Los informes de la policía secreta soviética de Ucrania (OGPU) de 1933 contienen pasajes dignos de cuento de terror. Críos secuestrados para ser cocinados y familias comiendo los órganos de un ser querido muerto por inanición. En el momento más desesperado de la hambruna ucraniana de 1932-1933, se cruzaron todas las líneas morales y cualquier tabú cultural, registrándose decenas de caso de necrofagia y canibalismo.
En ese punto, millones de ucranianos ya habían muerto y otros tantos llevaban meses padeciendo una de las hambrunas más graves del siglo XX. Los planes económicos de la URSS, la sequía y la represión de Iósif Stalin provocaron una catástrofe, cuyo recuerdo sigue enfrentando a Ucrania y Rusia.
A diferencia de la hambruna de 1921-1923 en la que se reconoció la emergencia y se solicitó ayuda al exterior, en el verano de 1932, cuando Ucrania suplicaba clemencia, Stalin endureció sus políticas y llevó a la República Socialista Soviética de Ucrania a una inanición, denominada por muchos historiadores como "Holodomor", (muerte por hambre, en ucraniano) y considerada como genocidio.
Colectivización, levantamiento y crisis
El dictador soviético potenció desde 1928 el proceso de colectivización forzosa de la agricultura, terminando con casi una década de la Nueva Política Económica instaurada en tiempos de Lenin, que volvía a dejar bastante espacio a la iniciativa privada. El primer plan quinquenal de Stalin arrancaba en el campo ucraniano con grandes expropiaciones, y la formación de granjas colectivas. La deskulinización se convirtió en una prioridad, aunque la propia categoría de kulak (en origen, un término económico que designaba a los propietarios agricultores más pudientes), era una nebulosa "clase" que acabó designando a cualquier persona contraria al proceso de colectivización.
Estas políticas que incluían entregar la propiedad de la tierra, los aperos y los animales no fueron bien recibidas en una república en la que existía un importante sustrato nacionalista. La policía soviética arrestó a decenas de miles de ucranianos y entre 1930 y 1933 más de dos millones de campesinos serían deportados a Siberia, al norte de Rusia, o Asia central como recuerda Anne Applebaum en su obra 'Hambruna Roja'.
La siembra de la catástrofe
El caos generado desde la introducción de las nuevas políticas mezclado con las malas condiciones climatológicas de 1931 propiciaron una cosecha muy inferior a la 1930, lo que a su vez malograba el plan de exportaciones trazado desde Moscú que preveía un aumento de grano.
La sequía de 1932 encendió la mecha de la catástrofe. Stalin se encontraba extremadamente preocupado por una posible revuelta como la producida una década atrás, y sus cartas muestran el temor por perder Ucrania para la Unión de Repúblicas. Para extirpar cualquier tentativa revolucionaria, el dictador optó por la mano dura. En agosto aprobó el decreto de la ‘Ley de las espigas’ una draconiana norma que penaba hasta con 10 años de trabajos forzados el robo de un puñado de cereal. Y en solo seis meses, más de 100.000 personas fueron condenadas a trabajos forzosos y 4.500 fueron ejecutados.
Se prohibieron los desplazamientos para evitar que las familias pudieran escapar a las ciudades, donde había más comida. Y llegaron las temibles confiscaciones que arrasaban con cualquier alimento. Las brigadas comunistas hacían batidas por cada pueblo generando duros enfrentamientos con los vecinos que se atrevían a esconder algo de comida o algún animal como las vacas, verdaderos seguros de supervivencia como productoras de leche.
El régimen también encontró en la ucranización su chivo expiatorio. Desarrolló teorías de la conspiración que acusaban a miembros del Partido Comunista ucraniano de contrarrevolucionarios, de estar conchabados con kulaks generales del Ejército Blanco, y organizar actos de sabotaje, el eufemismo que la dictadura soviética utilizó durante décadas para ocultar los errores de las políticas planificadas y la ineptitud de los dirigentes. Durante los siguientes años hubo una persecución sistemática de la cultura ucraniana: cierre de instituciones, purgas en todos los cuerpos de la administración y una especial persecución en la enseñanza, la cultura, la religión y la industria editorial.
La desesperación sacaba las partes más oscuras del alma, vecinos delatando a sus paisanos por esconder unas cuantas patatas, hijos negando la comida a sus padres, y, aunque nunca fueron algo común, episodios de necrofagia y canibalismo.
Y llegó el calamitoso 1933 en el que se produjeron la mayoría de las muertes. Piel amarillenta tan pegada a los huesos que se rasgaba al flexionar una articulación, vientres hinchados como globos, y ojos desorbitados coronando cuerpos esqueléticos. La desesperación sacaba las partes más oscuras del alma: vecinos delatando a sus paisanos por esconder unas cuantas patatas, hijos negando la comida a sus padres, y, aunque nunca fueron algo común, episodios de necrofagia y canibalismo.
¿Genocidio?
Las investigaciones más recientes han llegado a un consenso de una cifra cercana a los 3,9 millones de muertos en Ucrania. De los cuales, 3,5 millones se produjeron en zonas rurales y 400.000 en ciudades.
A comienzos de la década de 1930 vivían 31 millones de personas en la república, por lo que las muertes por la hambruna representan en torno a un 13% de la población. Más del 90% de las muertes ocurrieron en 1933, sobre todo en la primera mitad del año, hasta que en mayo comenzó a llegar la ayuda material y en forma de hombres para trabajar el campo.
Existe un interesante debate historiográfico sobre la posible catalogación como genocidio de la hambruna ucraniana, que desborda la finalidad y extensión de este texto. Autores como Applebaum, Timothy Snyder ('Tierras de sangre'), o el propio inventor del término “genocidio” Raphael Lemkin consideran que el Holodomor ucraniano debe entrar en esta categoría.
La catástrofe ha sido politizada tanto por el nacionalismo ucraniano, como por las facciones prorrusas, multiplicando hasta los 10 millones el número de fallecidos o negando cualquier responsabilidad de Moscú
El debate también ha traspasado el ámbito académico y sigue vivo en la Ucrania actual. La catástrofe ha sido politizada tanto por el nacionalismo ucraniano, como por las facciones prorrusas, multiplicando hasta los 10 millones el número de fallecidos o negando cualquier responsabilidad de Moscú. La propia Applebaum termina su obra restando importancia a la definición jurídica de la hambruna, porque, según argumenta, lo que está probado es que se trató de un "ataque espantoso que un gobierno llevó a cabo contra su propio pueblo".