Vuelve el fútbol, vuelve la Liga, el Barça sigue haciendo malabarismos económicos con palancas y traspasos, y el Madrid llora la lesión de su portero titular, Thibaut Courtois, mientras suspira un verano más por Kylian Mbappé. El torneo doméstico arranca cuando la mayoría de los aficionados siguen de vacaciones, hace tiempo que calendarios, horarios y casi cualquier elemento que rodea a este deporte ha dejado de priorizar al seguidor local que va al estadio por el negocio global. Supercopas y Mundiales se disputan en dictaduras sanguinarias que también tienen contratados a algunos de los mejores jugadores del planeta.
El fútbol es una industria billonaria con un impacto social insuperable por otros entretenimientos como el cine. El fútbol es economía, pero también política, es juego e identidad. Algunas de las manifestaciones más potentes del nacionalismo banal que teorizó el sociólogo Michael Billig orbitan en torno al césped y la pelota. Once jugadores ataviados con algunos de los colores patrios y enfrentándose a otra nación, simboliza uno de los mejores recordatorios de la nación. En las últimas décadas hemos visto cómo victorias deportivas servían y eran utilizadas para fortalecer la cohesión nacional en países como Alemania, Francia y España, donde la bandera había desaparecido de calles y ciudades y solo se hizo un hueco gracias a goles en mundiales.
El fútbol es un “hecho social total” tal y como señala la catedrática emérita de Historia y Política del Deporte de la Universidad Politécnica de Madrid, Teresa Fernández Aja, en Historia del fútbol (Catarata), donde ofrece una visión panorámica de la historia del deporte rey.
Origen inglés
Este juego nacido hace más de siglo y medio en Inglaterra se fue extendiendo por los territorios en los que la Señora de los mares tenía negocio, como atestigua la fundación del primer club español, el Recreativo de Huelva, por trabajadores anglosajones de las minas de Río Tinto. El fútbol también se benefició de las mejoras en las condiciones laborales del último cuarto del siglo XIX que daban más tiempo libre a los obreros de las fábricas.
Fernández Aja coloca al fútbol como una solución en este nuevo calendario de los trabajadores, cuya vida se estructuraba en fábrica, iglesia y pub. Con más tiempo libre, se corría el riesgo de acodarse más horas en el pub y que dichos obreros cayeran en vicios como el alcoholismo o las apuestas y el juego. “El fútbol viene a ser la solución. Es un juego que necesita de muy pocos elementos para su práctica, basta un balón un terreno y unas porterías”, señala la historiadora, que indica que el deporte pasó a ser fomentado tanto por la iglesia como los patronos.
El fenómeno fútbol avanzó favorecido por este nuevo contexto social y por las mejoras en los transportes y la prensa, se fundan algunos de los equipos que ahora son empresas multimillonarias como el Arsenal y los aficionados comienzan a identificarse con sus equipos locales.
El 'tiquitaca' de la clase obrera
La evolución también se está viviendo en las pizarras de los equipos. Se van reduciendo progresivamente el número de jugadores atacantes, al principio eran ocho, que según pasan los años van retrocediendo con formaciones más equilibradas entre delanteros y defensas.
Más importante aún fue la evolución del propio juego que pasó de ser un juego de acciones individuales a un juego colectivo, del dribbling game al passing game. En un origen lo que se pretendía era lograr la acción individual más vistosa, y como apunta, Fernández Aja, pasar el balón a un compañero se consideraba una debilidad. La historiadora explica que fue la llegada de los obreros a los terrenos de juego lo que cambió radicalmente la forma de juego, conscientes de su inferioridad física frente a los equipos provenientes de las clases aristocráticas, estos jugadores de origen trabajador comenzaron a hacer pases para llegar hasta la portería rival. “Hacia 1876, el juego de pases reemplaza al dribbling game y el espíritu colectivo de los obreros suplanta también al individualismo burgués”, apunta la historiadora.
Más de cien años después, una selección de jugadores españoles que no el alcanzaban el 1,75 m de media dominó el fútbol mundial durante casi una década, volviendo locos a los equipos rivales, que con jugadores mucho más fuertes, rápidos y altos que ellos eran incapaces de tocar el balón.
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