La muerte biológica de Mijaíl Gorbachov es su segunda muerte; en el plano simbólico, murió con la disolución de la Unión Soviética. Su papel fue puramente negativo, en concreto ejerció de mediador en desvanecimiento: fue el político que ‘derribó el muro’, el que puso en marcha la desaparición del sistema comunista, y el que es recordado y recibe elogios porque consiguió que todo esto ocurriese de manera pacífica. Gorbachov interpretó su papel con honestidad, así que…¿qué ocurrió para que todo se torciera? ¿Por qué la perestroika se transformó en catastroika?
Cuando Nikita Jruschov comenzó el proceso de desestalinización en 1956, su apuesta consistió en vender que su (limitada) confesión serviría para fortalecer el movimiento comunista, algo que resultó cierto en el corto plazo. Aquí toca recordar que la era Jruschov fue el último periodo de entusiasmo comunista auténtico, la última etapa de fe en el proyecto comunista. Cuando, durante una visita a Estados Unidos en 1959, Jruschov pronunció su famosa frase ‘Vuestros nietos serán comunistas’, lo que estaba haciendo era compartir un convencimiento de toda la nomenclatura soviética.
Su desestalinización estuvo marcada por un largo proceso de ‘rehabilitación’, de admitir ‘errores’ en el pasado político del partido. La rehabilitación gradual de demonizados exlíderes bolcheviques puede servir quizá como el índice más sensible de cuán lejos (y en qué dirección) se movía esa desestalinización de la Unión Soviética. Los primeros rehabilitados fueron los altos mandos militares abatidos a balazos en 1937 (Tujachevski y otros); el último en el proceso de rehabilitación -ya en el periodo Gorbachov, antes del colapso- fue Bujarin.
Esta última rehabilitación, por supuesto, fue una clara señal del giro hacia el capitalismo: el Bujarin rehabilitado fue el político que, en los años veinte, defendió el pacto entre trabajadores y campesinos (dueños de la tierra), lanzando el famoso eslogan “Hazte rico” y también el que se oponía a las colectivizaciones forzosas. En todo caso, de manera significativa, hubo una figura que no fue NUNCA rehabilitada, excluida tanto por los comunistas como por los nacionalistas anticomunistas; me refiero a Trotsky, el ‘judío errante’ de la Revolución, el verdadero antiestalinista, que se oponía a la idea de “comunismo en una sola nación” para defender una ‘Revolución permanente’.
Gorbachov contra el pasado
Tras la caída de Jruschov en 1964, un cinismo resignado se convirtió en dominante en la Unión Soviética, hasta que llegó Gorbachov con un intento más radical de enfrentamiento con el pasado. En todo caso, Lenin se mantuvo como punto de referencia intocable de Gorbachov, y Trotsky se convirtió en una no-persona, con buenas razones para ello. En su último texto, Christopher Hitchens escribió que “en los momentos finales de su vida, aislado en México y consciente de la decadencia de su salud, Trotsky admitió, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que el conflicto podía finalizar sin una revolución socialista. En ese caso, todo el proyecto marxista-leninista debería ser abandonado”. Aquí resulta relevante un pasaje de ese último texto de Trotsky:
“Estamos obligados a reconocer que (el estalinismo) no estaba enraizado en el retraso histórico de nuestro país ni en el marco histórico del imperialismo, sino en la incapacidad congénita del proletariado para convertirse en clase dominante. Entonces se vuelve necesario establecer, mirando en retrospectiva, que (…) la actual URSS fue la precursora de un nuevo y universal sistema de opresión”.
Trotsky es muy claro: hay que dejar atrás la misma idea de ‘poder proletario’, de los parias de la Tierra, para organizar un poder alternativo. La expresión “de manera retrospectiva” quiere decir que esa idea estaba maldita desde su mismo comienzo. Este es el paso que Gorbachov no estaba listo para dar: cuando lanzó los lemas de glasnost (transparencia) y perestroika (cambio) no fue capaz de ver que había desatado una avalancha que iba a cambiar el mundo.
