Cultura

El fracaso cultural de Podemos y Más Madrid

La ambición inicial se ha diluido hasta asumir el discurso dominante

Martes previo a San Isidro, nueve en punto, una noche perfecta. Un centenar personas aplauden a Manuela Carmena cuando sube al escenario. Estamos en la Plaza de la Luna (Madrid) y en los altavoces emiten trip-hop suave y atmosférico. Hemos venido a escuchar en qué consiste la iniciativa de designar un alcalde de la noche para Madrid (en este caso, alcaldesa, Mar Barberán, que anda un poco nerviosa y descolocada entre tanto moderno). El proyecto no es nuevo, funciona en decenas de capitales y por eso las estrellas de acto son Mirik Milan -que habla por vídeoconferencia desde Ámsterdam- y Lutz Leichsenring, que ejerce el cargo en Berlín. Resumiendo mucho: la alcaldía nocturna es una especie de mesa sectorial que media entre dueños de clubes y ayuntamiento para impulsar el sector del ocio nocturno en la ciudad. El acto se celebra en la orilla de Malasaña, pero nadie menciona los problemas que han convertido al barrio en un parque temático para Erasmus europeos y yupis cuarentones de las industrias culturales. Me refiero a conceptos como "gentrificación", "pisos turísticos" y "expulsión de los vecinos".

Leichsenring, un treintañero armado con su 'powerpoint', muestra un mapa de calor cuya misión es identificar la 'creative footprint' (huella creativa) y financiar la insonorización de salas 'cool' . Celebra que Berlín les diese un millón de euros para aislar los recintos que consideraban artísticamente relevantes (no aclara con qué criterios se escogen esas salas, todo parece al arbitrio de su Club Comission). Como estamos en un mitin, no tenemos turno de preguntas, así que me quedo con las ganas de plantear si a todo el mundo le parece buena idea escoger como modelo Ámsterdam -mundialmente famosa por haber convertido su vida nocturna en un supermercado- o adoptar iniciativas de Berlín, una de las urbes europeas con mayores problemas de gentrificación. Este último término alude al encarecimiento del nivel de vida en barrios de moda, que termina expulsando a los vecinos más vulnerables, leáse pobres, incapaces de pagar los alquileres.

Es inevitable recordar que, dentro de la izquierda madrileña, los errejonistas reciben el apodo de 'los siliconvalleys' por su mentalidad propia de una 'start-up' y su tendencia a solucionar problemas recurriendo a iniciativas culturales del mundo anglosajón. El temor más lógico ante la iniciativa -que nadie menciona- es que pueda promover un proceso de homogeneización similar al que ha convertido en indistinguibles los centros de las ciudades de Europa, dominados por las mismas franquicias, los mismos espectáculos tipo Broadway y las mismas campañas corporativas. Tampoco se menciona el problema del cierre en cadena de los bares de viejo típicos de Malasaña. ¿Está proponiendo el carmenismo, seguramente sin quererlo, unas brigadas progentrificación? La alcaldía de la noche es la típica idea que entra bien a todo el mundo (Enrest Maragall acaba de proponer lo mismo para Barcelona) pero que puede intensificar los problemas que pretende resolver.

Esnobismo cultural

Inmediatamente, me viene a la cabeza un polémico texto que escribió en 2015 el filósofo César Rendueles, lamentando que el enfoque cultural de la izquierda española sea tan similar al relato neoliberal. “En las dos últimas décadas, al socaire de la especulación inmobiliaria, surgió en España una importante burbuja cultural de museos, centros de arte, festivales y galerías que, a su vez, propició una cierta inflación discursiva en torno a las políticas culturales. Se trata de teorías culturales sofisticadas, sinceramente preocupadas por la democratización de la cultura pero, de hecho, inservibles para interpelar a la mayoría de la gente. Sobre todo, son discursos puramente desiderativos, incapaces de suyo de traducirse en iniciativas prácticas definidas. Su lema bien podría ser, como sugería hace años José Guirao, ‘todo para el público pero sin el público y con dinero público’”, lamentaba. Lo que denuncia Rendueles - con muchos más matices de los que caben en este párrafo-  es que la izquierda española no puede presumir de haberse sacudido su elitismo o esnobismo cultural.

