El futuro ya no es lo que era. Las sucesivas crisis del sistema político global nos hacen mirar hacia adelante con una mezcla de ansiedad, angustia y amenaza. Quien estudie la producción cultural actual, confirmará que las distopías ganan por goleada a las utopías. Ha sabido verlo con claridad el filósofo Diego S. Garrocho, director del curso La industria de la nostalgia. Signo y relato de una generación que olvidó el futuro. Se celebra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid entre el 28 de junio y el 2 de julio. "En un mundo en el que todo cuanto existe es la reposición de lo previamente dado, se antoja enormemente difícil activar nuevas formas de imaginación y creatividad”, explica el programa. Entre los participantes, todos de gran nivel, destacan nombres como Javier Moscoso, Remedios Zafra, Eduardo Maura, María Rosón y Ramón del Castillo, según adelanta la organización a Vozpópuli.
Pregunta: En su ensayo Sobre la nostalgia explica el origen médico del término, que nace como “tristeza provocada por el desarraigo de la patria”. Puede parecer que hablamos de algo antiguo, pero en realidad está de rabiosa actualidad. Por ejemplo, Marion Maréchal Le Pen (Reagrupación Nacional) suele citar la frase de Simone Weil que dice que "el desenraizamiento destruye todo salvo el deseo de pertenencia".
Respuesta: La nostalgia se describió a finales del siglo XVII como una enfermedad propia de soldados que añoraban la patria cuando estaban destacados en misiones extranjeras. No estoy seguro de que ese uso sea fácilmente conectable con la nostalgia contemporánea más allá de su empleo metafórico. Lo que sí creo que existe, y algunos están sabiendo rentabilizarlo, también la extrema derecha francesa, es un nuevo apego por las raíces, por los orígenes y por el arraigo. En un mundo cada vez más volátil e inmaterial las personas buscan nuevos ejes fijos para orientarse. Durante las décadas posteriores a la II Guerra Mundial se celebraron ciertas formas de emancipación que comienzan a evidenciar síntomas de agotamiento. La posibilidad de vivir sin raíces, sin referentes fijos, sin un sistema de valores sólidos y reconocibles que orienten nuestra existencia es un lujo que casi nadie se puede permitir. La búsqueda del sentido es consustancial al animal humano.
Marion Maréchal, que tiene un olfato singular para detectar tendencias y sensibilidades sociales, se ha servido de esa necesidad para construir un discurso enormemente poderoso que haríamos mal en infravalorar. La extrema derecha francesa empieza a no ser inculta, ni miope ni casposa. De ahí su riesgo. En general lo que más me preocupa de los populismos no son sus virtudes, sino la torpeza con las que otras fuerzas políticas son capaces de regalarles algunas verdades. El uso de Simone Weil —quien se revolvería en la tumba si supiera para qué se usan algunas de sus citas— es, naturalmente, interesado y falaz. Pero más que inquietarme este uso espurio de sus palabras lo que lamento es que otras corrientes políticas no lo hubieran hecho antes.
P: El texto de presentación del curso dice lo siguiente: “Experiencias como el cambio climático, la crisis financiera de 2008 o la actual pandemia obligaron a toda una generación a concebir el futuro no como una forma de esperanza sino como el escenario de una amenaza”. ¿Están los jóvenes condenados a la nostalgia? ¿Qué cambia esto respecto a aquella juventud de los sesenta a los ochenta que parecían tener toda su atención puesta en el futuro?
R: Creo que la condena de la nostalgia, o de la memoria, comienza ya a afectar a dos generaciones, y esto es especialmente dramático. La primera que experimentó la cancelación de una expectativa razonable de vida fue la de los mileniales, cuyo horizonte se truncó con la crisis de 2008. Los jóvenes de ahora, en un contexto de crisis repetida, enfrentan de nuevo la imposibilidad de imaginar un futuro próspero. Nosotros vivimos el engaño en directo, y de ahí surgió la indignación y una energía política: constatamos que se nos había mentido. La juventud actual, lamentablemente, ya no constata con asombro la estafa: vivieron una infancia marcada por la crisis financiera y han crecido con las expectativas rotas.