Con las reformas de Den Xiaoping, los chinos se movieron en una dirección radicalmente distinta, casi contraria. A nivel de Economía -y, hasta cierto punto, Cultura- se abandonó lo que se entiende habitualmente por ‘comunismo’. Al mismo tiempo que se abría de par en par la puerta a la liberalización occidental (propiedad privada, búsqueda del beneficio, individualismo hedonista etcétera), el Partido Comunista mantuvo su hegemonía político-ideológica, no en el sentido de doctrinal ortodoxo (en el discurso oficial, el concepto confucianista de ‘sociedad armoniosa’ sustituyó en la práctica a cualquier referencia comunista), sino en el sentido de mantener el papel incondicional de único garante de la estabilidad y prosperidad de China.
Salvar el legado de Mao
Todo esto requirió una vigilancia y regulación exhaustiva del discurso ideológico sobre la historia de China, especialmente respecto a los dos últimos siglos: las variaciones de los libros empiezan ocultando la humillación del país en las Guerras del Opio y terminan con la victoria comunista en 1949, desembocando en la conclusión de que el patriotismo equivale a apoyar lo que diga el partido. Cuando se otorga a la Historia este estricto papel de legitimación, por supuesto, se la condena también a no poder aceptar ninguna autocrítica.
Aunque sabemos muy bien que Mao cometió errores que causaron un enorme sufrimiento, su figura se mantiene mágicamente inmaculada, a pesar de los hech
Hoy se puede decir que los chinos aprendieron la lección del fracaso de Gorbachov: el reconocimiento completo de los ‘crímenes fundacionales’ solo puede resultar en un colapso del sistema. Por tanto, esos crímenes deben permanecer silenciados: cierto que en China se han denunciado ciertos ‘errores’ y ‘excesos’ maoístas (el Gran Salto Adelante y la devastadora hambruna que provocó, así como la Revolución Cultural); y que la valoración de Den del papel de Mao (setenta por ciento positivo, treinta por ciento negativo) se ha convertido en fórmula oficial. Pero estas premisas funcionan como una conclusión formal, que condena cualquier análisis posterior como superfluo: aunque Mao fuera malo un treinta por ciento de las veces, el impacto simbólico de esta admisión queda neutralizado, para seguir celebrando al líder como fundador de la nación, con su cuerpo en un mausoleo y su imagen en cada billete de banco.
Aquí estamos tratando con un caso claro de desautorización fetichista: aunque sabemos muy bien que Mao cometió errores que causaron un enorme sufrimiento, su figura se mantiene mágicamente inmaculada, a pesar de los hechos. De este modo, los chinos pueden estar en misa y a las tajadas: los cambios hacia la economía liberal no resultan incompatibles con mantener el sistema de partido único que venían utilizando.
Mi recuerdo más triste de Gorbachov es un rumor que circuló por Alemania en 1990: quién sabe si es verdad pero sé non e vero, é ben trovato…Durante una visita a Berlín, después de que perdiera el poder, Gorbachov quiso dar una sorpresa al excanciller Willy Brandt con una visita no anunciada. Lo que pasó es que cuando Gorbachov y su escolta tocaron el timbre el político alemán se negó a verles. Más tarde explicó a un amigo el motivo de su conducta: en realidad, nunca había perdonado a Gorbachov que permitiera la disolución del bloque soviético, no porque fuese un partidario secreto del comunismo soviético, sino porque sabía que esa desaparición traería el ocaso del Estado del Bienestar occidental. Esto significa que Brandt sabía que el sistema capitalista está abierto a hacer concesiones a los trabajadores y los pobres si existe la amenaza de una alternativa política, de un sistema de producción alternativo capaz de garantizar derechos. Para retener su legitimidad, el capitalismo debe demostrar que funciona mejor para todos, incluso para los desfavorecidos, y cuando esa alternativa desaparece se puede desmantelar el Estado del Bienestar.
La actual crisis global llama con claridad a buscar una alternativa social radical. En todo caso, si queremos resucitar la posibilidad de un comunismo realmente diferente, tendremos que basarnos en algo totalmente distinto a lo que imaginó Gorbachov (y Lenin).
Este artículo se publica con autorización de Akal, editorial de los principales ensayos de Slavoj Zizek en castellano
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