"Lo difícil no es organizar una tertulia sobre Zizek, sino una asamblea de barrio con lenguaje accesible donde quizás puedas aplicar alguno de los conceptos de Zizek y Gramsci como herramienta", explicó el sociólogo Daniel Sorando

Madrid es un buen ejemplo de estas paradojas, especialmente el distrito de Embajadores/Arganzuela, un  feudo a la izquierda del PSOE (Podemos/Más Madrid/En Pie) escogido por la revista comercial Time Out como el barrio más cool del mundo. Esta rodeada de centros culturales sofisticados, la mayoría con retórica cultural de izquierda, por ejemplo el Reina Sofía, Matadero Madrid, Tabacalera, La Casa Encendida y Medialab. ¿Cómo es posible que la facción más radical de la izquierda madrileña coincida con los especuladores inmobilarios a la hora de escoger zona favorita en la capital? La mejor respuesta la ha dado el sociólogo Daniel Sorando, que subrayó la complejidad del proceso. “Recuerdo una tesis doctoral que presentaba el conflicto como un choque entre personas gentrificadoras versus resistentes de centros autogestionados como Tabacalera.

El antropólogo Manuel Delgado preguntó al autor si había considerado la posibilidad de que ambos colectivos fueran el mismo. Una librería que pone a Gramsci y Zizek en el escaparte puede funcionar como símbolo de distinción, tanto o más que un disco de Björk o un colgante de Tous. Lo difícil no es organizar una tertulia sobre Zizek en una librería, sino una asamblea de barrio con lenguaje accesible donde quizás puedas aplicar alguno de los conceptos de Zizek y Gramsci como herramienta para resolver los problemas comunes”, explicaba en una entrevista de 2016. Si en algo ha fallado la izquierda española es en construirse desde abajo con círculos, asambleas y asociaciones culturales que no se deshagan al primer revés político.

Cuesta hacer recuento de los proyectos culturales fracasados de los partidos del cambio en Madrid. La emisora municipal M21 tiene datos de audiencia irrelevantes y sobrevive como una modesta réplica de Radio 3. El sector editorial han perdido gran parte del interés en publicar libros de miembros del partido morado porque "cuesta distinguir la mayoría de textos de la propaganda electoral". Además no tienen el tirón de 2014, cuando Pablo Iglesias arrasó comercialmente con un libro de conversaciones con el periodista Jacobo Rivero. El último lanzamiento de Iglesias, 'Nudo España', escrito junto a Enric Juliana -subdirector de La Vanguardia- ha pasado de puntillas, sin provocar ningún debate. Más desapercibido incluso pasó el volumen colectivo 'Repensar la España plurinacional', donde ambos participaban junto a otras firmas reconocidas. Publicado en 2017 por Icaria, se supone que era el primer número de la colección Argumenta, que lleva sin continuidad desde entonces.

Colectivo Entraremos

Bajón de actividad

En el terreno del debate político, dejó de publicarse La Circular, la revista para la formación de cuadros de Podemos que nunca llegó a cumplir del todo su cometido. Abandonó su actividad el pasado abril por una reducción drástica en la subvenciones estatales a las fundaciones de los partidos (fueron recortadas al 25%, quedando en unos 70.000 euros anuales). La última noticia publicada es relativa al 8M y muestra a tres mujeres con pasamontañas de colores -el colectivo Entraremos- que exigen la disolución de la Real Academia Española. Apenas aparecen propuestas en la web del Instituto 25M, que organizaba universidades populares trimestrales que dejaron de celebrarse de 2018. Hoy fundación de Podemos solo cuenta con tres personas y tiene planes editoriales con Akal y realiza proyectos de cooperación cultural internacional con AECID en Argentina, Cuba, Colombia, Sáhara Occidental y México.  Se trata de una bajada condierable de la actividad.

Por supuesto, siguen surgiendo propuestas valiosas en el ámbito de Podemos y Más Madrid. Eduardo Maura escribió un excelente ensayo sobre España en los años noventa, donde pedía a la izquierda abandonar su narcisismo para analizar de la tremenda eficacia política que siguen teniendo los grandes relatos culturales de la época (Olimpiadas, Expo 92, los programas de televisión sobre sucesos y desaparecidos de Paco Lobatón y Nieves Herrero). La filósofa Clara Ramas San Miguel firmó una estimulante serie de artículos señalando que la izquierda necesita volver a crear lazo social en vez de menospreciar a quien no comulga con sus ideas. Jóvenes pensadores como Guillermo Fernández y Iago Moreno insisten en que analizar el ascenso de la extrema derecha es mejor estrategia que limitarse a demonizarla. Jazmín Beirak, responsable de Cultura de Más Madrid, ha encontrado al menos dos programas prácticos que defender: el acceso de menores a conciertos y revitalizar las escuelas de música.

