Pueden atribuírsele muchos méritos a Breaking Bad, desde la construcción de sus personajes y su evolución a lo largo de cinco temporadas hasta conseguir cerrar la serie con un final, al menos, acorde con las expectativas -algo que prácticamente nadie consigue hacer, incluso sin tener que llegar a los límites del absurdo alcanzados con Lost-, pero si hay algo que destacar, sin duda, ha sido la capacidad para llevar a la televisión un argumento que, desde la corrección política reinante en España, resultaría absolutamente increíble. ¿Se imaginan una serie protagonizada por un profesor de instituto que, ante la falta de dinero, se dedica a sintetizar drogas, en el prime time de cualquier canal de televisión español? Posiblemente, la mañana siguiente a la emisión del capítulo piloto se formularían tantas quejas y denuncias que la serie quedaría instantáneamente cancelada. En España hemos perdido la creatividad en pro de la corrección, y hasta Estados Unidos, la tierra de la represión moral donde los shows se emiten con cinco minutos de retraso para poder censurar aquello que no debe ser televisado, nos lleva la delantera. Debemos asumirlo.
Seis años de mentiras, errores y humillaciones
Bryan Cranston ha sido Walter White, el profesor de Química que decide meterse en el mundo de la metanfetamina para poder pagarse su tratamiento contra el cáncer y termina convirtiéndose en una leyenda del narcotráfico desde su casa con piscina en Albuquerque, Nuevo México. Para ello, tuvo que pasar seis años de mentiras, errores y humillaciones que transformaron al anodino profesor en un hombre despiadado, frío y calculador. "La primera vez que leí el guión, eso fue lo que me llamó la atención. Pensé en Tony Soprano o en Dexter. Cuando nos los presentaron, ya eran ese tipo de persona", ha declarado Cranston, "pero no estoy seguro de que esto haya ocurrido antes. Coger a una persona brillante, deprimida, en plena crisis de los 50 y muriéndose de cáncer y decirle, durante los próximos años vas a estar en la mayor montaña rusa de tu vida”. Y todo gracias al trabajo de Cranston, a su voz y, porque no decirlo, a esa perilla que ya forma parte de la historia de la televisión. A estas alturas parece increíble que el joven Bryan quisiera ser policía y cursara estudios para ello en Los Ángeles. Menos mal que el teatro se interpuso en su camino.
Hijo de actores, sus padres nunca le animaron a dedicarse a la interpretación. De hecho, pasó gran parte de su infancia con sus abuelos, ya que sus padres no tenían dinero suficiente para poder mantener a sus tres hijos. “Perdimos la casa por impagos. Nos echaron. Fue entonces cuando mi hermano y yo nos fuimos a vivir con mis abuelos, y mi hermana y mi madre con la madre de mi padre”. Allí estuvo hasta los 23 años, cuando se casó con su primera mujer, consiguió un trabajo como actor y se trasladó a Nueva York. Desde entonces no ha parado de actuar. Además de diversos anuncios y obras de teatro, le hemos podido ver de extra en casi todas las series, desde Se ha escrito un crimen, hasta Falcon Crest, Canción triste de Hill Street, Los vigilantes de la playa o Sabrina, cosas de brujas. Su primer papel importante vino de mano de Seinfield, en la que interpretaba al Dr. Whatley, un dentista que regentaba una consulta “solo para adultos”, donde las tradicionales revistas de decoración de la sala de espera eran sustituidas por otras más “calientes”. Pero el salto definitivo no llegó hasta la década de los 2000.
“¿Qué es lo más patético que podría llevar ahora mismo, unos calzoncillos blancos? Pues entonces no tenemos nada más que hablar”.
“Antes de Breaking Bad, estaba absolutamente contento con la vida que vivía. Cuando tienes bajas expectativas, todo te parece un banquete”, dice Cranston. “Tenía 40 cuando hice Malcolm in the middle. Si vienes de una juventud sin rumbo, sin aspiraciones y sin dinero, es casi imposible sentirte elitista. Yo, desde luego, no estaba preparado para tener seguridad financiera en mi vida”. Los guionistas de Malcolm sometieron a Cranston a todo tipo de humillaciones, desde patinar desnudo a ser atacado por un enjambre de abejas, y seguramente ese fue uno de los detonantes que lo llevaron hasta Breaking Bad. Ambos personajes, Hal y Walter, además de abnegados padres de familia, comparten una extraña fascinación por los calzoncillos blancos -los famosos tidy whities, los típicos calzoncillos de algodón blancos-. De hecho, Vince Gilligan, el creador de Breaking Bad, cuenta que durante el rodaje del piloto de la serie, viendo a Cranston en calzoncillos en medio del frío desierto de Nuevo Mexico, se apiadó de él y le dijo, “¿No estarías más cómodo con un chándal?”. A lo que Cranston respondió, “¿Qué es lo más patético que podría llevar ahora mismo?”. “Unos calzoncillos blancos”. “Pues, entonces, no tenemos nada más que hablar”. Y así se pasó las cinco temporadas.
Ahora, una vez liberado de la tiranía de la televisión, es el cine el que reclama al hombre de moda. El año pasado sacó tiempo para participar en cinco películas, entre las que se encuentra la oscarizada Argo y el remake de Desafío Total, y ya tiene tres más en postproducción, además de los continuos rumores que le sitúan como Lex Luthor en la próxima película de Superman. ¿Alguien ha dicho vacaciones? No para una estrella, desde luego.
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