Parece casi de juguete, una gran miniatura metálica, una coraza que vista en el Prado a través de los brochazos de Tiziano se agiganta. En ese pequeño armatoste metálico que sujeta una lanza estuvo metido el rey del mundo. La armadura de Carlos V en la batalla de Mühlberg, presente en todos los libros de Historia, es uno de esos objetos mágicos que al mundano del s.XXI le hace retroceder varios siglos y le obliga a reflexionar sobre la fugacidad del tiempo. Unos pasos más adelante en la exposición de la Galería de las Colecciones Reales, la armadura de su hijo Felipe II nuevamente nos hace cuestionarnos sobre la incerteza del presente. El hombre que organizó una armada para tratar de invadir las islas británicas, lucía en su armadura, treinta años antes, los escudos de sus dominios hispanos junto a los leones ingleses de los que era regente tras su matrimonio con María Tudor.
Pocas veces se puede anunciar el estreno de una muestra de más de 650 piezas, al tiempo que se estrena un edificio de 40.000 metros cuadrados, con obras de Caravaggio, Tiziano, Goya o Velázquez. El proyecto fue el sueño de Manuel Azaña en su afán por acercar al pueblo el patrimonio estatal, antes regio. Pero el museo quedó enterrado en el tiempo durante 60 años hasta que José María Aznar lo rescató, y es ahora, durante los que pueden ser los últimos días de Pedro Sánchez en el gobierno cuando se abre al público esta colosal exposición. Fue precisamente el adelanto el electoral el que alteró el calendario previsto, y no será hasta el 25 de julio cuando se produzca la inauguración oficial a la que asistirán los Reyes.
De momento, Patrimonio Nacional, de quien depende el museo ha hecho un adelanto con cuatro días de puertas abiertas en horario de diez de la mañana a ocho de la tarde. El museo se encuentra en un lateral de la catedral de la Almudena frente al Palacio Real, en la cornisa de la Plaza de la Armería. Visto desde el Campo del Moro, al conjunto monumental, presidido por el Palacio Real del siglo XVIII y la Almudena de inicios del XX, se acopla debajo de esta, como una ampliación descendente de la cornisa, esta arquitectura del siglo XXI. Ha sido esta edificación la que mayor parte del presupuesto se ha llevado, 139 de los 172 millones de euros que ha costado este proyecto que se ha prolongado durante 25 años. Sus continuos atrasos le confirieron la condición museo gafado, pero durante las obras se vio enormemente agraciado con el hallazgo de los restos de la muralla árabe del siglo IX y la puerta de acceso a la ciudad, un regalo arqueológico que representa la raíz misma de la propia capital.
De los Austrias...
El visitante arranca este viaje histórico de cinco siglos, estructurado en tres pisos ordenados cronológicamente y divididos por las dos principales Casas Reales españolas: una planta para los Austrias, otra a los Bornones y una tercera para exposiciones temporales.
Cuatro columnas salomónicas del siglo XVII de madera policromada procedentes de la iglesia del Real Hospital de la Virgen de Monserrat, un tapiz belga de oro, plata, seda y lana de 1515, rodeados por dos piezas del tesoro de Guarrazar sirven de bienvenida en la sala de los Austrias. En esta primera planta se cuelan los últimos Trastámara con la presencia de un retrato de Isabel la Católica enfrentado a un capacete, el famoso casco metálico que todos relacionamos con la conquista de América.
Uno de los aciertos de la exposición son las sorpresas que el visitante va encontrando. Entre los inmensos tapices, tan del gusto de la época medieval y moderna, aparecen las mencionadas armaduras de lo Carlos y Felipe; coches y retratos reales; joyas escultóricas como el impactante arcángel San Miguel de Luisa Roldán, conocida como La Roldana; o la barroca carroza negra de Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, que cualquier visitante actual identificara como un coche fúnebre pero que no era más que la moda de ebonizado de la época.
La sala de los Austrias cierra con el tenebrismo de Salomé con la cabeza del Bautista uno de los últimos cuadros de Caravaggio; y con el caballo blanco de Velázquez, una pintura sin jinete que esperaba incluir un personaje sobre la silla o ser un modelo para los retratos ecuestre.
...a los Borbones
El trabajo museográfico destaca por su gran labor divulgativa a la que facilita el orden cronológico de la muestra. La sala de los Borbones acaba con el tono oscuro de los Austrias con abundante y exótico mobiliario entre el que destacan las chinerías, las vajillas y jarrones orientales. Instrumentos, armas, capillas portátiles y sillas de besamanos que muestran el avance de los tiempos y el cambio de gusto de la casa real de origen francés.
De esta sala sobresale el espacio dedicado a Goya con varios tapices y dos retratos de los Reyes María Luisa de Parma y Carlos IV frente a un espectacular adorno de mesa. También captan la mirada y la cámara del visitante el inmenso coche de la Corona Real de los últimos años de Fernando VII y los primeros retratos fotográficos de Isabel II en 1860, un daguerrotipo de 1851 de la vista del museo del Prado y cartas de Unamuno y Puccini.
La última planta, destinada a exposiciones temporales, ahora permance ocupada por la muestra En movimiento, dedicada a vehículos y carruajes de Patrimonio. Dos obras marcan el inicio y final de la muestra: la litera en la que Carlos V viajó durante sus últimos meses de vida, que de nuevo vuelve a impresionar por su reducido tamaño; y un monstruoso Mercedes todoterreno que Hitler regaló a Franco.
A pesar de que la museografía se cierra con Isabel II y la nacionalización de las colecciones reales, extraña la ínfima presencia del medio siglo de la actual monarquía. "Están presentísimos en el ultimo espacio, en audiovisuales, donde están tanto el Rey Juan Carlos y doña Sofía como los reyes actuales, con una presencia más moderna y dinámica a través de todas las imágenes", explicó la directora de Colecciones Reales, Leticia Ruiz. Ciertamente, la planta de los Borbones finaliza con unas pantallas que parecen estar incluidas para tratar de evitar otros objetos de Patrimonio Real mucho más conocidos, más valiosos, pero indudablemente más incómodos como el retrato de Antonio López, en el que aparecen los Eméritos junto a sus tres hijos.
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