"El madrileñismo es la tumba de la izquierda, porque es un ombliguismo arrogante que no se da cuenta de sí mismo", lamenta el filósofo Alberto Santamaría

En el lado pablista, el experto en derecho laboral Héctor Illueca y el veterano dirigente  Manuel Monereo acometieron una tarea con la que pocos se atreven en la izquierda: confeccionar un programa integral para España, expuesto en el libro ‘Por un nuevo proyecto de país’, publicado en 2017 por El Viejo Topo. Convenza más o menos, su gesto rompe con las dinámicas derrotistas y depresivas de la izquierda española desde los años ochenta. El uso habitual de la palabra “España” en los textos de Illueca y Monereo contrasta con la alergia a la bandera que todavía domina los actos de izquierda (por mucho que Errejón hable de patriotismo). Al menos, quedan autores que aspiran a ofrecer una cosmovisión alternativa al relato del adversario.

cartelesmanuela

La tontuna de Madrid

Sin duda el mayor fracaso de la izquierda morada es la dinámica perversa que hace que las luchas internas por el poder en Madrid colonicen el debate nacional. Lo resumió, de manera brillante, el filósofo Alberto Santamaría en un artículo titulado ‘La izquierda topo’. “Es Madrid donde se ha generado lo que algunos y algunas, de modo informal, hemos denominado la izquierda topo, trágicamente hegemónica. Recuerdo algún caso en el que alguien me hablaba de los distritos madrileños (¿se dice así?) como si fuesen recintos que todos los demás no sólo hemos de conocer sino que incluso hemos de reconocer en sus más mínimas estructuras. Hay una tontuna madrileña en la izquierda que desde fuera resulta algo francamente desolador (aunque no deja de permitirnos echarnos ciertas risas a su costa).

Esa es la izquierda topo, es decir, aquella que es ciega al hecho de que hoy, ahora, si es posible que algo pase en España no será en Madrid, ni siquiera en Barcelona. Son las provincias, esas provincias tan menospreciadas por la izquierda topo, desde donde puede venir un cambio. Para ello, por supuesto, será necesario destopizar a la izquierda tanto madrileña como de provincias. El madrileñismo es la tumba de la izquierda, porque es un ombliguismo arrogante que no se da cuenta de sí mismo”, arranca. La definición es cruel pero también muy sólida, como el resto de sus argumentos.

Estartegias y Desafíos, de Rendueles y Sola

El otro gran problema es la incapacidad de la izquierda morada por conectar con las clases trabajadoras, los llamados 'perdedores de la globalización'. Lo explican el mencionado Rendueles y el sociólogo Jorge Sola en un reciente y valioso informe para la fundación Rosa Luxemburgo de Alemania. ¿El párrafo más rotundo? “La movilización social del 15-M y sus ramificaciones ha contado con la primacía de un determinado grupo social: los jóvenes de clase media con educación universitaria que habían visto frustradas sus expectativas de reproducción social y eran los que vivían con más intensidad el incumplimiento de la ideología meritocrática. Por el contrario, los jóvenes de clase trabajadora o la población migrante estuvieron notablemente infrarrepresentados tanto en la dinámica de las movilizaciones, como en los discursos e imágenes que proyectaron. La brecha social en que se basaba el bloque del cambio era la generacional, pero la voz cantante de la nueva generación tenía un marcado sesgo de clase. Ni las mareas, ni Podemos, ni el municipalismo ni el feminismo han conseguido romper esa dinámica y articular políticamente a los de (más) abajo, que sufren con mayor intensidad los efectos materiales de la crisis”, escriben.

Como suele decir el cantautor Ismael Serrano, resultaba problemático escuchar a los indignados del 15M que consideraban intolerable estar en paro con dos carreras y máster en el extranjero. “Lo siento, pero el desempleo es igual de grave cuando le ocurre a un migrante ecuatoriano que trabaja como peón de albañil. Seguramente él sufría más que los de los másters. En realidad, es un enfoque clasista. Las cosas no son más graves porque le ocurran a ‘la generación más preparada de la historia’. Aquello fue un despertar político para muchos, pero otros no buscaban cambiar el sistema, sino encontrar el sitio que pensaban que les correspondía”, explicó en una reciente entrevista con Vozpópuli. No se puede hablar más claro.

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