El movimiento ‘britpop’, dominante en Europa en los años noventa, tuvo algunos grandes momentos: el romanticismo rockero de los dos primeros álbumes de Oasis, la purpurina plebeya de Different Class de Pulp y la elegancia malrollera de los himnos de The Auteurs (1995). Se trata de una corriente claramente sobrevalorada, que los medios ingleses inflaron a conciencia bajo la etiqueta publicitaria de ‘Cool Britannia’, que buscaba recrear la vibrante atmósfera cultural de mediados de los sesenta, presentando a Tony Blair como una reencarnación de Harold Wilson, primer ministro laborista en los años del ‘swingin’ London’ y del triunfo global de The Beatles. Hasta tenían a Kate Moss para hacer denueva Twiggy.
También se alentaba la esperanza de que la selección de David Beckham ganase algún título, reeditando los laureles del Mundial 1966, en plena fiebre ‘beat’. Por supuesto, los planes no salieron bien: la mayoría de artistas se desfondaban al tercer álbum y la cosa enseguida demostró que era pura nostalgia recalentada. ¿Qué queda hoy de todo aquello? Unos cuantos divos rock decadentes y el talento de Damon Albarn, que empezó a florecer -verbo cursi y preciso- nada más disolverse Blur. El pijazo repelente que te hacía simpatizar automáticamente con los hermanos Gallagher terminó siendo el talento mayúsculo que aquella camada popera.
Albarn pertenece a la estirpe de los exploradores pop, capaces de plantarse en cualquier punto del planeta para absorber un sonido que les interesa
Mi ultimo gran recuerdo del Festival Internacional de Benicàssim fue un concierto de Gorillaz en 2010. Presentaban Plastic Beach, una de sus cumbres creativas, con un repertorio distinguido y pletórico inspirado en la crisis ecológica del planeta (pero sin sermones políticamente correctos). Sobre el escenario más grande del festival, nos miraba un pelotón de genios de la música popular: Paul Simonon y Mick Jones de The Clash, los clásicos raperos De La Soul, el semidiós de la música negra Bobby Womack y una orquesta tradicional siria. Más de treinta personas mimando las sutiles composiciones de Albarn. Todo funcionó a la perfección. La mayoría de discos basados en colaboraciones fracasan por innecesarios y aparatosos, pero Gorillaz son claramente una excepción, la suma supera el valor de las partes. Todo ello envuelto en los dibujitos noventeros de Jamie Hewlett.
Constelación de estrellas
El nuevo trabajo, Song Machine, no aporta grandes novedades, pero tampoco rebaja el nivel. Alcanza con facilidad las tres estrellas y media sobre cinco. Avanzando por sus surcos, resulta imposible no admirar la tranquila maestría para bordar los medios tiempos, justo en un momento en que las listas de éxitos viven de los extremos, con himnos fiesteros o baladas depresivas. La dulcísima "Désolé", con la cantante costamarfileña Faoutomata Diawara, es el mejor ejemplo; no inventa nada, pero ahí te quedas colgado de su ritmo sencillo y ansiolítico. La función se abre con una pantanosa colaboración de Robert Smith (The Cure) y se cierra con percusiones póstumas de Tony Allen, padre del arrollador ‘afrobeat’ nigeriano. Entre ambos momentos, un nuevo recital de orfebrería con invitados de la talla del mítico Elton John, la delicada St. Vincent y el bajo inconfundible de Peter Hook, de Joy Division y New Order.
Albarn pertenece a una estirpe muy especial del planeta pop: me refiero a los exploradores coloniales, carcomidos por la curiosidad y capaces de plantarse en cualquier punto del planeta para absorber un sonido que les interesa. Hizo un disco precioso en Mali, conoce de sobra las texturas jamaicanas y puede comunicarse con cualquier músico de barrio afroamericano, desde Mos Def a Snoop Dogg, pasando por Skepta. Se ha ganado un lugar a la altura -como poco- de Peter Gabriel, David Byrne, el Paul Simon de "Graceland", Manu Chao y Diplo (del último está muy por encima). El verdadero espíritu británico es es expansivo y global, como lo fue el imperio más grande de la historia. Albarn representa la versión luminosa, buenrrollera y pop. Es un superclase, por decirlo en pocas palabras. Los Gallagher pueden seguir luciendo parkas de alta costura y mascullando ante la prensa que el mundo no le merece.
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