El primero de marzo de 1923, ocho años después de presentar la teoría de la relatividad, Albert Einstein escribió en su diario: "Estancia en Barcelona. Mucho cansancio, pero gente muy amable, canciones populares, baile y comida. Ha sido agradable”. Parco, sin duda. Así así resume el físico su estancia catalana, que duró en total seis días y de la que todavía se conservan, amarillas, las facturas de las atenciones que el Ayuntamiento de la ciudad, empeñada en agasajarle, tuvo para con él y que la Generalitat ha divulgado con la intención de celebrar el 90 aniversario de la visita.
El físico llegó a la ciudad sin avisar, el 22 de febrero de ese año. Nadie había recibido telegrama alguno con la hora o el día de su llegada, así que nadie fue a buscarle ni a él ni a su segunda mujer, Elsa, a la estación. El premio Nobel se fue entonces a casa del científico Esteve Terradas, a petición de quien había viajado a la ciudad, a quien tampoco encontró. Le dejó una nota en la que preguntaba en qué hotel tenía que alojarse.
Después del encuentro con los ingenieros Casimir Lana Sarrate y Rafael Campalans, este último responsable de la Consejería de Pedagogía de la Mancomunidad de Cataluña, la institución que había invitado a Barcelona al premio Nobel - Campalans se comprometió a pagar a Einstein unas 3.000 pesetas por sus conferencias. Recibió 3.500-, pudo Einstein finalmente llegar al hotel Colón. La factura de las comidas y la estancia -por cuenta del Ayuntamiento de Barcelona- ascendió a 883 pesetas, al cambio actual, poco más de cinco euros.
Dos días después, el sábado 24 de febrero, a las siete de la tarde, pronunció la primera de sus conferencias sobre la relatividad restringida en la Sala de Sesiones del Palacio de la Diputación; la entrada costaba, en aquel entonces, 25 pesetas. La segunda y la tercera tuvieron lugar el lunes y martes siguientes, 26 y 27. El 28 de febrero dio una conferencia adicional en la Real Academia de Ciencias y Artes. Justo el día antes, en el Salón del Consejo de Ciento, se le ofreció una solemne recepción que el Ayuntamiento de Barcelona dio en honor al científico.
Lo más curioso aquel viaje fue sin embargo la cena celebrada en la casa de Campalans, en el número 118 de la calle de Roselló. ¿Por qué? Por el menú: era indescifrable. Escrito con letras góticas en latín relativista -calificaron los periódicos de entonces- escondía un pequeño enigma en cada plato: Homo platonicus secundum Diogenem cum jure Michelsoniense, Malum parvum cum Doppler effectu, Fructus Galilei, Caffea sobraliensis cum spirituosibus liquoribus et vectoribus tabacalibus.
Según documenta la periodista Carmen Morán, dos físicos catalanes, Emma Sallent y Antoni Roca, se propusieron descifrar el banquete. Primero tradujeron del latín: Hombre platónico según Diógenes con salsa a la Michelson. ¿Y qué significaba todo aquello? Pues que comieron pollo. Platón definió el hombre como un bípedo sin plumas. El cínico Diógenes, para burlarse, le envió un pollo desplumado. La salsa Michelson es en honor del físico alemán.
Cada plato (ocho "sólidos") incluía una referencia a científicos o filósofos y a teorías científicas relacionadas con el ilustre invitado: Habas a la Lorentz transformadas a la catalana, faisán plateado a la Minkowski en cuatro dimensiones, helado continuo euclídeo. La cena fue regada con “jerez inercial”, Champagne Codorniu “relativista que reflecta la luz”, “vinos gravitatorios” y manzana pequeña con efecto Doppler, es decir, sidra.
Sin embargo, durante la cena ocurrieron más cosas: Einstein se entrevistó en esa velada con dirigentes anarquistas, quienes lo invitaron a visitar la sede de CNT. Al día siguiente, Einstein habló con Ángel Pestaña, dirigente sindicalista de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). La entrevista tuvo lugar en la sede del Sindicato Único de Distribución, en la calle Sant Pere més Baix.
Algunos periódicos dieron cuenta de la entrevista. En sus declaraciones Ángel Pestaña dijo haber informado al físico sobre la gravedad de la lucha social en Barcelona y que éste le había contestado, tal y como lo recogió El Noticiero Universal del 28 de febrero, que “él también era revolucionario”. Ya en el tren, de camino a Madrid, donde se entrevistaría con el Rey, Einstein suavizó todo aquello.
Realizó unas declaraciones a Andrés Révész, periodista de ABC, que aparecieron reproducidas en muchos otros periódicos. Einstein desmentía tajantemente lo que había dicho: "Es cierto... que acepté la invitación de los sindicalistas catalanes, pero dije todo lo contrario de lo que escriben los periódicos". En efecto, negaba haberse declarado revolucionario, ni siquiera en el campo científico.
Los biógrafos del premio Nobel sugieren que en algunas de sus posteriores actuaciones políticas en el plano internacional se oían los ecos de las conversaciones con sus amigos en Barcelona. ¡Cómo dieron de sí para la historia aquellas 883 pesetas investidas en el Premio Nobel!
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