Resulta impresionante asistir a un concierto de La Casa Azul. Miles de devotos corean unas letras hipersensibles (en ocasiones, hiperventiladas) como si les fuera la vida en ello, en una ceremonia de catarsis colectiva. Bajo su aspecto de pop inofensivo, los textos de Guille Milkyway contienen descargas contra la sociedad de consumo, salpicadas de crónicas sobre su ansiedad. El pasado lunes nos recibió en el hotel Puerta de América de Madrid, entre la llamativa decoración retrofuturista, que recuerda a los escenarios de sus vídeoclips. “En realidad, grabamos aquí el vídeo de "Todas tus amigas", así que es normal que hayas pensado eso”, explica.
La cristalera de la habitación enmarca una preciosa puesta de sol y el músico contesta relajado sobre 'La gran esfera' (Elefant, 2019), un trabajo esperado durante siete años y que se publica el próximo viernes. La Casa Azul, el proyecto que ha mimado desde finales de los noventa, se ha convertido ya en un clásico del pop español. Su nuevo trabajo rebosa madurez, sin perder el punto de rabia, así que todo está a punto para una gira española donde la demanda de entradas supera con creces a la oferta.
P. Comienzo con un recuerdo impactante: en abril de 2017, el concierto de ‘Operación Triunfo’ en el Santiago Bernabéu terminó con el estadio entero gritando “La revolución sexual”, su canción más conocida. Me pareció emocionante.
R. Me gusta que ocurran cosas así, pero no sé si ese momento dice algo relevante sobre La Casa Azul. Quizá solo tiene que ver con la canción. Muy pocos espectadores de ese concierto saben que es una composición mía, incluso los que me han visto en televisión como profesor de ‘Operación Triunfo’. Este verano sucedió algo curioso en un festival grande donde tocamos. Unos amigos vinieron partidos de risa a contarme que habían visto nuestro concierto junto a dos chicas jovencitas, que no parecían especialmente seguidoras del grupo. La mayoría del tiempo, ellas estaban contentas con lo que escuchaban, pero se vinieron arriba cuando tocamos 'La revolución sexual'.
Las chicas estaban supersorprendidas y su comentario final fue “me gusta más que la original”. Pensaban que yo estaba haciendo una versión de 'OT’, cuando era al revés. Eso demuestra que el gran público disfruta de la música sin necesidad de asociarla a un autor concreto. Lo importante para mí es que la popularidad de esa canción no se ha convertido en una carga, no me ha engullido como a otros grupos que han salido del 'underground' y han tenido un estribillo de éxito masivo, que en muchos casos termina por devorarles.
P. La Casa Azul no es un grupo para estadios de fútbol. Dicho esto, ¿se plantea dar el salto a recintos algo mayores que un club indie, tipo el Sant Jordi y el Palacio de los Deportes de Madrid?
R. Esta es la primera vez en que lo hemos meditado. No tanto por volumen de público, sino por nuestra nueva puesta en escena, que es más ambiciosa y las hemos pasado putas para encajar todo en el Ocho y Medio, el club donde solemos tocar, normalmente dos noches cada vez que venimos a Madrid. Para mí crecer tiene que ser un proceso natural, muy natural, de momento no veo que sea así. Sencillamente hay un foco mediático como ‘OT’ y hemos crecido un poco más de lo normal. Me gusta que la gente que acude a los conciertos lo haga por su curiosidad y con verdadero interés, no por inercias mediáticas ajenas al grupo.
P. ¿Se sentiría cómodo actuando en un estadio?
R. No sé, creo que el grupo está donde debería estar. A la mayoría del público pop no le gusta La Casa Azul y me parece normal. Llevamos más de veinte años y si tuviéramos una aceptación masiva se hubiera hecho evidente ya. Además, alcanzar cierto tamaño tiene unas implicaciones que afectan a tu vida cotidiana. Quiero poder seguir tomando café a las siete en el Bar Caracas con Manolo y recoger a mis hijos cada tarde del colegio. Son cosas que me hacen superfeliz, tendría que pasar algo muy fuerte para renunciar a eso.
"Nunca me he sentido cómodo con el moderneo. De hecho, es habitual encontrar en nuestros conciertos a modernos que no acaban de sentirse a gusto con el ambiente que se crea"
P. La Casa Azul mantiene una relación ambigua con lo que se ha dado en llamar “moderneo”. Canciones como “Todas tus amigas” presentan un clip canónicamente ‘cool’, pero la letra denuncia que hay mucha falsedad en el ámbito de las tendencias ‘fashion’.
