La crítica cultural y divulgadora académica Mithu Sanyal publica el ensayo Violación. Aspectos de un crimen, de Lucrecia al #Metoo (Reservoir Books). En sus páginas recorre la naturaleza simbólica, legal y social de las agresiones sexuales, pero no con un criterio cronológico, ni siquiera cultural, sino en una extraña mezcla que no llega a cumplir ni con un criterio ni con el otro. No es un análisis historiográfico sino discursivo. El resultado es un libro caótico, con aportaciones interesantes, pero emborronadas por el desorden.
Como ya lo hizo en su primer libro, dedicado a una historia cultural de la vulva, tira mano de lo ecléctico: entonces la autora recorrió los prostíbulos japoneses, las iglesias irlandesas y hasta bares de strippers en busca de una reconstrucción de significado que explicara por qué los genitales femeninos fueron silenciados e invisibilizados. Como en aquel libro, en las páginas de este nuevo ensayo, Sanyal parte de la naturaleza violenta –incluso por encima del sexo- que la define a la violación. Procura ampliar su perspectiva a partir de los estudios de género, un ámbito en el que desmitifica algunas ideas preconcebidas, asegurando que las propias feministas han tenido un discurso paternalista al respecto.
Para fijar un punto de partida, Sanyal se remite el ensayo de Susan Brownmiller Contra nuestra voluntad (1975), un clásico sobre la concepción social de la violación que se enmarca en el llamado feminismo de segunda ola. Asegura Sanyal que la concepción de la violación apenas ha variado desde entonces. Ha llegado el momento de abrir un debate nuevo sobre la violación, la vulnerabilidad y los límites del consentimiento. Todo, por supuesto, pasado por el tamiz del género. ¿Por qué es tan difícil imaginar a los hombres como víctimas de una violación?, se pregunta. Cuando pensamos en los violadores, ¿por qué seguimos pensando en extraños en callejones oscuros y no en tíos, maridos, sacerdotes o novios?, pregunta.
No es un análisis historiográfico sino discursivo. El resultado es un libro caótico, con aportaciones interesantes, pero emborronadas por el desorden.
"El guion de la violación solo conoce dos sexos: agresores y víctimas. Cuando hablamos de violación pensamos en hombres agresivos y mujeres asustadas; en penes como armas y vaginas desprotegidas de cuerpos asimismo indefensos; o, dejando a un lado las metáforas militares, en hombres que creen derecho al cuerpo femenino", escribe. Según Sanyal, para abordar este tema, el feminismo han recurrido a lo que ella llama “tropos de autoridad paternalista”. Tan pronto como utilizamos la palabra violación, afirma la historiadora, volvemos para siempre al año 1955, cuando “la propaganda durante la Guerra Fría de los sexos estableció que la sexualidad femenina era una zona amenazada que se debe proteger y defender, en lugar de explorar y disfrutar, en oposición a una sexualidad masculina, valorada como fuerza destructiva que se debe controlar, en lugar de explorar y disfrutar”.
Este discurso jamás fue superado y sus efectos, plantea Sanyal, han influido de forma negativa sobre la relación de ambos, hombres y mujeres, con la agresión sexual. Para ilustrar la discusión, alude a determinados programas contra la violación en Estados Unidos, y cuyo enfoque se volcaba exclusivamente en los chicos no como posibles víctimas de una violación, sino como potenciales perpetradores. “Aparte del terrible mensaje que constituye para un adolescente de que ‘la violación está en sus genes’, cómo se supone que va a lograr una relación saludable con su propia sexualidad si, en teoría, debe al mismo tiempo luchar contra ella”. Hasta aquí, el libro consigue avanzar con relativa claridad.
Sanyal propone una revisión histórica de las nociones de violación desde el feminismo del XIX hasta la actualidad y sus representaciones morales, políticas, legales e históricas tanto en el cine –o sobre todo en el cine, a El último tango en París le dedica un capítulo entero- como en la esfera de los medios de comunicación. Muchas de las confusiones y mitos que existen sobre el tema, Sanyal los achaca a las representaciones fundamentadas en prejuicios o en desconocimiento que ella tampoco consigue aclarar del todo.
La concepción predominante del “patriarcado” ha excluido a los hombres como víctimas de esa construcción cultural, asegura
Según ella, antes del feminismo de la segunda ola había una serie de impresiones fijas sobre violación que se resume, a grandes brochazos, en un conjunto de enunciados: la violación es sexo, la mujer dique no cuando quiere decir sí, las víctimas son jóvenes hermosas cuyo atractivo excita tanto a un hombre que no puede evitarlo, las víctimas son mujeres fáciles que provocan y reciben lo que se merecen, la víctima es responsable de que la violen, ninguna mujer puede ser penetrada contra su voluntad si se defiende, los violadores son extranjeros, extraños, psicópatas o pervertidos sexuales, etcétera, etcétera, etcétera, y que sólo consiguen desmontarse si se localiza la definición de la violación en la violencia y no en el sexo. El argumento, sin embargo que da descolgado justo por la estructura confusa que emplea para contarlo.
Dedica un capítulo a lo que llama El segundo sexismo, y que reúne en un mismo apartado una serie de mitos acerca de la violación masculina. Por ejemplo, señala hasta qué punto las estadísticas han favorecido una visión incompleta del hombre como víctima de una agresión sexual, incluso visibilizándolo frente a la mujer. La concepción predominante del “patriarcado” ha excluido a los hombres como víctimas de esa construcción cultural. Según Sanyal, en 2003, los reclusos de las cárceles estadounidenses que más habían sufrido agresiones eran hombres, lo extraño o desconcertante es la lectura que hace la autora porque identifica al propio personal de seguridad femenino como perpetradoras de un tipo de agresión, aunque sin aportar una cifra definitiva.
A pesar de que Sanyal intenta desmontar los tópicos y posiciones extremistas, su falta de orden discursivo y el desbalance argumental convierten este ensayo en un libro fallido, que mezcla en un mismo apartado Bertolucci, la legislación norteamericana y el feminismo del siglo XIX. Se echa en falta un enfoque de contextualización cultural y geográfica e incluso el empleo de la violación en contextos como las guerras o las sociedades empobrecidas. No es del todo un libro divulgativo, sino más bien propositivo. Sin embargo, aquello que podría ser claro termina en confuso e inexacto.
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