El Danubio es el segundo río más largo de Europa después del Volga. Nace en la Selva Negra alemana y llega hasta el Mar Negro, en Rumania. Tiene tantos nombres como lenguas poseen los pobladores que lo enuncian: Donau, en Alemania y Austria; Dunaj, en Eslovaquia; Duna, en Hungría; Dunav, en Croacia, Serbia, Bulgaria y Ucrania y Dunarea, en Rumania. Según Celina Lunsford, directora del Fotografie Forum Frankfurt (FFF), el Danubio es masculino en todos los idiomas de los países que atraviesa excepto en uno: el alemán, la lengua materna de la fotógrafa austríaca Inge Morath. El matiz no es inofensivo y mucho menos para una mujer que hablaba nueve lenguas, había crecido en el constante trasiego del viajero y consiguió abrirse paso en el fotoperiodismo del siglo XX, dominado por hombres. Fascinada por aquella presencia, Morath intentó recorrer el Danubio en varios momentos de su vida. La primera en 1958 y luego en 1993, poco después de la independencia de Eslovenia y Croacia y la disolución definitiva de Yugoslavia.
Siguiendo los pasos de la fotógrafa austríaca, recorrieron 6.500 kms desde el nacimiento del río, en la Selva Negra hasta su desembocadura en el Mar Negro
Veinte años más tarde, ocho fotógrafas -todas galardonadas con el prestigioso premio Inge Morath otorgado por la Fundación Magnum y la Fundación Inge Morath- siguieron la misma ruta. No sólo pretendían reconstruir una bitácora, querían que los habitantes de aquellas ciudades pudieran ver el retrato que de ellos había hecho Morath. A bordo de un camión-caravana que hizo las veces de galería ambulante, las ocho partieron con un pequeño equipo de apoyo. Algunas llevaron a sus hijos y sus parejas. Las acompañaron también tres hombres: los españoles Javier Barbero y Lucas Vázquez de la Rubia, respectivamente realizador y sonidista del documental que se grabó durante la travesía, y el escritor búlgaro Dimiter Kenarov, que pasó con ellas las cinco semanas. Todo ocurrió en el verano de 2014. Recorrieron 6.500 kms desde el nacimiento del río, en la Selva Negra hasta su desembocadura en el Mar Negro. De los 10 países por los que se extiende el río atravesaron ocho y visitaron un total de 19 ciudades.
Del resultado de esa experiencia nació la exposición Tras los pasos de Inge Morath. Miradas sobre el Danubio, una muestra comisariaza por Celina Lunsford, que exhibe en el Espacio Fundación Telefónica alrededor de unas 60 fotografías de Inge Morath en blanco y negro que documentan su viaje junto a más de 100 pertenecientes a las ocho participantes. En una misma sala encuentran lugar la primera mujer en entrar a la Agencia Magnum y la última, Olivia Arthur (Reino Unido). La estructura de la muestra atiende a la naturaleza del río: tiene un nacimiento y una desembocadura. Traza una línea continua entre el pasado y el presente, a fin de cuentas la síntesis de la cultura europea que el Danubio contiene. Cada fotógrafa preside una isla cuyo sentido se completa con el siguiente: el constante movimiento de Lurdes R. Basolí (España) con su mirada distante y a la vez extrañada -la escena de las chicas duermientes, como vestales a punto de atacar-; el raro influjo del bosque que Kathryn Cook (Estados Unidos) fotografía como una historia de hadas; los retratos de Jessica Dimmock (Estados Unidos) en el Mar Negro a un grupo de chicas que pasan de la niñez a la adolescencia; el lado áspero, acaso más industrial, de Claudia Guadarrama (México); la documentación de la masculinidad que hizo Claire Martin (Australia); el rastro de la presencia humana de las imágenes de Ami Vitale (Estados Unidos) o esos retratos en los que Emily Schiffer (Estados Unidos) busca rastrear de qué forma la guerra, las sanciones, ocupaciones y cambios políticos han hecho surcos en la vida de la gente corriente. Todas ellas siguieron el mismo itinerario de Morath, pero no el mismo viaje. No fueron tras sus huellas. Imprimieron las suyas.
La fundición del telón de acero
La primera vez que Inge Morath se propuso recorrer el Danubio tenía 30 años. El 16 de mayo de 1958, escribió en su diario de viaje: “Salida de París. 21.20. Tren-cama a Viena. El Oriente Express. ¿O sólo se le llama así después de Viena?". Luego de atravesar Hungría y Rumania, al llegar a Bucarest , Inge Morath anticipó lo que se le viene encima con su intérprete: "Con esta señora no voy a llegar lejos. Valor. Ya veremos”. El comentario no deja de ser curioso en quien parecía capaz de todo. En esas líneas parecía volcar no la desconfianza en su guía sino en su capacidad para capturar todo aquello que el río acercaría y alejaría de su mirada. Inge Morath tenía ya tres años trabajando para la Agencia Magnum. Hija de una familia de científicos, recorrió casi toda Europa de niña. Estudió idiomas en Berlín, trabajó como traductora y luego como editora de varias publicaciones. Ya en Londres, se volcó por completo en la fotografía y trabajó con Henri Cartie-Bresson durante años. Entonces, Morath firmaba sus imágenes con pseudónimo Egni Tarom, para ocultar su condición de mujer. En 1955 enseñó sus fotos a Robert Capa, haciéndolas pasar por las de un fotógrafo desconocido. Capa les dio el visto bueno. Fue entonces cuando Morath admitió que eran suyas. Así entró a trabajar la primera mujer de la Agencia Magnum. Arrancándose de un trasunto.
