Cultura

El futbolín: la historia centenaria de un juego global que surgió en Zamora

El futbolín se ha convertido en un juego global con presencia en Europa, América y Asia cuando se cumple un siglo del nacimiento de su inventor, el español Alejandro Finisterre,

El futbolín se ha convertido en un juego global con presencia en Europa, América y Asia cuando se cumple un siglo del nacimiento de su inventor, el español Alejandro Finisterre, un versátil poeta, editor e inventor que en 1937 patentó la versión del juego más extendida en el planeta.

Nacido Alejandro Campos Ramírez el 6 de mayo de 1919, hasta su muerte en Zamora en 2007, Finisterre utilizó como apellido el topónimo de su localidad natal (Finisterre, A Coruña) durante toda su vida, que estuvo marcada por la Guerra Civil, ya que la contienda lo obligó a exiliarse y además lo llevó a patentar en 1937 el futbolín como entretenimiento para los mutilados republicanos.

El mismo Finisterre explicó a la agencia Efe en 1998, con motivo del campeonato mundial de futbolín que entonces acogió Santiago de Compostela, que la historia del modelo de este juego más extendido en la actualidad -hay otros modelos previos patentados en el Reino Unido y otros países- se inicia durante la guerra, en la que él resultó herido por la explosión de una bomba en Madrid y tuvo que ser evacuado a Cataluña.

Allí, durante su convalecencia en el hospital de Montserrat, a sus 18 años, ideó el "fútbol de mesa" ante la imposibilidad de los heridos de guerra de practicar el balompié.

La nostalgia

"Ellos miraban jugar a los chicos sanos al fútbol con nostalgia y de esa mirada nació el futbolín. Los primeros campeones fueron precisamente los chicos mutilados", comentaba entonces.

Tras la guerra Finisterre se vio obligado a exiliarse a Francia, Guatemala, Ecuador y México tras la guerra y, entre sus múltiples facetas, se dedicó a la poesía y a la edición de revistas culturales.

Según la biografía de Finisterre de la Real Academia de la Historia, durante su estancia en el exilio, estando en París en 1948, encontró un escaparate en el que vendían "futbolines idénticos al que había diseñado".

Y, tras ponerse en contacto con el fabricante a través de la asesoría jurídica de la Asociación Internacional de Refugiados, logró que la empresa le pagara los derechos de su patente, lo que le permitió emprender su viaje a América.

El éxito

A sus ochenta años, Finisterre consideraba que el futbolín se había mantenido durante seis décadas porque "potencia las aptitudes mentales y físicas, coordina los reflejos, estimula la coordinación de los ojos con las manos y del jugador con el compañero, lo que favorece las actividades colectivas".

Curiosamente, el 'padre' de uno de los juegos más tradicionales y populares consideraba al futbolín totalmente compatible con los videojuegos, que veía "necesarios y útiles" por estimular en los chicos "la imaginación, la creatividad y el acercamiento a la informática, que es imprescindible".

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