1989 fue un año explosivo. En los mismos doce meses, muchos disidentes chinos se levantaron en la plaza de Tiannamen, cayó el apartheid en Sudáfrica y los alemanes derribaron el Muro de Berlín (impulsando la desovietización de Europa del Este). Pocas semanas antes de la caída del comunismo ruso, se publicaba un ensayo que batió todos los récords de debate y ventas, El fin de la historia y el último hombre, firmado por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama (Chicago, 1952). El libro fue tan popular que un quiosquero de Nueva York afirmó que lo vendía “más que el porno” (un recórd muy serio en tiempos pre-Internet). Treinta y pico años después lo seguimos debatiendo, por ejemplo aquí en Vozpópuli.
De manera inmediata, Fukuyama se convirtió en el héroe del centro-derecha liberal y en una figura detestada por la izquierda occidental, que le acusó de confundir sus deseos políticos con la realidad del mundo. Ahora Fukuyama publica en inglés un libro breve, El liberalismo y sus descontentos, que puede enfadar a su antigua base de seguidores. La tesis dice que el liberalismo sufre una deriva autoritaria, como prueba la fascinación de muchos liberales con figuras como Víktor Orbán, actual presidente de Hungría (en su cuenta de Twitter, Fukuyama compartió el artículo “La tentación iliberal”, del analista político Gabriel Schoenfeld, donde se detallan los ejemplos y las inercias de este nuevo liberalismo orbanista).
A comienzos de marzo, Fukuyama predijo que Rusia sufriría “una derrota sin paliativos”, que “revivirá el espíritu de 1989” y resucitara “el decaído espíritu de las democracias occidentales”. La claridad para anticipar el desarrollo de la invasión le ha vuelto a hacer popular en los medios de comunicación. Hace pocos días mantuvo una jugosa entrevista con The New York Times donde analizaba la situación en los siguientes términos: “Se suele hablar con cinismo de la idea de democracia, incluso dentro de muchos países democráticos, pero este conflicto bélico ha dejado claro por qué es mejor vivir en una sociedad liberal”, explicaba.
Fukuyama y el futuro
La amplia influencia de El fin de la historia no es la típica exageración de los medios de comunicación. Desde la caída del muro de Berlín, fue considerado el texto más importante sobre política exterior desde Las fuentes del comportamiento político, también conocido como Artículo X, donde el diplomático, politólogo e historiador George Keenan hacía un llamamiento a la contención del comunismo soviético. En 1992, Fukuyama publicó una versión ampliada de su ensayo para responder al debate generado e incluir nuevos acontecimientos. Un año después, el politólogo Samuel Huntington publicó su famosa tesis sobre el Choque de civilizaciones y se produjo una comparación entre ambos ensayos. “En los noventa y primeros dosmiles (hasta el atentado contra las Torres Gemelas) parecía claro que yo iba ganando, luego muchos pensaron que el ganador era él, pero no tengo muy claro que yo vaya a perder al final”, bromea Fukuyama en el New York Times.
Sigo siendo un defensor de la democracia liberal y me gustan los mercados libres, pero me he movido hacia la izquierda
El éxito global de Fukuyama tuvo consecuencias directas en sus tesis políticas. La fama le hizo ampliar horizontes y “confiar menos en los enfoques de mi reducido grupo de amigos”. En 2004, rompió con parte de su círculo intelectual al considerar que la invasión de Iraq tenía que ver con los delirios de grandeza y falta de rigor histórico de parte de las élites políticas conservadoras de Estados Unidos. Además, lo hizo público en un artículo en la revista National Interest, donde acusaba al analista político Charles Krauthammer de promover un nacionalismo de cartón piedra y traicionar el tradicional escepticismo de los conservadores ghacia los experimentos sociales grandilocuentes (que suelen ser patrimonio de la izquierda radical).
Hace un par de años, en una entrevista con la BBC, ya apuntaba a las tesis de su nuevo ensayo, que seguramente enfadarán a gran parte de su base tradicional de lectores: “Bueno, sigo siendo un defensor de la democracia liberal y me gustan los mercados libres, pero creo que, en muchos sentidos, me he movido hacia la izquierda por un par de razones bastante buenas. Creo que en la década del 2000 las dos grandes catástrofes fueron primero la invasión estadounidense de Iraq y luego la crisis financiera, y ambas fueron el subproducto de ideas conservadoras que fueron llevadas al extremo y condujeron a resultados muy malos. Y eso requería un replanteamiento…”, confesó.
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