R. Por un lado, me encantan los mundos de fantasía, por eso me dedico a crearlos. Al principio eran más inocentes y ahora son de otra manera. Juego con el costumbrismo, con la teatralidad, pero busco transportar al oyente, ofrecerle cierto tipo de escapismo. Por otra parte, las cosas que me gustan y que están presentes en las canciones son muy cotidianas. Me encanta pasar una noche de miércoles en un bar viendo la 'Champions League' con mis amigos. De hecho, me molesta que eso tenga una serie de implicaciones negativas….
P. ¿Se refiere viejo tópico de que disfrutar del fútbol es algo propio de 'cuñados'?
R. Claro, yo voy al bar y me lo paso muy bien con David, que es estibador del puerto de Barcelona. Le conocí en la calle y poco a poco conectamos hasta que se convirtió en uno de mis mejores amigos. Tenemos vidas muy distintas, pero compartimos lo esencial de nuestra idea de la felicidad. No es alguien ‘cool’, pero ve el vídeo de “Ataraxia” y tarda menos de un minuto en meterse en esa estética y comprenderlo. En realidad, nunca me he sentido cómodo con el 'moderneo'. Si te fijas, el público de los conciertos de La Casa Azul es muy transversal, tiene perfiles muy variopintos. Es bastante habitual encontrarse con ‘modernos’ que acuden a los conciertos de La Casa Azul y no se acaban de sentirse a gusto con el ambiente que se crea. Me refiero la gente que escoge contenidos culturales solo porque son tendencia. Por algún motivo, no terminan de disfrutar de lo que hacemos.
P. ¿Qué diría que les incomoda? ¿El elemento verbenero de La Casa Azul?
R. Seguramente. Confieso que en un principio no tenía claro que el grupo fuese a encajar tocando en fiestas patronales. Pensaba que esos conciertos consistían en apelar a lugares comunes de la diversión. Luego me fui dando cuenta de que no, descubrí que es un público capaz de disfrutar cualquier propuesta que tenga un elemento de alegría y de celebración, algo muy presente en La Casa Azul. Ahora estamos muy cómodos en las fiestas de pueblo. Lo veo como una parte importante de nuestra personalidad, aunque en alguna de mis canciones la alegría será solo parcial o aparente. Ese tipo de público tiene menos prejuicios de lo que pensamos.
P. ¿Qué más características de La Casa Azul causan rechazo entre los modernos?
R. Durante mucho tiempo, a cierto sector les molestaba la inocencia, el toque naíf. Confieso que yo lo forzaba un poco porque disfrutaba jugando con esa incomodidad. Me parecía muy triste que hubiéramos llegado a un momento social donde la inocencia extrema pudiera molestar a alguien.
"Vivimos en un entorno muy hostil y agresivo donde lo extraño es que no salgamos con un fusil a la calle a reventar lo que se nos ponga por delante"
P. Claro, sus canciones son todo lo contrario del cinismo dominante en ambientes 'cool', hípster o como lo queramos llamar.
R. Probablemente. Lo único que he buscado siempre es contar mi realidad, con sus agobios y sus alegrías. Ahora tengo un discurso diferente porque mi vida ha cambiado. No miras el mundo igual a esta edad, con los problemas que implica una pareja de larga duración, que además se está yendo al garete justo en el momento en el que vas a tener un hijo. Son conflictos que tienen una enjundia mayor que 'anoche me enamoré de una chica que vi en el bar’. No estoy diciendo que un tipo de canción tenga más valor que otro, pero son realidades distintas. Ahora tengo una visión más reposada y más equilibrada.
P. Bueno, más reposada con excepciones. Una de las letras, “Hasta perder el control”, habla de todo lo contrario. Refleja muy bien esa sociabilidad postiza que hoy es dominante y que tiene el efecto perverso de llenarnos de ansiedad hasta casi llevarnos a estallar.
R. Totalmente. Voy a clases de yoga y cuando me dicen que tengo que aprender a aguantar más la tensión no sé cómo tomármelo. Es evidente que llega un momento en el que estallas o te mata la ansiedad. A mí me funciona el yoga, pero hay días en los que salgo de clase con el impulso de cargarme a todo el mundo. Vivimos en un sistema agresivo donde lo extraño es que no salgamos con un fusil a la calle a reventar lo que se nos ponga por delante. No me refiero solo a alguien a quien hayan desahuciado, que tendría todo el derecho a tomar una postura violenta, sino también a cosas mucho menos graves. Piensa en el contable de una empresa y la tensión cotidiana que tiene que pasar para que todo cuadre, encaje y se cumplan las previsiones que le marca la dirección. Si no fuera por el famoso ‘pan y circo’, que funciona tan bien, la violencia se dispararía. Estoy convencido.
