En la madrugada del 26 de noviembre de 1941, comienza un movimiento militar que pasará a la historia. El Akagi, buque insignia japonés, encabeza una sigilosa flota que parte desde las islas Kuriles y que tiene como misión cruzar medio océano Pacífico. Según se aproximan al archipiélago estadounidense de Hawai apagan las radios para evitar que los americanos detecten el movimiento. El 7 de diciembre, al amanecer, un avión de reconocimiento japonés sobrevuela las islas hawaianas y confirma que los estadounidenses no se han percatado de la operación. El comandante Mitsuo Fuchida, da a las 7:49 el mensaje: “Tora, tora tora”, la señal en clave para que comience el ataque aéreo a la base naval de Pearl Harbor.
El ataque por sorpresa a la base americana mundializó la Segunda Guerra Mundial en el momento en el que el fango y el hielo soviético desmontaban los planes alemanes de conseguir una rápida victoria sobre la URSS.
Todavía con la base del Pacífico humeando, el orgullo herido de Estados Unidos volteó la postura del país hacia la intervención en la contienda y tras el ‘discurso de la infamia’ que el presidente Franklin Delano Roosevelt pronunció ante el Congreso, el país norteamericano declaró a la guerra a Japón.
Expansionismo japonés
Desde finales del siglo XIX, Japón había ido ejecutando una serie de conquistas en su entorno, que le otorgaron una posición de potencia dominante. Terminada la I Guerra mundial y siendo Japón uno de los vencedores, el Imperio nipón sale de la guerra con la sensación de no haberse aprovechado. Consideraba que la paz de Versalles había servido para apuntalar el statu quo previo, y que solo había beneficiado a potencias occidentales como Reino Unido, Francia y Estados Unidos.
Las relaciones entre japoneses y americanos se fueron tensionando, mientras los alemanes, aliados de los nipones, animaban a Japón a atacar a la URSS por el oeste, para concluir cuanto antes la operación Barbarroja. Hitler trató de convencer, sin éxito, al embajador japonés en Berlín de conseguir una victoria rápida sobre Stalin, como única baza para poderse enfrentar a Estados Unidos.
Pero Japón temía una guerra con Estados Unidos al mismo tiempo que su estrategia expansionista le encaminaba al enfrentamiento directo. El 2 de diciembre el emperador Hirohito aprobó el ataque y automáticamente se informó a los portaviones, que ya estaban cruzando el Pacífico, de ejecutar el plan de ataque previsto. Hacía meses que la operación había sido ideada y planificada como ilustra la fotografía de la maqueta de Pearl Harbor realizada por los japoneses para ensayar la ofensiva.
Ilusoria estrategia japonesa
La operación del 7 y 8 de diciembre de 1941 era el comienzo de un ambicioso plan, que consistía en en poner a la Flota del Pacífico americana fuera de acción durante seis meses, tiempo suficiente para que la Armada Imperial se apoderara de Malasia británica, las Filipinas americanas, las Indias holandesas, y tomara Birmania para aislar y derrotar a China. El acceso a recursos como el petróleo de las Indias Orientales neerlandesas, la actual Indonesia, era crucial para que Japón pudiera combatir al gigante americano o llegar a una paz que le resultara ventajosa.
Además, establecería una cadena defensiva apoyada en la conquista de archipiélagos del Pacífico central y del Pacífico Sur hasta las islas Gilbert y Salomón, amenazando directamente a Australia.
La estrategia japonesa era extremadamente optimista puesto que consistía en conseguir acabar con China, primera potencia demográfica del mundo con la que llevaban años en una interminable guerra; neutralizar a los Estados Unidos, primera potencia económica e industrial; y atacar al Imperio Británico, primera potencia colonial.
Comienza el ataque
Mitsuo Fuchida, comandante japonés, da a las 7:49 la orden de atacar transmitiendo a los portaaviones un mensaje en clave para comunicar que el enemigo está desprevenido: "Tora!, Tora!, Tora!" (Tora (虎) significa tigre en japonés).
En la operación participaron 441 aviones japoneses, seis portaaviones, dos acorazados, tres cruceros, nueve destructores, ocho petroleros y 28 submarinos. El ataque se desarrolló en dos oleadas de ataques aéreos, la primera con 183 aviones, y la segunda, una hora más tarde con 167.
El resto de la ofensiva japonesa también había empezado. Se atacó las islas estadounidenses de Guam y Wake, Malaca, en Malasia. Se estaban produciendo desembarcos en Filipinas, Singapur fue bombardeado y Hong Kong fue atacado unas horas más tarde.
Las dos barridos aéreos japoneses sobre la base de Pearl Harbor arrasaron la escuadra de aviones que se encontraban en la isla: de los 390 aviones norteamericanos, 188 fueron destruidos y 159 dañados. Murieron 2403 soldados y otros 1178 fueron heridos. De los ocho acorazados que descansaban en el puerto, tres fueron hundidos definitivamente, con un balance de 17 barcos hundidos o dañados.
Con menos de una treinta de aviones abatidos, el ataque japonés fue un auténtico éxito, consiguió su objetivo de lograr un ataque por sorpresa y la mañana del 8 de diciembre miles de japoneses celebraron la incursión.
Una victoria engañosa
La victoria de Pearl Harbor, junto algunas victorias más durante las siguientes semanas, solo otorgaron a Japón unos meses de iniciativa. Pierre Grumberg, en Les mythes de la seconde guerre mondiale, considera el golpe japonés como una “victoria engañosa”. Las grandes presas caídas durante la operación, los tres acorazados hundidos: Arizona, Oklahoma, Utah eran viejos y lentos, de hecho el primero pudo haberse rescatado por la poca profundidad del puerto, y no se hizo. Además, los principales objetivos, los tres portaaviones norteamericanos, no se encontraban en la rada durante aquella jornada.
Pearl Harbor fue un golpe importante, que le dio a Japón la iniciativa en un plan estratégico de guerra ilusorio
La consideración de Grumberg es que una de las acciones más audaces de la historia militar en la que una flota de 28 buques y 23 submarinos cruzó sigilosamente el Atlántico sin ser detectados solo sirvió para cobrarse el hundimiento de varios buques de guerra obsoletos. Pearl Harbor fue un golpe importante, que le dio a Japón la iniciativa en un plan estratégico de guerra ilusorio que no midió correctamente la gigantesta capacidad económica y militar de Estados Unidos.
Más allá de los análisis de los historiadores, un mes antes del ataque, el propio primer ministro japonés, Hideki Tōjō, ya auguraba un oscuro futuro:
“Dentro de dos años no tendremos petróleo para uso militar. Los barcos dejarán de moverse. Cuando pienso en el fortalecimiento de las defensas norteamericanas en el suroeste del Pacífico, en la ampliación de la flota estadounidense, en el Incidente de China sin concluir, etcétera, no veo el final de las dificultades. Podemos hablar de privaciones y sufrimiento, pero ¿podrá nuestro pueblo soportar durante mucho tiempo una vida así?”
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