Pero la normalidad saltó por los aires a las 8:19, cuando aún no habían transcurrido 20 minutos de vuelo y la línea de emergencias de American Airlines recibió una dramática llamada de una de las azafatas, susurrando que habían apuñalado a los pilotos.
Era el prólogo de uno de los días más dramáticos de la Historia. Con un suspense que parecía inventado por un guionista diabólico, por las ondas iban llegando retazos de lo que estaba sucediendo, porque a las 8:23 Alí Yatta comenzó a dirigir mensajes intimidatorios a los pasajeros, pero pulsaba un botón equivocado y quienes los oían eran los controladores de vuelo. A las 8:32 la autoridad aérea civil, saltándose protocolos, avisó a las Fuerzas Aéreas del secuestro, pero la burocracia militar haría que no despegasen los cazas que debían interceptar al Vuelo 11 hasta después del ataque contra las Torres Gemelas de Manhattan.
El avión con 92 personas a bordo, incluidos los cinco terroristas, embistió contra la Torre Norte a las 8:46. 16 minutos después lo hizo el Vuelo 175 de United contra la Torre Sur, mientras la televisión retransmitía en directo las imágenes a todo el mundo. Había empezado el apocalipsis moderno, un ventenio de terrorismo internacional y guerras en Afganistán, Iraq y Siria. El veraneo de Berry Berenson no podía haber terminado de peor forma.
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