¿Hay que defender la identidad cultural de un país? ¿Existe tal cosa? ¿Cuál es la combinación adecuada entre aceptar la diferencia y reivindicar lo propio? Ese es el debate cíclico global. Mal llevada, la identidad se convierte en la gasolina de los nacionalismos, el caldo de cultivo de la xenofobia y otras alucinaciones. Por eso, para el filósofo François Jullien no tiene sentido hablar de un concepto cerrado de pertenencia y así lo defiende en su libro La identidad cultural no existe (Taurus).
Catedrático de la Universidad París-Diderot, muchos se refieren a François Jullien como uno de los filósofos contemporáneos más traducidos y conocidos del mundo. Alguien con autoritas para relativizar algunos asuntos. Lo hace con la identidad y... ¡el resto de los temas! Hasta la hora es un punto de vista para este pensador, quien ha visitado Madrid para presentar su ensayo La identidad cultural no existe (Taurus), y en cuyas páginas aclara cuáles son, a su juicio, las confusiones más evidentes sobre el asunto de la identidad.
"La reivindicación de una identidad cultural tiende a imponerse hoy, en todo el mundo, como retorno del nacionalismo y reacción a la globalización. La identidad cultural es, al parecer, una muralla contra la amenazante uniformización del afuera y contra los comunitarismos que podrían minarla desde dentro", escribe en este ensayo y defiende en esta conversación."La identidad cultural de los países no existe, ¿qué sentido tiene defenderla? Europa tiene la tarea pendiente de repensarse", explica.
Según el filósofo francés existe un uso equivocado de los conceptos en torno al debate de la identidad cultural. Urge redefinirlos. No existen "diferencias" entre culturas, "existen distancias". La constante tensión entre ambas genera un intercambio, propone una idea de búsqueda. Por eso no puede hablarse de "identidad cultural", pues por naturaleza la cultura se mueve y se transforma, no tiene un único origen.
-Si no se puede hablar de identidad cultural, ¿de qué hablamosr entonces?
-De riqueza cultural -responde-. Tales recursos nacen en el seno de una tradición y de una lengua, en un medio determinado y en un paisaje concreto, pero después quedan a disposición de todo el mundo y no le pertenecen a nadie. No son exclusivos.
-Pero sí reconocibles. Por ejemplo, el Islam ataca aquellos que se consideran iconicos de una identidad europea.
-Es Islam es un dogma. Un no pensamiento.
-Pero ataca valores occidentales. Usted habla de acercamiento, pero en ese escenario es imposible.
-Por eso con los islamistas extremistas no hay diálogo. No hay un juego de acercarse al otro, hay un exterminio.
-Lo identitario ha salido perdiendo. Ha exacerbado la idea del otro como amenaza. Mire a Le Pen, la gente tiende a defenderse cerrándose.
-El Islam supone un debate religioso e identitario.
-Contra un Estado laico, además.
-Ya, claro. El peligro sería que en Francia constituyera una posición identitaria inversa.
-No como tal, pero existe algo que políticamente actúa en la contención.
-Sí, claro, la extrema derecha existe. Es innegable, pero hay mucho más. En el espacio político hay que hacer dos cosas. Frente a una posición identitaria fija y peligrosa, como el Islam, eliminarla. Lo segundo: no reconfigurar el espacio ni el debate político en función de esa posición identitaria fija. Significa hacerle el juego.
-A la luz de esto, ¿qué opina del plan de Macrón para refundar la UE?
-La respuesta al terrorismo islamista es Europa. Relanzar Europa. Porque está muerta. Hay que revivirla con un pensamiento de "lo otro". Hemos definido Europa como laica, o cristiana. No. Europa es el ente entre el Sur y el Norte. Y desde ahí debe relanzarse.
-¿Cómo juzga entonces procesos como el Brexit o la misma Cataluña? Son pulsiones de segregación.
-No todo es igual. El Brexit no es lo mismo que ocurre en Cataluña. Hay que analizar las realidades históricas y no dejarnos despistar por las sincronías, porque cada situación tiene distintos puntos de partida. Lo que escucho en las reivindicación catalana, como la escocesa, es que ambas apelan a Europa. Eso apunta a una idea: la nación del siglo XIX ha terminado. Ya está superada.
-¿Superada? ¿Por cuáles otras cosas?
-Hay otras formas de asociación que no son las nacionales: las redes, causas transnacionales como la ideología... Cuando escucho la reivindicación catalana escucho República. Y eso hace pensar sobre cuál es el estatus futuro de nación. Sus códigos, fronteras, signos, los veo un tanto debilitados. El verdadero debate no es definir Europa sino preocuparse por los recursos culturales de Europa.
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