Llegó al cadalso moribundo, agonizando, después de que unas horas antes un disparo le destrozara la mandíbula. El refinado Maximilien Robespierre, considerado el arquitecto del régimen del Terror, engrosaba la larga lista de franceses cuya última sensación fue el frío tacto de la guillotina en sus cuellos. La cabeza del revolucionario se desprendía de su cuerpo y cientos de parisinos respiraban aliviados.
A pesar de su posicionamiento radical, jacobino desde el inicio, no adoptó los cambios en el atuendo que trajo la revolución, y siguió vistiendo sus calzas, sus medias de seda y el cabello empolvado. Una porte estirada presente en sus retratos, pero una fama de defensor inquebrantable de las clases populares y la soberanía popular, que le granjeó el mote de “el diputado populómano” o el “Don Quijote de la plebe”, como recoge el historiador especialista en la Revolución Francesa Colin Jones en La caída de Robespierre, donde reconstruye las últimas 24 horas del revolucionario.
Aunque el sobrenombre que más caló fue el del “incorruptible”. Según explica Jones, el político “se situó muy por encima de la moral política, a menudo quebradiza, de la nueva élite gubernamental”. El historiador lo describe como un auténtico hechizador de sus oyentes a los que les “hacía ver un mundo mejor y más justo” con un “hipnotizante y casi mágica retórica que ningún otro político puede imaginar”.
“Robespierre entendió, más que ninguna otra figura política, que el mejor modo de legitimar la campaña de terror del Gobierno revolucionario consistía en comprometerse con las reformas sociales que movilizaban a la nación en general y a los parisinos en particular”, añade el historiador.
Robespierre consideraba que la República tenía la obligación de acabar con la vida de aquellos que atentaran contra ella
Una guerra civil e internacional había estallado tras la resistencia a la revolución de una coalición de monarquías europeas y los contrarrevolucionarios franceses que trataban de frenar el rumbo desatado desde 1789. El Comité de Seguridad Pública trabajaba de manera interna para prevenir el colapso de la revolución y la República, con amplios poderes, desde legislativos hasta policiales, y del que Robespierre era el miembro más destacado. Luis XVI ya había sido guillotinado y junto a al CSP trabaja el Comité de Seguridad General, también con atribuciones policiales y de seguridad, y Robespierre empieza a sospechar como tapadera de los “enemigos de la República”.
Entre los meses de julio de 1793 y 1794, Robespierre 'reina' con el peligroso espíritu purificador que posteriormente veremos en otras revoluciones. En pro de la Revolución, la República francesa ha tornado en un régimen autocrático con persecuciones políticas que dejan miles de detenidos y guillotinados. Robespierre, contrario a la pena de muerte años atrás, consideraba ahora que la República tenía la obligación de acabar con la vida de aquellos que atentaran contra ella. Por otro lado, resulta injusto atribuir a Robespierre cada una de las muertes del Terror por la cantidad de actores y órganos que actuaban de forma paralela.
¿Conspiración contra Robespierre?
En este viciado ambiente de sospechas generalizadas, el 8 de Termidor (26 de julio de 1794), Robespierre pronuncia en la Convención un discurso abierto que muchos interpretaron como un preludio de nuevas denuncias de traición que incluirían a diputados de la Convención Nacional, la principal institución del país.
Al día siguiente en la cámara sigue habiendo revuelo, a Robespierre se le acusa de tirano y acaba siendo detenido junto a varios de sus hombres. Esa misma noche, el gobierno municipal de París, la Comuna, se declara insurrecta por dicha detención, liberan a Robespierre y lo esconden en el ayuntamiento. Sin embargo, no tarda en volver a ser apresado por tropas leales a la Convención, resultando herido de un disparo en su mejilla, todavía se duda si fue fruto de un intento de suicidio o de una bala de sus oponentes. Al día siguiente, el incorruptible pasaba por la guillotina.
Jones descarta la teoría de las supuestas conspiraciones para acabar con la vida de Robespierre: "Muchos diputados tenían que arder en deseos de verlo muerto, pero de la imaginación al hecho hay un buen trecho, y las pruebas de que hubiera una conjura organizada contra él son exiguas y en gran medida descartables. En cierto modo, la caída de Robespierre fue provocada por él mismo y constituyó su mayor contribución a la democracia", concluye el historiador.
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