P. Nuestra sociedad tolera mal los cuestionamientos, incluso los de nivel bajo. Criticar a alguien en público te puede costar la etiqueta de ‘persona negativa’.
R. Voy más allá: hay tanta tensión que alguien puede incluso mosquearse por un comentario positivo. Recuerdo ocasiones en las que he hecho un elogio a una persona y se lo toma como si estuviera intentando hacer 'networking', como si no lo dijera sinceramente, sino con el objetivo de ganarme su atención o confianza. ¿Qué sociedad es esta donde hay que justificarse por hacer un halago? Esto me ocurre cada dos por tres, me parece una mierda. Tenemos un forma de relacionarnos muy poco saludable.
P. ¿Me puede poner un ejemplo?
R. Cuando trabajaba en Nestlé, esto era radical, llegaba cada tarde exhausto a casa, emocionalmente exhausto. Los equipos de ventas, los comerciales, tenían unos objetivos individuales que cumplir. Conseguirlo o no marcaba su nivel de ingresos y la tranquilidad económica de sus casas. Esto es malsano, por un motivo muy claro: todos los objetivos que se ponían al personal estaban por encima de los niveles de crecimiento esperados para la economía del país. ¿Cómo es posible algo así? Además esto le pasa a cada persona, cada mes, en todas las empresas del mundo. ¿Cuándo vamos a parar esta locura? Lo peor es que los objetivos se cumplían porque se tenían que cumplir. Recuerdo que muchas veces yo vendía el 80% del objetivo los dos últimos días del mes. Esto era posible porque en la recta final vas visitando a todos los clientes, de manera frenética, y al final encuentras a un señor en Badajoz dispuesto a comprarte un lote enorme a mitad de precio y te queda la esperanza de que luego podrás cuadrar todo el mes siguiente. Lo que ocurre con ese lote de alimentos desproporcionado es que caduca en un almacén o se hacen ofertas absurdas que al final se pudren en las casas de la gente porque no les da tiempo a consumirlos.
P. De hecho, escribió una canción, titulada “No más Myolastán”, sobre cómo abandonó su puesto en la multinacional.
R. Claro, llegaba a casa hecho polvo pensando en estas cosas y buscando algo que me calmara. Cada uno de nosotros, como trabajador y consumidor, está contribuyendo a esta locura que no somos capaces de parar. Ahora con mis hijos veo como funciona esta inercia en la educación, cuesta mucho oponerse a los esquemas de una sociedad tan competitiva y excesiva. Los estímulos para querer siempre más son muy fuertes. ¿Realmente la sociedad es tan infantil como para no verlo? ¿Merece la pena dejarse llevar? Llegó un punto para mí en el que necesitaba analgesia, el Myolastán del título. Mi impresión es que no hemos avanzado, sino que vamos a peor.
P. ¿Cree que sus seguidores perciben el alto nivel de confrontación con el sistema que hay en algunas de sus canciones?
R. Una parte sí, pero no es necesario hacerlo para disfrutar de La Casa Azul. Yo he intentado hacer letras políticas más explícitas pero me cuesta traducir lo que yo sé hacer a ese lenguaje. No queda nada bien. Tengo que meterlo en la narración de escenas cotidianas, que es lo que se me da mejor. Muchos seguidores de La Casa Azul están en las antípodas de mi manera de pensar, se sienten muy cómodos con el sistema. Yo tengo esa misma brecha con otros artistas con los que no estoy de acuerdo, pero no me impide disfrutarlos.
También conozco fans de The Clash y Kortatu o La Polla Records a quienes no les interesan especialmente los conflictos sociales que explican sus canciones. Recuerdo superventas anarquistas como Chumbawamba que podían tener tranquilamente un 95% de seguidores que no sintonizaban o ni siquiera comprendían su posición política. Con La Casa Azul pienso que tiene sentido poner granadas pop donde nadie las espera. De vez en cuando, vas a una emisora de radio y te encuentras con unos locutores que se han dado cuenta de “Los chicos hoy saltarán a la pista” es una letra que trata del 15-M. Otros no lo pillan tanto, pero la mayoría comprenden que hablo de conseguir el empoderamiento popular necesario para enfrentarse al sistema.
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