Cultura

De los santos embestidos por toros a las ataduras de los fusilados: la Guerra Civil en 100 objetos

Cupones de racionamiento, el tabaco del frente o un dibujo de un bombardeo aparecen en 'La Guerra Civil Española en 100 objetos, imágenes y lugares' (Galaxia Gutenberg)

En un pozo minero a treinta metros de profundidad se encontró hace unos años un rosario metálico. La aséptica foto de laboratorio que lo catalogó no logra transmitir la cruenta historia que hay detrás. Entre 2008 y 2010 un equipo de investigación descendió hasta la mina y calculó la existencia de unos cincuenta cadáveres muy degradados y con huellas de carbonización. Los cuerpos estaban en dos niveles separados por una potente capa de cal, lo que revelaba, al menos, dos episodios de asesinatos. El rosario, al que posiblemente se aferró el fusilado en los últimos segundos de vida, fue encontrado junto a otros objetos como un lápiz de carpintero, una sotana, o el bolso de una mujer que nos acercan a la vida de estas víctimas. En este caso, religiosos y partidarios de partidos como Falange y Renovación Española represaliados por revolucionarios. 

¿De cuántas formas se ha contado la Guerra Civil a lo largo de la Historia? Ensayos, novelas, cómics, podcast, películas, documentales… Desde el punto de vista de un narrador, a través de las biografías de los protagonistas o de las memorias ciudadanas. Ahora, once autores, la mayoría historiadores, coordinados por Antonio Cazorla y Adrian Chubert lo hacen a través de un centenar de objetos.  La obra son cien cartas remitidas al lector contando el pasado español desde 1936 a 2020. En un formato de breves capítulos, los 100 objetos, lugares e imágenes recuperan la historia y memoria de la Guerra Civil, y de su rastro hasta el presente con objetos de la dictadura franquista y la democracia. El libro nace también para ocupar un déficit: "en España hay muchos lugares sin memoria y muchas memorias sin lugar", afirman los autores. 

El primero de los objetos reseñados es el avión De Haviland D.H. 89, conocido como Dragon Rapide, que llevó a Francisco Franco de Las Palmas a Tetuán para sumarse a la rebelión militar contra el gobierno de la República. El golpe no consiguió hacerse con el poder, la guerra se instaló en el país y ese mismo verano se produjeron graves ataques contra clérigos y edificios religiosos. La pulsión anticlerical ya había tenido su expresión destructiva en otros motines o levantamientos desde el siglo XIX, pero el verano de 1936 fue especialmente violento. 

Anticlericalismo

La iconoclastia española fue especialmente imaginativa y los tradicionales fusilamientos de las imágenes religiosas también estuvieron acompañados de un espectáculo taurino del pueblo de Aýna en Toledo, en el que los milicianos llevaron las imágenes de la iglesia a un recinto para que fueran corneadas por los animales.

Los edificios también fueron pasto del "fuego purificador" que argumentaba los revolucionarios: "Hemos encendido la antorcha aplicando el fuego purificador a todos los monumentos que, desde hacía siglos, proyectaban su sombra por todos los ángulos de España, las iglesias, y hemos recorrido las campiñas, purificándolas de la peste religiosa", escribía Solidaridad Obrera, el órgano de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), en su editorial del 22 de enero de 1937. El libro recoge la imagen de unos azulejos con la imagen de santa Inés fusilados en el pequeño pueblo barcelonés de Malanyanes, por milicianos de la FAI, y que alguien rescató y conservó.

Muchos de los combatientes de uno y otro bando tenían pequeños amuletos o fetiches como los "Detente bala" muy extendido en el bando franquista, un escapulario de tela con un Sagrado Corazón de Jesús bordado, acompañado de la leyenda "Detente bala. El Sagrado Corazón de Jesús está conmigo". 

Vida cotidiana en la guerra

La obra recupera la vida cotidiana durante la contienda con artículos como orinales, cascos, chapas de identificación, laxantes o el tabaco, un elemento que en los años treinta no solo representaba uno de los pilares de la masculinidad, sino un elemento de socialización que reforzaba las relaciones sociales en ambos frentes. Se consideraba tan importante que se realizaron campañas de recogida de tabaco para enviarlo al frente, mediante colectas y donativos. 

El frente también era un lugar de aprendizaje, en el que destacó la convicción republicana de que "la cultura era un arma más para combatir el fascismo". Los carteles republicanos combinaban a jornaleros con sus aperos de labranza, los fusiles y los libros. El Ejército Popular convirtió a la cultura en una de sus señas de identidad, como lo ejemplifican las numerosas escuelas y bibliotecas creadas durante la guerra para que los combatientes se alfabetizaran. O la Sección de Bibliotecas de Cultura Popular, dependiente del Ministerio de Instrucción pública, y sus envíos de lotes de libros al frente, las cartillas de alfabetización o el bibliobús dependiente de la Generalitat. 

Ataduras de los fusilados

Las páginas del libro también profundizan en los detalles más oscuros del enfrentamiento como la "atadura" que maniató a un represaliado de la Guerra Civil del que solo se conocen las iniciales (A.M.) de su anillo y que según relatos orales, se trataba de un vasco al que asesinaron tras dar vivas a la República durante la misa del gallo en presencia de militares del bando sublevado. El cuerpo con un disparo en la cabeza fue exhumado en 2019 en Villaverde del Ducado, en Guadalajara.

Poco después de esta exhumación, en septiembre de 2020 el Juzgado de Primera Instancia de A Coruña dictaminó la consideración de Bien de Interés Público del Pazo de Meirás, que cierra la obra. La finca que había pertenecido a la escritora gallega Emilia Pardo Bazán pasaba a manos del Estado, hacienda nula la "donación" que recibió en vida el dictador, según señalan los autores de la obra un "enorme triunfo para la sociedad gallega y una reivindicación del trabajo de los historiadores".

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