La mano del Estado apenas se notaba en una isla eminentemente agraria que hacía malabarismos para esquivar el reclutamiento de sus hijos y el pago de impuestos. La administración pública siciliana de finales del XIX era profundamente corrupta, y con un nepotismo digno de una actual diputación provincial española. En 1875, casi todos los empleados de la ciudad norteña de Monreale eran parientes del alcalde, y la tasa de homicidios llegaba a multiplicar por diez la de otras regiones de la bota italiana.
Los servicios sociales esperables de un estado moderno no llegaban a la isla que veía como Palermo tenía algunos de los teatros más lujosos de Europa y desconocía lo que era un hospital. Como suele ser habitual con esta clase de organizaciones criminales, la Cosa Nostra fue ocupando los vacíos que el Estado dejaba. El siglo XX continuó expulsando a los jóvenes sicilianos, que emigraban más que ningún otro pueblo europeo. Y el devastador terremoto de 1908 y la Primera Guerra Mundial agravaron la caótica vida siciliana, como explica el historiador John Julius Norwich en 'Sicilia' (Ático de los libros) donde hace un repaso a más de dos milenios de historia de la isla.
La llegada de Benito Mussolini al poder presagiaba un enfrentamiento con la mafia. El estatalismo de los camisas negras no parecía tener buena rima con aquellos gobernadores locales que mostraron poco respeto al Duce durante sus visitas a la isla.
Prefetto di Ferro
Casi al mismo tiempo que se proclamaba dictador, Mussolini envió a la isla Cesare Mori un policía con un gran historial de detenciones y con el claro objetivo de erradicar a la mafia. El que sería conocido como ‘Prefetto di Ferro’ (prefecto de hierro) llegó con las manos libres para imponer su autoridad por encima de la propia ley. En el telegrama que le confirmaba en el cargo, se le otorgaba “carta blanca” y se insistía en restablecer la autoridad del Estado en “Sicilia de forma absoluta”. “Si las leyes vigentes le resultan un obstáculo, eso no representará un problema: haremos leyes nuevas”, le confirmaba el documento de bienvenida.
Si las leyes vigentes le resultan un obstáculo, eso no representará un problema: haremos leyes nuevas
Mori no desaprovechó la impunidad que Roma le otorgaba y actuó contra la mafia con métodos propios de esta organización como las torturas o los secuestros de mujeres y niños para forzar la rendición de algún líder. A los pocos meses de llegar al cargo, aisló al pueblo de Gangi, escondite de varias bandas, realizó centenares de detenciones y sacrificó a todo el ganado en la plaza central.
En 1929, Mori fue reclamado de nuevo en Roma cuando sus investigaciones comenzaban a trazar vínculos entre jefes mafiosos y altas autoridades fascistas en la isla. Con el cómodo puesto de senador en Roma, Mori y el propio régimen fascista proclamaron la muerte de la Cosa Nostra. Un mito propagandístico que los nostálgicos fascistas han mantenido hasta la actualidad. Aunque las más de 11.000 detenciones de los años de Mori habían debilitado el entramado criminal de la isla, la mafia seguía muy viva y se iba a vengar de Mussolini en su momento más crítico.
Operación Husky
Tras la persecución de Mori, la mafia se había recuperado durante la década de 1930 y aprovechó el desabastecimiento y las necesidades de la Segunda Guerra Mundial para fortalecerse. Llegado el año 1943, los problemas sobrepasaban al dictador fascista. Derrota tras derrota en la guerra, y huelgas por todo el país, la puntilla le llegó con la que, hasta el momento, fue la mayor operación anfibia de la contienda.
Los planes aliados pasaban por entrar en Italia desde Sicilia, para ello, llegaron a un acuerdo con la mafia para facilitar la operación. El siciliano Salvatore ‘Lucky’ Luciano, jefe principal del crimen organizado de Estados Unidos que se encontraba en prisión desde 1936 llegó a un acuerdo para que se conmutase su pena de 30 años a cambio de facilitar el desembarco aliado y asegurar que no habría huelgas en los astilleros americanos durante la guerra.
Mussolini perdió el poder ese mismo verano y fue arrestado y encarcelado en los Apeninos. Un comando alemán consiguió liberarlo y durante los siguientes dos años de guerra fue una marioneta en manos de Hitler, hasta que en abril de 1945 fue capturado y asesinado por los partisanos cuando trataba de huir del país. Solo unos meses más tarde, Luciano salió de la cárcel y fue deportado a Sicilia, donde controló sus negocios hasta su muerte en 1962.
John Julius Norwich
432 páginas
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