De las Inmaculadas, las de Murillo son las más conocidas. El género es bastante anterior al sevillano y sin embargo se identifica con él. Zurbarán, que pintó alrededor de quince, le disputa el trono. A pesar de eso, Murillo, de quien se celebra este año el cuarto centenario de su nacimiento, acapara la atención en esta versión iconográfica del repertorio mariano. Resulta curioso de qué forma la virgen María ha sido objeto de no pocos pulsos de poder: desde el que sostuvieron los franciscanos sobre los dominicos para que la iglesia católica aceptara la condición inmaculada al momento de su concepción hasta el uso propagandístico que le dio Franco en 1940 con la recuperación del lienzo de Murillo, hasta entonces en manos del museo del Louvre tras el expolio de las tropas napoleónicas en el siglo XIX. El asunto tiene recorrido y sin duda viene al hilo en ocasión del 8 de diciembre, el día de la Santa Concepción Inmaculada.
La virgen fue objeto de pulsos de poder, desde el que sostuvieron los franciscanos y dominicos hasta Franco en 1940
El prototipo de virgen que creó Murillo en sus Inmaculadas obtuvo un intenso reclamo. El pintor recibía encargos de no pocos clientes, quienes ansiaban para sí el modelo apoteósico e iluminado de ascenso a los cielos. Una de sus creaciones destacó por encima del resto. Se trata de La Inmaculada Concepción de los Venerables, pintada en 1678. Según el historiador Juan Agustín Ceán Bermúdez, don Justino de Neve, canónigo de la catedral de Sevilla y presidente eclesiástico del Hospital de Venerables Sacerdotes de la ciudad, encargó a Murillo la ejecución de una Inmaculada. Tal y como señala el museo del Prado en la ficha dedicada a la obra, Ceán Bermúdez la definió como la mejor de todas las Inmaculadas que Murillo pintó a lo largo de su carrera artística: "Es superior a todas las que de su mano hay en Sevilla, tanto por la belleza del color como por el buen efecto y contraste del claroscuro".
La fama de esta Inmaculada data de los días en que fue pintada, convirtiendo tan pía estampa en un objeto de deseo y codicia
La fama de esta Inmaculada data ya de los días en que fue pintada, un entusiasmo que se mantuvo siglo tras siglo, convirtiendo tan pía estampa en un objeto de deseo y codicia. Hasta el punto de convertirse en parte del botín de guerra del mariscal Soult, quien durante la ocupación de Sevilla por las tropas francesas, la incluyó dentro de la lista de obras que se apropió para su propio disfrute . Según el inventario publicado por Manuel Gómez Imáz, 999 pinturas fueron expoliadas y enviadas a Francia. Tras clasificarlas, las mejores obras fueron apartadas y reservadas para integrar el museo de Napoleón: cerca de 150 trasladaron hasta París. Otras se llevaron a Madrid para que Soult y otros generales franceses se las repartieran como botín de guerra.
Soult se llevó esta Inmaculada a su mansión parisina. Eso incrementó la fama de la pintura
En 1813 Soult se llevó esta Inmaculada, junto con otras importantes obras de Murillo, a su mansión parisina. El asunto incrementó considerablemente la fama de la pintura, que pasó a ser una de las obras de are mejor consideradas del siglo XIX, según plantea Enrique Valdivieso González, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla. Tras muerte del mariscal Soult, la pintura se vendió en una subasta pública que se realizó en París, en 1852. El museo del Louvre desembolsó 615 300 francos oro por ella, la cantidad más elevada jamás pagada por una pintura hasta ese momento.
El lienzo de Murillo fue la primera obra que Franco recuperó en un intercambio artístico con el régimen de Vichy. Al parecer, las negociaciones con Pétain no fueron en absoluto sencillas, según describen Cédric Gruat y Lucía Martínez en El retorno de la Dama de Elche (Alianza, 2015). La posible participación de España para apoyar a la Alemania Nazi en la II Guerra Mundial, le dio a Franco margen de maniobra para presionar y lo usó a su favor, básicamente como un mecanismo de propaganda. Junto con la Inmaculada de los Venerables, de Murillo, los franceses entregaron también el busto de la Dama de Elche, las coronas visigodas del tesoro de Guarrazar y el Archivo de Simancas.
La retórica falangista atribuyó al regreso de la Inmaculada el carácter de una especie de compensación por lo que ellos mismos llamaron “el robo” de Scoult, resarcido por aquella “nueva España” comandada por Franco, quien daba a respetar la nación con el rescate de sus bienes. La llegada del lienzo a Madrid, el 10 de diciembre de 1940, sirvió al régimen para sacar pecho, aunque también es cierto que para obtenerla el Prado cedió al Louvre un retrato de Mariana de Austria, de Velázquez. Ya de vuelta en España, esta Inmaculada nunca volvió a su primitivo emplazamiento en el altar de la iglesia de los Venerables de Sevilla, donde todavía se le reclama.
En todo ese tiempo desde que salió de Sevilla hasta prácticamente 1982, el año de su primera restauración, la inmaculada sufrió varias intervenciones. La primera ocurrió en 1813, un reentelado tras su traslado a París. Sufrió dos intervenciones más, una en 1937 en el Louvre y tres más en el museo del Prado, la más reciente en 1982: se trató de una limpieza que debió ser paralizada a medida que, bajo los repintes, aparecían arrepentimientos y una superficie pictórica muy deteriorada. Veinticinco años más tarde, la obra ingresa en el Departamento de Restauración del museo del Prado. "Los estudios técnicos con que ahora contamos sirven para comprender el alcance de los daños y su efecto sobre la pintura", dijo en su momento María Álvarez-Garcillán, cuya intervención devolvió a la pintura el esplendor estético original.
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