Cultura

Final de la Segunda Guerra Mundial: Japón capituló con su emperador perdonado y sin pronunciar la palabra "rendición"

El 2 de septiembre de 1945, desde la imponente cubierta del acorazado Missouri, el ministro de Exteriores nipón colocó su firma en el acta de rendición

Durante años la prensa estadounidense retrató a Hirohito, emperador de Japón, como un fanático imperialista que aplastaba a los pueblos vecinos, como un radical a la altura de Hitler y como un sádico que provocaba la muerte de cientos de miles de jóvenes estadounidenses. Los artículos y caricaturas dibujaban al ‘divino monarca’ como un ser enloquecido con las manos manchadas de sangre. Tanto los soldados americanos que sirvieron en el Pacífico como los civiles odiaban profundamente a la cabeza del imperio nipón que había aprobado el ataque de Pearl Harbor. Pero terminada la guerra, con un Japón transformado era un erial, Estados Unidos perdonó al emperador, evitó que se le juzgara y le mantuvo en el trono.

El expansionismo japonés había lanzado al país a una ideología imperialista que en las primeras décadas del siglo XX le condujo a una eficaz política expansionista en su entorno. Antes de la guerra, ya se había hecho con unos valiosos enclaves en las antiguas colonias españolas de la Micronesia, que habían sido vendidos al Imperio Alemán en 1899, y que pasaron a manos niponas tras la derrota germana en la Primera Guerra Mundial. Los últimos territorios de Oceanía que retuvo la Corona española hasta el final del siglo XIX se convertían ahora en suelo japonés. Así, el Imperio nipón se apoderó de las islas Carolinas; las islas Marianas, salvo Guam, que había recaído en manos estadounidenses en 1898; las islas Marshall y territorios en el continente chino en la península de Shandong. Antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial se habían apoderado de Taiwán, Corea, y un inmenso territorio de China controlando prácticamente toda la costa china, además de inmensos territorios en los que se establecieron provincias y estados títeres como el de Manchukuo que superaban con creces el propio tamaño de las islas japonesas. 

Pero solo tres años de guerra habían confirmado que la estrategia japonesa de guerra era una ensoñación. En 1944, el poderío militar e industrial estadounidense anulo cualquier idea de victoria y mantenimiento del imperio colonial asiático que desde el ataque de Pearl Harbor de finales de 1941, a los nipones les llevó a ocupar Filipinas, Birmania, Tailandia, Malasia británica, Filipinas, las Indias Orientales Neerlandesas (actual Indonesia), más territorios de China, así como archipiélagos del Pacífico.

Pero la rendición no estaba entre los planes del Alto Mando japonés. La factura por cada pequeño enclave del Pacífico se cobraba miles de soldados japoneses y estadounidenses. Las batallas de Guadalcanal, Saipán, Peleliu, Golfo de Leyte, Iwo Jima y Okinawa habían desangrado y desarmado a un Imperio japonés que era devorado por la fuerza yanqui. Además del más de millón de militares japoneses muertos, Estados Unidos había estrenado sus Boeing B-29 Superfortress, unos inmensos bombarderos capaz de transportar unas 10 toneladas de bombas y cuyo desarrolló fue más costoso que las propias bombas atómicas. También superaron a la potencia del arma atómica en destrucción total, con el bombardeo de Tokio con material incendiario, considerado como el más letra de toda la guerra.

Con la Alemania nazi y la Italia fascista derrotada, desde Postdam llegó el ultimátum de las potencias aliadas del 26 de julio de 1945, en el que se advertía de una “inédita destrucción”. Estados Unidos acababa de probar con éxito la bomba nuclear en Los Álamos y al presidente Truman no le tembló el pulso. Por primera y única vez en la historia, dos bombas nucleares fueron empleadas en un conflicto bélico destruyendo de una sola tacada dos ciudades, con más de 150.000 fallecidos al momento. 

hiroshima
Imagen de la ciudad de Hiroshima.

¿Por qué se perdonó a Hirohito?

Uno de los motivos por los que el Ejército japonés no contemplaba la rendición era por el riesgo a que los vencedores acabaran con la monarquía. Sin embargo, el Departamento de Estado y los jefes del estado mayor conjunto ya habían considerado que Hirohito resultaría más útil como cabeza de la nueva monarquía constitucional que Washington ya había pensado para el Japón de la postguerra. La figura del emperador era literalmente idolatrada, era una elemento clave en la cultura del país y Washington consideraba que sería una importante baza de legitimación para el nuevo régimen. Dicha estabilidad también tenía como objetivo evitar la influencia soviética en la siguiente partida de ajedrez geopolítico que acaba de arrancar. 

En aquel momento, Japón pretendía lograr un acercamiento con la URSS con la esperanza de que los soviéticos sirvieran como mediadores, pero Stalin, según lo acordado con los aliados, invadió Manchuria, en manos japonesas unas horas antes de que Nagasaki fuera destruida. 

La potencia atómica y la arrolladora campaña soviética terminaron por convencer al emperador de la necesidad de claudicar. 

En la madrugada del 14 de agosto, Japón envió a las embajadas de las neutrales Suecia y Suiza la aceptación de la rendición. Y unas horas más tarde, un equipo de radio llegó al palacio imperial para grabar el mensaje que Hirohito pronunciaría a la nación, algo totalmente insólito en un país que divinizaba a su monarca. Antes de que los japoneses escucharan por primera vez la voz del ‘Mikado’ se produjo un curioso incidente por el que un grupo de militares trató de arrestar al emperador y boicotear la difusión del mensaje con la intención de evitar la rendición. Una acción que fracasó y que terminó con el suicidio de los principales responsables. 

En la mañana del 15 de agosto, miles de japoneses se vistieron con sus mejores galas para escuchar a su líder por la radio. Muchos de ellos se postraron como señal de respeto y escucharon la rendición del Imperio en una discurso en que no se pronunció la palabra “rendición”, lo que también generó cierta confusión. "Hemos dado orden a nuestro gobierno de que comunique a los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña, China y la Unión Soviética que nuestro Imperio acepta las disposiciones de su declaración conjunta".

Dos días más tarde, se transmitió uno más breve a los militares, y el 2 de septiembre de 1945, desde la imponente cubierta del acorazado Missouri, el ministro de Exteriores nipón colocó su firma en el acta de rendición. Terminaba así el mayor y más sanguinario conflicto armado de la historia.

Japón, devastada por la guerra, fue ocupada por las fuerzas estadounidenses, quienes se convertirían en sus principales aliados en la región, tanto en el marco de la Guerra Fría y como con el actual poderío chino. Apenas una generación después de las bombas nucleares, el país del sol naciente era  una de las naciones más desarrolladas, prósperas, pacifistas y antimilitaristas del mundo. 

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