Hace días Luis Herrero Goldáraz escribió un artículo sobre la presencia de José Luis Garci, el cineasta, entre los firmantes de la petición de indulto para José Antonio Griñán, el malversador. Nos recordaba el columnista que Garci y Griñán son amigos, que la amistad tiene motivos que la justicia no entiende y que, por tanto, la petición del primero es lógica e incluso legítima. El texto de Herrero es sobresaliente, como casi todos los suyos, y evoca unos versos de Martínez Mesanza:
Si tuvieses al justo de enemigo,
sería la justicia mi enemiga.
A tu lado en el campo victorioso
y junto a ti estaré cuando el fracaso.
Tus palabras tendrán tumba en mi oído.
Celebraré el primero tu alegría.
Aunque el fraude mi espada no consienta,
engañaremos juntos si te place.
Saquearemos juntos si lo quieres,
aunque mucho la sangre me repugne.
Tus rivales ya son rivales míos:
mañana el mar inmenso nos espera.
Celebro el artículo de Herrero, por supuesto, pero hay algo al tiempo tan tenue como una intuición y tan seguro como una certeza que me impide suscribirlo. Por un lado, me resisto a creer que el castigo sea un mal que debe evitarse a toda costa; por el otro, no estoy del todo cómodo con la idea de que la amistad pueda desvincularse alegremente de la justicia y de la virtud.
Los textos de Herrero y los de los demás defensores de Garci se fundan en una premisa sensata pero refutable: que el castigo es malo y que, en consecuencia, los amigos de Griñán tienen que procurar por todos los medios que él no lo sufra. Yo niego la mayor. Más que como un mal que debe eludirse, concibo el castigo como un bien que debe celebrarse. Defiendo la impopular idea de que, asumiendo la condena que le ha impuesto el juez y entrando en la cárcel, Griñán no sólo cumple su deber con la sociedad a la que ha afrentado, sino también, ¡y fundamentalmente!, su deber consigo mismo.
Castigo y redención
El problema de los amigos de Griñán, de todos ésos que han estampado su firma en la petición de indulto, es que olvidan la naturaleza didáctica y disuasoria de una condena. Los padres castigan a los hijos para mostrarles que hay actos buenos y malos, para enseñarles a evitar el mal como se evitan las avispas y a combatirlo como se combaten los trasgos. La lógica que subyace al castigo no es por tanto la de la crueldad, sino la del amor. También en el caso de Griñán. Las penalidades de la cárcel, la simple posibilidad de volver a padecerlas en el futuro, disuadirán a nuestro político de frecuentar las prácticas de antaño, acaso harán de él un ciudadano responsable, uno especialmente celoso de la virtud pública.
Griñán necesita la cárcel porque sólo la cárcel borrará de su alma el fangoso rastro de la culpa
Hay un motivo más importante, si cabe. La naturaleza del castigo es doble: enseña, claro, pero también expía. Purga la culpa del criminal, le permite empezar una nueva vida, libre ya de las ataduras de las faltas pretéritas. "Un castigo es, por definición, lo que hace casto" dice Fabrice Hadjadj en Tenga usted éxito en su muerte. Griñán necesita la cárcel porque sólo la cárcel borrará de su alma el fangoso rastro de la culpa, porque sólo la cárcel le devolverá la pureza original, la que ha mancillado a conciencia durante sus años de político.
Pero también existe la posibilidad de que Griñán, insensible a la redención que implica el castigo, les pidiera a sus amigos que promovieran su indulto. ¿Y acaso no estaban obligados a hacerlo si así fue? Herrero y Martínez Mesanza responderían que, siendo amigos, sí, por supuesto: "Saquearemos juntos si te place"… Yo, en cambio, considero que no. Uno no debe participar de los crímenes de su amigo, convertirse en su compinche, sino mostrarle el peligro del mal y el esplendor del bien. La amistad no puede desvincularse de la virtud porque la presupone y la estimula: a más virtud, mejor amistad; a mejor amistad, más virtud. Lo recuerda Aristóteles en su Ética a Nicómaco: "La amistad perfecta es la de los hombres buenos e iguales en virtud; pues, en la medida en que son buenos, de la misma manera quieren el bien el uno del otro, y tales hombres son buenos en sí mismos".
Pedir el indulto de un amigo y arriesgar así el propio prestigio exige valentía. Pero mucho más coraje exige mirarlo a los ojos y decirle, por su bien, que la cárcel es lo que merece y lo que necesita.
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