Cultura

Diez asesinatos que conmocionaron la historia y la política en el mundo

De Jean Paul Marat a John Fitzgerald Kennedy o Carrero Blanco,  Magnicidios de la Historia narra diez episodios de asesinatos políticos. Víctimas y asesinos por igual quedan retratados por Pedro González Trevijano, quien nos adentra en los detalles de muertes que cambiaron el rumbo de naciones enteras.

Conspiraciones, ideales, ideologías, afán de poder, venganzas, odios, fanatismos y extremismos se despliegan en Magnicidios de la historia, una obra que desentraña diez de los más importantes registrados, de Julio César a Aldo Moro, pasando por JFK o Gandhi. Fruto de dos años de investigación del rector de la Universidad Rey Juan Carlos, Pedro González-Trevijano, esta obra nos traslada a los contextos históricos y sociológicos que condujeron a los asesinatos de diez jefes de Estado y nos adentra en sus detalles, salpicados de citas bibliográficas, películas, obras teatrales, composiciones musicales o cuadros inspirados en ellos.

Aunque en estos veintiún siglos de historia ha habido "no menos de 500 importantes magnicidios", este catedrático de Derecho Constitucional se ha centrado en una decena de víctimas que "por distintas razones son relevantes", explica, y cuya desaparición tuvo consecuencias políticas y sociales dispares y, a veces, opuestas a las buscadas por sus asesinos. Por ejemplo, las 23 puñaladas asestadas a Julio César -"el primer gran magnicidio de la historia" para el autor- fueron en defensa de la República, pero entronizaron al emperador Augusto y con él, el régimen imperial.

En el caso del único español de este libro, el presidente de Gobierno Luis Carrero Blanco, este experto sostiene que si bien ETA buscaba en 1973 el fin del franquismo, el régimen hubiera desaparecido igualmente con la muerte del dictador porque el almirante era "un militar sin pretensiones políticas y hubiera dimitido de pedírselo el rey". Si bien fue "uno de los magnicidios más resonantes de la Historia de España", donde se han registrado cinco, en su opinión, tuvieron "más relevancia política posterior" los de los presidentes del Consejo de Ministros Juan Prim, en 1870, y Eduardo Dato, en 1921.

También, señala, la I Guerra Mundial se hubiese desencadenado sin el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa Sofía a manos de unos jóvenes anarquistas de la formación La Joven Bosnia, en junio de 1914. Pérez-Trevijano confiesa su "empatía" con el presidente estadounidense Abraham Lincoln, el primero de los cuatro asesinados en su país hasta John Fitzgerald Kennedy, a quien también admira. Entre ellos hubo similitudes asombrosas, como presagiar la muerte tras el vaticino de varios videntes o morir en viernes, por balazos en sus cabezas disparados desde atrás, y delante de sus mujeres.

Y, aunque tras la mayoría de los magnicidios hay conspiraciones a distintos niveles, resulta "paradigmático" que las investigaciones diluyan la "teoría de la conspiración" del caso Kennedy, considerado el máximo exponente al respecto, para acercarse más a la conclusión de que lo mató un Lee Harvey Oswald "enloquecido", explica basándose en un reciente trabajo publicado en Estados Unidos.

JFK, a quien González-Trevijano considera el responsable de la "nueva era americana", es también un ejemplo de dinastías marcadas por la tragedia, como la de Gandhi, víctima del fanatismo religioso y la exaltación nacionalista en 1948. Algunos de los asesinatos recogidos en Magnicidios de la historia (Galaxia Gutenberg), convulsionaron a la sociedad de la época, pero no tuvieron consecuencias históricas, como el del revolucionario francés Jean-Paul Marat -acuchillado por Charlotte Corday en 1793- o el de Trotsky, "más presente en la memoria española" porque lo mató Ramón Mercader por mandato de Stalin.

Y aunque la muerte tiene la virtud de destapar en sus víctimas virtudes a veces inexistentes, entre los casos reseñados por este catedrático hay algunas vidas poco ejemplares, como la del zar Nicolás II, "uno de los gobernantes que más errores cometió" y que tuvo una "concepción enloquecida del poder político" hasta que fue asesinado, junto a toda la familia real rusa, en 1917. Sobre los asesinos, cuyos nombres en ocasiones ha emborronado el paso del tiempo, también aporta el autor detalles de sus motivaciones y finales, desde la guillotinada Charlotte Corday al serbio Gavrilo Princip, que se libró de la pena de muerte por ser menor tras asesinar a Francisco Fernando de Austria pero murió de tuberculosis en la cárcel.

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