Los locos. Véase esas personas que actúan de forma irracional, sin responder a estímulos lógicos y movidos por un sexto sentido sensorial que a los demás se nos escapa. Todos necesitamos un loco en nuestra vida, un Don Quijote que nos saque del pueblo y nos lleve a luchar contra molinos, a conquistar Dulcineas y desfacer entuertos. Los Sancho Panza nos muestran el camino, pero solo los Quijotes nos empujan a andarlo.
Juan Antonio Bayona nos lo recuerda en ‘La sociedad de la nieve’, su versión –más cruda y realista que Viven- de lo que vivieron los supervivientes del avión uruguayo que se estrelló en el corazón de la cordillera de los Andes, donde pasaron más de dos meses en condiciones extremas, comiendo carne humana y perdiendo a compañeros día tras día.
Para muchos es una historia que se ha contado muchas veces, ¿pero cuál no se ha contado ya? En la emocionante película de Bayona hay personajes excelsos, y entre todos ellos me quiero fijar en el loco, Nando Parrado, la figura clave para que los demás sobrevivieran. La madre de Nando murió en el accidente, y su hermana a los pocos días. Tras varias jornadas de inconsciencia por el golpe, este joven despierta sin saber muy bien lo que está ocurriendo.
Nando fue el primero que propuso comer carne humana cuando las reservas de “galletitas” empezaban a disminuir. Lo tildaron de loco, pero terminaron por admitir que tenía razón, que comerse a sus compañeros muertos sería la única forma de respirar unos días más en este mundo.
Tras dos meses en aquel lugar que podría confundirse con Shangri-La, pero que en realidad era un infierno de nieve, Nando Parrado y Roberto Canessa iniciaron un viaje suicida por las montañas para intentar escapar de la cordillera, encontrar la civilización y pedir ayuda para rescatar a los compañeros.
Después de varias jornadas de viaje, durmiendo a la intemperie a 40 grados bajo cero, llegaron a la loma de la montaña. Desde allí se visualizaba un laberinto de riscos amenazantes y, a lo lejos, un diminuto tono grisáceo. Solo el loco podía vislumbrarlo. “Hay que seguir. Los Andes se tiene que acabar en algún momento. Al fondo las montañas están menos blancas, lo que significa que no hay nieve. Quizá allí encontremos ayuda”, dijo.
Sin ese espíritu de Quijote, casi con seguridad habrían muerto todos. Pero Canessa y Parrado siguieron adelante diez días, hasta llegar a un valle donde el campesino chileno Sergio Catalán topó con ellos. El resto es historia.
Todos necesitamos un loco que en el filo de la vida y de la muerte nos agarre y nos diga que solo hay que caminar un poco más. Que la salvación está unos cuantos pasos más adelante. Que hay que tener fe, incluso a 40 grados bajo cero y con tu familia enterrada bajo la nieve.
Un loco es aquel que se aferra a un sentido para vivir incluso cuando parece que nada tiene sentido. Son personas en cuyo interior vive “un verano inquebrantable”, como decía Albert Camus. El filósofo existencialista bien supo ver que sin un sentido, la existencia se desmorona.
En un mundo desnortado de guías morales, de valores indelebles, ¿qué nos queda salvo abrazar las consignas de unos pocos predicadores en el desierto? Estoy hablando de aquellos valores tan antiguos como el Quijote, tan necesarios como ese empujón para seguir adelante en lo alto de la montaña.
En la maravillosa ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, el cuerdo Jack Nicholson era en realidad el más loco de todos. Este preso, que se hacía pasar por enfermo mental para estar en el psiquiátrico en lugar de en prisión, fue tan Quijote que consiguió romper el muro mental de los internos en aquella férrea e inhumana institución. Aquel hombre de risa incontrolable les hizo conocer la aventura, la alegría de sentirse ganadores –aunque sea de un mísero partido de baloncesto- y hasta el amor.
En un mundo cada vez más automático y más previsible, cuánta falta hace que a nuestro lado camine un Don Quijote, un loco que nos ayude a escapar de los límites de la psique y que nos diga “sigue adelante, ahí al fondo hay un valle al que podemos llamar vida”.
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