El sueño del revolucionario de un chaval de veinte años no debería consistir en enfrentarse a un dictador que murió hace casi medio siglo", denuncia
La generación de nuestros padres o, incluso, la generación de nuestros abuelos que vivió una guerra, orientaron su vida en torno a una premisa: era muy probable que el mundo fuera paulatinamente a mejor, lo que generó no sólo una sociedad, sino una experiencia íntima y cotidiana en la que el porvenir era un lugar por el que luchar. Esa expresión tan doméstica y sencilla de “tienes que labrarte un porvenir o un futuro” es muy elocuente, porque demuestra que el futuro o el porvenir era sinónimo de prosperidad. Ahora, si pudiéramos, escaparíamos del futuro. Hoy sabemos que los días que vienen serán, muy probablemente, más distópicos que otra cosa. Creo que la nostalgia es el refugio de una esperanza que se ejerce no hacia el futuro sino hacia el pasado. Y lo peor de todo es que no es un prejuicio, sino una percepción fundada: el mundo occidental hace veinticinco años era más prometedor de lo que lo es hoy.
P: La nostalgia es omnipresente como arma política. Por ejemplo, Vox y Podemos apelan de manera constante a los años treinta. Uno de los participantes de su ciclo de conferencias, el sociólogo Eduardo Maura, explica en su último ensayo cómo el Régimen del 78 sabe fijar imágenes para autolegitimarse, entre ellas la estampa del príncipe de Asturias portando la bandera española con el equipo olímpico en Barcelona 92. Ciudadanos en Cataluña apelaba a la Barcelona abierta de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. ¿Es imposible construir hoy un imaginario político sin elementos nostálgicos?
R: Tiene toda la razón Eduardo, aunque yo creo que no es necesariamente malo. Toda comunidad política se asienta sobre mitos fundacionales que son naturalmente falsos, y no pasa nada. Es así desde la Grecia antigua, y puede que mucho antes. Lo relevante es si los valores que preserva y potencia el mito son buenos o no, si funciona para investir de sentido una realidad política que pueda hacerse legítima. Creo, además, que la España del 92 era un país mucho más articulado simbólicamente que la España actual. Existía una narrativa para el país, por más que ahora nos pueda parecer algo ingenua y, por supuesto, legítimamente interesada. En ese sentido, creo que Eduardo y yo tenemos una opinión desigual de la Transición y precisamente por eso me gusta dialogar con él, porque es un interlocutor sumamente lúcido que me obliga a revisar mis prejuicios.
En cualquier caso, pienso que la retropatía (esto es, la enfermedad de lo retro) no se demuestra tanto en el imaginario conservador como en el progresista. Que la cultura conservadora sea nostálgica es, hasta cierto punto, una redundancia obvia. Lo singular es que ahora hasta las revoluciones aspiran a recuperar el arquetipo del partisano o, en sede patria, la lucha antifranquista. El sueño revolucionario de un chaval de veinte años no debería consistir en enfrentarse a un dictador que murió hace casi medio siglo. Esto sí es novedoso. En un contexto en el que la máxima vanguardia estética e ideológica se asienta sobre los estertores del mayo del 68 podemos certificar, sin miedo a equivocarnos, que hemos cancelado el futuro.
P: Como periodista especializado en cultura pop, creo que la industria cultural usa la ‘retromanía’ -término ‘cool británico’ para la nostalgia- como forma de acelerar el carrusel del mercado (o sea: para ofrecer nuevos productos cada tres meses, en vez de cada vez que hay una novedad creativa). Imitar fenómenos exitosos del pasado requiere poca innovación y además apuestas sobre seguro, al trabajar con estéticas que ya han tenido éxito. ¿Cómo valoras la dimensión comercial de la nostalgia?
R: La nostalgia musical es un fenómeno muy concreto aunque, cuidado, copiar e imitar a los grandes maestros ha sido casi una constante a lo largo de la historia del arte. No tengo una respuesta clara ya que no sé qué fue antes, si la industria de la nostalgia o la experiencia nostálgica o retromaníaca de nuestra generación. Lo que sí parece evidente es que la recuperación nostálgica de ciertos productos culturales funciona industrialmente. Ahí convergen muchos elementos: es posible, de una parte, que echemos de menos una producción artesanal y aurática de los discos. Creo, también, que hay una reactivación del folclore como una forma de refugio identitario. Los ritmos antiguos, los imaginarios clásicos, castizos, lo cañí… tienen un aura de autenticidad local que nos conecta de forma muy íntima con la proximidad: las canciones de nuestras abuelas, la infancia, aquellos veranos… Frente a lo intangible del mundo digital aquella música tenía un componente táctil y material que nos sigue pareciendo admirable.
