Mi abuelo siempre decía que, para dormir bien por la noche, uno tiene que llegar a la cama en un estado placentero y tranquilo, ni demasiado contento ni demasiado triste. De lo contrario, según sostenía, es fácil que la emoción impida el anhelado sueño. Siguiendo sus consejos, y con el fin de desactivar cualquier mecanismo que altere el cuerpo y la mente, en algún momento de la adolescencia me di cuenta de que hay algo aún más efectivo que el vaso de leche templada con miel: la risa que producen las escenas de enredo de Frasier, una de las mejores series de la historia y una de las mejores comedias jamás pensadas.
El primer episodio se emitió en Estados Unidos en septiembre de 1993, por lo que este 2023 se cumplen 30 años de una serie que no ha envejecido ni un poco y que mantiene fresca su capacidad para causar una risa desernillante. El pasado mes de mayo, la plataforma de streaming SkyShowtime incorporó a su catálogo las 11 temporadas de Frasier, un total de 264 episodios que en el pasado fueron merecedores de 37 premios Emmy, los más importantes de la ficción televisiva. Además, este año ha arrancado el rodaje de una secuela cuyo estreno se espera para este año.
Frasier nació como un spin-off de Cheers, aquella serie ambientada en un bar de Boston al que acudían de manera habitual un grupo de clientes que bebían y contaban sus hazañas. Uno de ellos, el psiquiatra Frasier Crane, interpretado por Kelsey Grammer, se mudó a su ciudad natal, Seattle, donde empezó una nueva vida en un programa en una radio local, un consultorio en el que atendía las preguntas más extrañas y exóticas que a menudo se escuchaban en boca de actores famosos y otras personalidades estadounidenses.
Este personaje, refinado en sus gustos, amante de la ópera, los restaurantes más exclusivos, los manjares exquisitos y el buen vino -especialmente el buen oporto-, se estableció en un lujoso apartamento con muebles de diseño y una terraza con unas vistas inigualables a la ciudad, en la que compartía aficiones con su hermano, Niles, también psiquiatra, muy maniático, miedoso y, si cabe, aún más esnob.
El padre de ambos, Martin, un policía amante de las partidas de poker entre amigos, la cerveza y los partidos de baseball, al que daba vida el fallecido John Mahoney, pronto se muda con Frasier a causa de las secuelas de un disparo que recibió cuando estaba de servicio. Este es el detonante de la magia y la comedia que surge por el choque entre dos maneras dispares de entender la vida empieza a brotar a borbotones.
Frasier: en busca del paraíso snob
La clave de las situaciones más disparatadas y fuera de control estaba, precisamente, en el contraste entre dos mundos antagonistas. Por un lado, el ambiente elitista en el que viven y al que aspiran los dos hermanos, heredado de la refinada educación de su madre fallecida. Su obsesión por no perder su lugar en los círculos más selectos y por no ser apartados de los ambientes más influyentes de la sociedad ricachona de Seattle acapara todas sus energías.
Por otro, la despreocupación de su padre, un jubilado conformista y sin grandes ambiciones intelectuales que disfruta con los placeres más sencillos de la vida, algo que choca frontalmente con sus hijos, tan pendientes de no desentonar en el entorno que veneran, que olvidan precisamente lo más importante y aquello a lo que se aferra su padre: vivir.
La conquista de Martín en el piso de su hijo se produce a través de tres elementos: Daphne, la fisioterapeuta y asistente que se encarga de cuidarle y darle apoyo en los quehaceres, una ciudadana inglesa procedente de la campiña con una fina ironía cuyo origen y su acento británico es suficiente para volver loco a Niles; Eddie, un perro pequeño, juguetón y simpático con todos menos con Frasier, a quien roba siempre la mejor posición en el asiento más caro de la casa; y un viejo sillón verde, roto y destartalado, que representa lo único que le queda a Martin de sus pertenencias y que ha colocado en el lugar que antes ocupaba una silla Wassily.
'Frasier' da buena cuenta de un buen puñado de verdades y de constantes en el ser humano, sobre todo la estupidez sin límites
Frasier da buena cuenta de un buen puñado de verdades y de constantes en el ser humano. Una de ellas, aunque no la más importante, la estupidez sin límites, en ocasiones representada a través de situaciones estrafalarias y esnobs y en otras más cercanas a cualquier espectador, que funcionan o bien como colleja o recuerdan ese refrán que decía aquello de: "Cuando las barbas de tu vecino veas pelar...".
Sin embargo, ante todo, la serie protagonizada por Kelsey Grammer, con todas sus situaciones de enredo y sus gags, no deja de recordar constantemente lo esencial de la vida, todo lo que queda lejos del mejor oporto, de la mejor puesta en escena de Turandot e incluso del mejor y más caro restaurante de la ciudad, y solo por eso puede considerarse, para esta redactora de Vozpópuli, una serie de culto, capaz de dirigirse al corazón de cualquier audiencia futura.
En toda la maraña de situaciones cómicas, el momento en el que la acción se detenía y tomaba impulso era precisamente ese que el espectador esperaba con más impaciencia. "Le escucho...", le contestaba con una voz engolada un Frasier Crane atento. A partir de ese momento, con la pregunta del oyente llegaba el drama, la cuestión más disparatada o la más divertida. Y aunque parece que la comedia tiene una capacidad limitada para sorprender, Frasier lo sigue consiguiendo. Imposible dormir mejor.
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