¿Cuántos analistas políticos hubieran apostado hace 15 días que Pablo Casado estaría empaquetando cajas en Génova en marzo? Todos los sondeos marcaban una tendencia creciente de la derecha y la opción de Casado como presidente no era algo descabellado. No parece que lo vaya a hacer, pero mientras Casado se desinfecta los cortes de su espalda, podría tener la tentación de mirar a noviembre de 2016, cuando ni la familia Sánchez hubiera apostado 50 céntimos por la carrera política del actual presidente del Gobierno, después de haber sido defenestrado del PSOE. Los análisis y vaticinios en algo tan delimitado como la política nacional de un país son un juego de niños con respecto a la complejidad del que se aventura a imaginar el resultado de un conflicto internacional.
La correlación de fuerzas militares entre dos bandos de un conflicto, sus alianzas políticas, su posición geoestratégica… todo influye, y Ucrania no representa un rival serio para el zar Putin. Las fuerzas militares ucranianas no tienen nada que hacer contra el poderío de una de las potencias nucleares. A pesar de las sanciones contra Rusia, al no ser miembro de la OTAN, Ucrania se queda en una posición muy comprometida cuando las tropas rusas han llegado a la capital en apenas 24 horas. Pero, ¿quién se atrevería hoy a decir cómo amanecerá Kiev o Moscú el 26 de febrero de 2023? Cuando en una ecuación comienzan a introducirse las miles de variables que conlleva un conflicto internacional, los posibles resultados tienden al infinito. A medida que las prospectivas se estiran en el tiempo, los análisis van adquiriendo la fiabilidad de una bola de cristal.
Cuando nuestros pasados intentaron imaginar una guerra a 10, 100 o 300 años vista, resultó, en la mayoría de las ocasiones un auténtico disparate. Sobre este y otros asuntos de carácter historiográfico reflexiona Christopher Clark en su última obra ‘Las trampas de la historia’. El autor del ya clásico 'Sonámbulos: cómo Europa fue a la guerra en 1914' señala que predecir las guerras del futuro en fondo y forma siempre ha sido una cuestión de suerte.
Predecir las guerras del futuro siempre ha sido una cuestión de suerteChristopher Clark
Francia bajo los Borbones en el siglo XX
Hasta que retumbaron los cañones de agosto de 1914, pocos habían imaginado durante aquel plácido verano una contienda mundial de cuatro años de duración, de millones de muertos y de extinción de imperios. En ambos bloques confiaban en celebrar la victoria en Navidad y solo algunos acertaron a vislumbrar la trituradora de carne en la que se convertiría el suelo europeo. Un nuevo tipo de guerra del que había alertado el pacifista Ivan Stanislavovich Bloch en 1898, que auguró una contienda en la que ni los soldados más audaces serían capaces de abrirse paso a través del fuego enemigo, bien atrincherado. Bloch previó una “gran guerra de trincheras” que enfrentaría entre sí no solo a los soldados sino a la población civil en una gran contienda de desgaste.
Los que acertaron con este nuevo tipo de guerra tenían las noticias de las guerras coloniales europeas y del efecto de las sangrientas nuevas armas. Mucho más difícil lo tuvieron los que imaginaron el siglo XX desde el XVIII. En ‘El reinado de Jorge VI 1900-1925’, publicado anónimamente en Londres en 1763, se describe el primer cuarto del siglo XX dominado por los británicos. El autor tuvo la mala suerte de publicar esta obra pocos años antes de varios eventos que cambiarían la historia de la humanidad: la revolución francesa, la independencia de Estados Unidos y la ‘invención’ de la máquina de vapor. De ahí que su estudio describa una ucronía en la que Francia sigue bajo el dominio absolutista de los Borbones, Norteamérica es una colonia inglesa y la ‘Reina de los mares’ continúa atemorizando al mundo con el 'Britannia', buque insignia armado con 120 cañones de bronce.
Clarck apunta la dificultad de otear el futuro puesto que solamente podemos imaginarlo como una extrapolación de las tendencias actuales o pasadas. Incluso con las coordenadas actuales, una eventualidad como un accidente, el arrebato de un líder político, o la exitosa mutación de un virus puede acarrear una serie de consecuencias que desbaraten todos los planes mundiales.
Japón contra Estados Unidos tras el fin de la URSS
En ’La próxima guerra con Japón’, publicado en 1991, George Friedman y Meredith LeBard pronosticaban que el final de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética darían paso a un aumento de la tensión geopolítica entre Japón y Estados Unidos. Los nipones se rearmarían y se alzarían como el principal contrapeso norteamericano en Asia-Pacífico. En este trabajo auguraban a China un colapso similar al vivido por sus colegas soviéticos.
Durante décadas se había teorizado sobre el despertar del dragón chino, y en el momento de la caída de la URSS en el que China seguía siendo un país pobre, pocos hubieran apostado a que 30 años más tarde rivalizaría con Estados Unidos como potencia hegemónica. Es casi inevitable perfilar una sonrisa de superioridad al recordar estas previsiones, pero y si cuando Gorbachov disolvía la URSS y Ucrania lograba su independencia, le hubieran dicho que iba a gastar la mitad de su tiempo con el trozo de cristal y plástico con el que ahora lee este texto, ¿qué hubiera pensado?
Las trampas de la historia
Galaxia Gutemberg
320 páginas.
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