La nostalgia puede ser un sentimiento noble y fecundo si sirve de inspiración para la producción artística o para la transformación del mundo", destaca
Creo, también, que el perfeccionamiento de nuestros registros nos ha hecho más conscientes de la repetición: ahora se hace mucho más difícil inventar nada simplemente porque tenemos registro de todo lo creado y sabemos reconocer los patrones que se repiten, las iteraciones que en otro tiempo podrían parecer originales aunque no lo fueran ahora se hacen evidentes. Y no podemos afrontar el sesgo nostálgico de nuestra generación sin referirnos a la tecnología. Ahora existe una perfecta simetría en el acceso, lo nuevo y lo viejo coexisten de forma yuxtapuesta: te cuesta lo mismo buscar en Youtube una canción de Pepe Marchena que una de Bad Gyal. Hace años las radiofórmulas imponían una cronología de consumo centrado en la novedad que ahora, en parte, se ha quebrado. En cualquier caso no sé si echamos de menos las canciones antiguas o si lo que añoramos es quienes éramos entonces.
P: Otra frase del programa: “La nostalgia, indudablemente, es una forma de alienación, aunque todavía podamos sondear los riesgos y posibilidades de una experiencia a mitad de camino entre lo legítimo y lo patológico”. ¿Puedes ponernos ejemplos actuales de esas exploraciones interesantes “entre lo legítimo y lo patológico”?
R: Claro. Cuando señalo que la nostalgia es una forma de alienación subrayo que, de alguna manera, esta experiencia nos hace salir del presente y de nosotros mismos. De nuevo, existen experiencias cognitivas y espirituales que procuran esa forma de alienación: la mística, la inspiración, determinadas formas de solidaridad radical, la contemplación extasiada de una obra de arte… consisten, fundamentalmente, en un salir de sí en un rapto muy próximo a lo que los griegos denominaban “entusiasmo”. La nostalgia puede ser un sentimiento noble y fecundo si sirve de inspiración por ejemplo, para la producción artística o para la transformación del mundo. Incluso como exilio interior parece razonable ir generando un capital memorativo propio.
Creo que hay un noble residuo nostálgico en el alma humana que nos lleva a constatar que nos falta algo, que vivimos en una ausencia permanente de algo que ojalá regrese. George Steiner o Giorgio de Chirico hablaron de nostalgia del absoluto, o del infinito… Tal vez por ello no somos capaces nunca de estar verdaderamente bien aquí y ahora. Sin embargo, enmendando el poema de Ginsberg, también puedo constatar que he visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la nostalgia. Hay usos patológicos y paralizantes de estos rasgos nostálgicos y, por supuesto, hay experiencias políticas que recrean peligrosas utopías retrospectivas. En términos políticos las utopías, ya sean hacia el futuro o hacia el pasado, tienden a darme mucho miedo.
P: Me parece muy interesante el enfoque de la conferencia de Remedios Zafra , que se titula “la vida (online) de lo ya vivido”. Dicho esto, para mucha gente espacios como Youtube son también una forma de participar en culturas que les pillaron demasiado jóvenes o aún sin nacer. ¿Qué opinan de la nostalgia de lo no vivido?
P: Tengo muchas ganas de escuchar a Remedios, es sin duda una de las mejores ensayistas de este país. Como antes señalaba, la tecnología es un elemento determinante en la construcción de la experiencia nostálgica. De la misma manera que hoy, si quieres, puedes vivir inmerso en otra lengua sin salir de tu habitación, en nuestro tiempo se ha hecho accesible una recuperación permanente de lo ya acontecido. Es un ejercicio un tanto solipsista, y hasta peligroso, pero uno casi podría vivir si quiere en 1990. Estoy convencido de que si cualquier cadena emitiera la liga 96-97 (la de Ronaldo y Mijatovic) sería un éxito de audiencia.
Con respecto a las vidas que no fueron, si nos tomamos en serio la nostalgia descubriremos que es siempre una nostalgia de lo no vivido. En clase, explicando a Platón, les pregunté a mis alumnos si podríamos echar de menos algo que no hayamos vivido nunca y un chico resolvió el dilema con perfecta rotundidad: profesor —dijo—, sólo podemos echar de menos lo que no hemos vivido. Y estaba en lo cierto. Cada vez que recordamos los teóricos días felices no cabe duda de que estamos coloreando nuestro registro memorativo. Ni aquel viaje fue tan divertido, ni aquel amor fue tan perfecto ni nosotros fuimos los héroes que hoy queremos y creemos recordar. Ahora bien, tampoco me parece necesariamente mal. La ficción es también un dispositivo defensivo para reparar nuestra propia mediocridad. Mientras nuestra fábula no atropelle las vidas de otros creo que tenemos derecho a salpimentar nuestro recuerdo con cosas que nunca ocurrieron. Sin ese recurso creo que la vida, al menos la mía, se haría insoportable.
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