En aquel primer viaje, ya en la ciudad rumana de Brasov, Morath sentía una desazón creciente. El paisaje era hermoso, pero escurridizo. No había hecho todavía una sola foto. Los demasiados controles para verificar la documentación –eran los años del Telón de Acero- y las no pocas interrupciones la hicieron desistir. Retomó el proyecto en 1993. La situación parecía algo más propicia, el muro de Berlín había caído y la cortina de hierro se fundía en conflictos regionales. Apoyada por Kurt Kaindl, el dueño de la galería salzburguesa que la representaba, la misma persona que en el año 2012 propició un nuevo viaje, esta vez el de Lurdes R. Basolí, Emily Schiffer y Olivia Arthur, todas reconocidas con el premio Inge Morath, otorgado cada año a una joven documentalista. Hasta entonces no se conocían. Kurt Kaindl les habló del recorrido de Morath por Danubio. Lo que aquello supuso para ella, especialmente su conexión con los personajes que fotografió. Muchos de ellos ni siquiera pudieron verse retratados. Una hora después, las fotógrafas lo tenían decidido. Repetirían la ruta y llevarían de vuelta esas imágenes, 20 años después.
¡Inge Morath me fotografió!
Asegura Claudio Magris que la cultura europea es como el Danubio: atraviesa fronteras nacionales, humanas, psicológicas. Es el símbolo de estas diferencias, pero también del rescate de su unidad. El río atraviesa una decena de países. Lo hace con el impulso de los relatos, lo empuja algo vital que riega con urgencia la vida a su alrededor. Su constante movimiento parece obligar a quienes lo habitan y lo atraviesa a comprobar su propia existencia. Eso fue justamente lo que ocurrió.
Procedentes del ámbito de la fotografía documental pero inmersas en una profunda reflexión sobre la naturaleza del fotoperiodismo, las cuatro autoras de la iniciativa –Olivia Arthur, Lurdes R. Basolí, Claire Martin y Emily Shiffer- idearon desde el inicio mecanismos para promover un intercambio más profundo, con el lugar al que se dirigían. El símbolo de esta voluntad fue la transformación de un camión en galería de arte. El concepto de "camión-galería" mostraba las históricas fotografías del viaje de Inge Morath en los mismos lugares donde fueron tomadas con el fin de involucrar a las comunidades con su propia historia. Y así fue.
A los cuatro días de viaje, en Passau, una mujer que visitó el camión se reconoció en una de las fotos de Morath tomada 20 años atrás. “No recuerdo exactamente qué estábamos haciendo. Arreglar algún vinilo de la exposición del interior del camión -siempre había algo que reparar-, charlar con alguno de nuestros nuevos amigos, tal vez. De repente oí una voz desde afuera que gritaba 'Inge Morath photographed me, Inge Morath photographed me!'", cuenta en su blog Lurdes Basolí. “Sorprendidas e impacientes nos ahorramos las formalidades y nos pusimos a buscar en el libro Donau (Donau es Danubio en alemán) la fotografía donde esta extravagante señora posaba para nuestra homenajeada fotógrafa. Efectivamente, ahí estaba, mucho más joven por supuesto, pero con la misma fuerza. Era Barbara Dorsch, una artista total, una líder con talento, una mujer hecha a sí misma. Nació el 1955 en Passau y allí seguía viviendo hoy”. Las fotografías habían vuelto al lugar del que provenían.
“Nunca me había planteado ni dónde ni cómo nace un río. Siempre he vivido donde desembocan los ríos. Descargan en el océano o acaban en un gran lago, o quizá se secan a medio camino en un páramo árido. La muerte de un río es algo que sí puedo entender”, asegura Emily Shiffer, quien viajaba con su hija, lo que la acercó en muchas ocasiones a las casas de otras familias. Desde la propia reflexión sobre el lugar en el que nacen y mueren el cauce de un río, la memoria o la vida que se imprime en ella, hubo quienes, como Claire Marti, recolocaron su punto de vista. "Antes del proyecto del Camión-galería de Inge Morath, apenas había dedicado tiempo a pensar en mis experiencias como fotógrafa. A medida que fui aprendiendo acerca de Inge, su obra y su imagen de fotógrafa pionera, mi percepción cambió. Ser parte del equipo del proyecto con siete fotógrafas excepcionales me animó a cuestionar por qué razón la pasión, el poder y el talento se ven a veces obstaculizados, y cómo podemos enfrentarnos a ello creando nuestras propias oportunidades. En mi trabajo a lo largo del Danubio, a modo de respuesta natural a mi nueva manera de percibir, empecé a examinar la cultura de la masculinidad en las comunidades romaníes, con especial énfasis en los años más impresionables de la pubertad de los varones”.
Pretender resumir la experiencia que recoge Tras los pasos de Inge Morath. Miradas sobre el Danubio en una enumeración descriptiva o una relación de entrecomillados, carece de sentido. La sola idea de imaginar a ocho mujeres, ninguna de ellas por encima de la cuarentena, que atraviesan el Danubio a bordo de un camión-galería tiene algo de delirio y belleza. Un gesto extinto y romántico que podría hacernos pensar tanto en el entusiasmo de los constructivistas como en un Kusturica que atraviesa los Balcanes con su grupo de música gitana The no Smoking Orchestra. Siguieron el mismo itinerario de Morath, pero no el mismo viaje. No fueron tras las huellas de la austríaca. Imprimieron las suyas mientras avanzaban. Esta exposición es el rastro, la desembocadura, de esta experiencia.
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