Cultura

Príncipes cumplidores, reyes traidores

Los que siguen la magnífica serie histórica The Crown habrán simpatizado con el duque de Windsor, pero fue un miserable traidor, y no porque abdicase

La telebasura tiene masas de adictos. Mientras los anunciantes retiraban su patrocinio de Gran Hermano por la violación de una participante que tuvo lugar en el programa, 2.857.000 espectadores vieron ese espacio tras el estallido del escándalo. Si transmitiesen la castración del violador, la cuota de audiencia se dispararía. Pero existe también televisión de calidad que arrastra a millones, ahí está el caso paradigmático de Friends, que sigue arrasando 25 años después de su producción.

Netflix ha puesto recientemente en el circuito una de esas series ejemplares, seguramente la mejor serie histórica jamás rodada, la tercera temporada de The Crown, que narra el reinado de Isabel II de Inglaterra. Teniendo en cuenta que lleva en el trono casi 68 años, el cúmulo de crisis políticas y terremotos personales provocados por la tóxica Familia Real británica dan de sí para muchos guiones interesantes, y la ambientación y el vestuario son los más caros de la historia de la televisión. Y se nota.

Esta temporada, ambientada en los años 70, le da protagonismo a la patética figura del joven príncipe Carlos. En esa época el heredero se encontraba huérfano de afecto de una madre y un padre que parecían no tener sentimientos, y frustrado por no tener un papel importante en la vida mientras la reina no dejase el trono vacante. Fue entonces cuando apareció en su vida Camilla y se enamoraron. Carlos buscó la complicidad y comprensión de un viejo tío con un pie ya en la tumba, el duque de Windsor, que había sido brevemente rey Eduardo VIII hasta que abdicó por amor a una plebeya.

Carlos buscó la complicidad y comprensión del duque de Windsor, que había sido brevemente rey Eduardo VIII hasta que abdicó por amor a una plebeya

El paralelismo entre los sinsabores de Eduardo VIII y Carlos es evidente y, en realidad, algo bastante frecuente en la Historia hasta época reciente. Los reyes no podían casarse con quien querían, sino con quien mandaba la razón de estado. Muchas veces resolvían su problema afectivo manteniendo una relación extramatrimonial –Carlos y Camilla lo harían durante 30 años-. Muy raramente un monarca renunciaba al trono por amor, como hizo Eduardo VIII. Especialmente triste fue otro caso dentro de la Familia Real inglesa, el de la princesa Margarita, hermana de Isabel II. No estaba destinada a reinar, pero pese a ello no le permitieron casarse con el hombre que amaba, el coronel Peter Townsend, porque estaba divorciado.

Aunque no hay que irse a Londres para encontrar estos dramas de la realeza, también pasó por ello nuestro rey Felipe. Siendo un joven príncipe veinteañero, a finales de los años 80, se enamoró de Isabel Sartorius en lo que fue el romance estrella de la prensa del corazón de la época. Isabel era una muchacha preciosa, de clase alta y con una educación perfecta, pero sus padres estaban divorciados. Eso y que no fuese de sangre real la convirtieron en “inapropiada”, según la razón de estado de la época. El príncipe Felipe aceptó su deber con estoicismo; irónicamente, 15 años después se casaría con una plebeya divorciada, y no pasó nada.

Amistades nazis

The Crown ha convertido al duque de Windsor en una especie de rompedor de cadenas, un adelantado de su época, como las sufragistas que luchaban por el derecho a voto de la mujer, sin embargo por atractiva que sea la historia del rey que renuncia al trono por amor, la figura de Eduardo VIII no puede ser ejemplar. Lo que hizo mal no fue renunciar al trono, fue intentar recuperarlo con ayuda del diablo, que en la época estaba encarnado en Adolf Hitler.

Y lo hizo por la misma razón por la que antes había abdicado, porque estaba totalmente dominado por su amante Wallis Simpson. Wallis era una mujer sin escrúpulos y de pésimos antecedentes. Le estuvo poniendo cuernos al Eduardo VIII porque, a la vez que era su amante, se acostaba con el embajador nazi en Londres, Von Ribbentrop, luego ministro de Exteriores de Hitler, ejecutado tras el Juicio de Núremberg. Luego, tras la abdicación, Wallis llevó al exrey a Alemania a presentarle a Hitler, ante quien hizo el saludo nazi.

El final de la traición. Los duques de Windsor en su cárcel de oro de las Bahamas durante la guerra.

Cuando estalló la guerra, Wallis concibió la fantasía de que si Inglaterra era derrotada, Hitler impondría como monarca a Eduardo VIII, y le arrastró a él en su delirio. Para dar apariencia de que toda la Familia Real estaba apoyando el esfuerzo de guerra, el gobierno de Londres nombró al duque de Windsor enlace con el ejército francés con el rango de general… y se convirtió en espía del enemigo, pues empezó a pasar informes a Alemania sobre los planes de defensa aliados.

Cuando Churchill fue informado de la traición del antiguo rey dudó entre fusilarlo a él, a Wallis o a los dos, aunque para evitar un escándalo que tendría efectos desmoralizadores, decidió encerrarlos en una jaula de oro. El duque de Windsor fue nombrado gobernador de las Bahamas, y Churchill pidió a los americanos que le ayudasen a vigilarlo e impedir que se escapara. Un informe del FBI le tranquilizaría: “El Duque está en tal estado de intoxicación la mayor parte del tiempo que virtualmente no le rige la cabeza”.

No, no debería ser ejemplo de nada.

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