Existe en Estadios Unidos un largo runrún antiprogresista y antiurbanita desde las años sesenta y setenta, que fueron los del apogeo de la Contracultura. Los llamados paletos o 'rednecks' escriben libros y canciones donde se defienden de las modas socioculturales que les intentan imponer desde ambas costas. Fue el caso del polémico ensayo Manifesto redneck, de Jim Goad, donde explicaba cómo las políticas de la identidad habían sido utilizadas para machacar a los blancos pobres. También existe una amplia tradición de canciones, que van desde Okie from Muskogee (Merle Haggard, 1969) hasta Try that in a small town (Jason Aldean, 2023) este mismo verano. El último eslabón de la cadena es la poderosa Rich men north of Richmond, que ha triunfado en redes y cabreado a gran parte del progresismo estadounidense.
Algunos fragmentos de la letra suenan contundentes: "He estado vendiendo mi alma, trabajando todo el día/ Horas extras por un pago de mierda/Para poder sentarme aquí y desperdiciar mi vida/ arrastrarme de regreso a casa y ahogar mis problemas”, canta, acompañado solo de su voz y guitarra. Y este otro: “Viviendo en el nuevo mundo/ Con un alma vieja/ Estos hombres ricos al norte de Richmond/ Dios sabe que todos ellos sólo quieren tener el control”, lamenta, aludiendo luego a las posibilidades tecnológicas de vigilancia ciudadana y cómo las élites crujen a impuestos a los trabajadores. Las canciones anteriores de Anthony llevan títulos que le identifican claramente como una voz de la clase obrera, por ejemplo “Ain't got a dollar” (No tengo un dólar), “90 some Chevy” (Chevrolet del noventayalgo) y “I’ve got to get sobber” (Debo estar sobrio).
Gran parte de la derecha estadounidense saltó de entusiasmo al conocer el éxito viral de la canción, e incluso se discutió en uno de los debates a la nominación republicana en Fox News. Pocas horas después, su autor marcó rápidamente las distancias en Twitter: “No. Apoyo. A ningún. Partido. Político. Ni a la izquierda, ni a la derecha. Apoyo a la gente y la revitalización de las comunidades locales. Ahora salgan a respirar aire fresco y relájense. No merece la pena obsesionarse conmigo, se lo prometo. Pasen tiempo con las personas que quieren”, escribió el 26 de agosto, cuando la confrontación sobre su himno se recalentó en redes más de la cuenta.
La polémica puede parecer banal, propia de las guerras culturales gringas, pero nos afecta todos en el sentido de que es allí donde se deciden las trincheras que luego se copian desde Europa. El ensayista y corresponsal Rafael Poch lo explicaba así en su blog: "La semana pasada, Edward Snowden puso un mensaje en Twitter expresando su convencimiento de que tras encabezar las ventas de iTunes -también fue número uno en Spotify y Billboard-, el FBI ha metido a Anthony en sus listas. Al fin y al cabo, fichan a gente por acudir a una sola protesta contra la guerra", advertía.
“La gente de la industria me mira fijamente cuando rechazo ofertas de ocho millones de dólares”, escribió en su página de Facebook el pasado 17 de agosto
Luego, Poch compartió sus impresiones sobre el himno, que nos "recuerda que en Estados Unidos, el país de los individuos y consumidores por excelencia, hay una sociedad capaz de encontrar lo común y de escapar a los compartimentos identitarios ofrecidos. Una sociedad que sufre, protesta y sintoniza con este grito contra el 'nuevo mundo'. Quien sabe si algún día nos darán una alegría contra quienes mandan allá, al norte de Richmond", deseaba.
Oliver Anthony, disparado
De momento, el cantante pelirrojo es un potente fenómeno viral, queda ver si tiene entidad para llegar más lejos. El artista cuenta que ha recibido ofertas suculentas, pero que quiere subir paso a paso la escalera de la popularidad. “La gente de la industria me mira fijamente cuando rechazo ofertas de ocho millones de dólares”, escribió en su página de Facebook el pasado 17 de agosto. Sus seguidores en redes se han disparado y ya cuenta con un millón seiscientos mil seguidores en Instagram y 450.000 en Twitter.
Anthony intenta estar a la altura de su discurso y recientemente ha cancelado un concierto en Knoxville porque el promotor puso las entradas a 99 dólares, cuando él pide que no pasen nunca de 40 y considera que el precio justo 25 dólares. Además, el encargado del concierto, que se celebraba en el bar Cotton Eyed Joe, había anunciado entradas a 199 dólares, que incluían saludar al cantante, cuando Oliver defiende que nadie debería pagar ni cobrar por saludar a otra persona.
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