Nace en las Indias honrado, Donde el mundo le acompaña; Viene a morir en España, Y es en Génova enterrado. En una de sus letrillas más conocidas, Quevedo trazaba el flujo de la riqueza imperial en tiempos de Felipe IV. A comienzos del XVII el centro financiero hispano se había trasladado a la península italiana, pero un siglo antes habían sido la familia alemana Fugger, españolizada como Fúcares o Fúcar, los que pagaron el trono imperial de Carlos V y las guerras de este que dejaron en bancarrota a hijo Felipe.
El imperio europeo más grande hasta la fecha se asentó en préstamos que absorbían buena parte de la plata llegada de América. La labor de Carlos V y Felipe II no se puede entender sin el apellido Fúcar. Fue la fortuna de esta familia la que convirtió a Carlos I en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y la que sustentó buena parte de las campañas de su hijo Felipe. La riqueza de esta familia fue tan exagerada que Jacobo, bien apodado como “el rico” fue posiblemente la persona más acaudalada de la Europa del siglo XVI, según afirma Guido Alfani en Como dioses entre hombres. Una historia de los ricos en Occidente (Ático de los libros).
El catedrático de Historia Económica traza en su obra la historia de los ricos y los superricos en Occidente, examina quiénes eran, cómo acumularon su riqueza y su papel en la sociedad. Alfani sostiene que en época medieval, las sociedades se inquietaban por la existencia misma de los ricos, porque no sabía qué hacer con ellos. Un rico era casi por definición un pecador y socialmente molesto, movido por la avaricia, un pecado capital castigado con la condena eterna. No obstante destaca que la sociedad feudal no tenía nada en contra de la riqueza de los nobles, cuyo estatus se entendía como voluntad de Dios, sino en la de los plebeyos que comenzaban a acumular inmensas fortunas, especialmente desde la Revolución comercial, a partir del siglo XI. Dentro de las actividades económicas, la sombra de la sospecha recaía con fuerza sobre las actividades financieras, con una constante sospecha de usura, sin embargo fueron un negocio floreciente desde el siglo XIII.
Préstamos por la corona imperial
El adolescente Carlos llegaba a las costas cántabras en 1517 para pisar por primera vez los territorios de Castilla. Su abuelo Fernando el Católico acababa de morir, su padre Felipe el Hermoso lo había hecho diez años antes, y su madre Juana se encontraba incapacitada. Las alianzas matrimoniales y el enorme tesoro que acababan de encontrar en forma de continente americano estaban conformando uno de los reinos más influyentes de la historia humana. Pero las herencias de Carlos iban mucho más allá de las Península, y gracias a su abuelo paterno, Maximiliano I, también podría optar al centro imperial, el cargo con más postín a los que podía optar.
Sin embargo este cargo era electo y Francisco I de Francia optaba al cetro imperial por lo que el acceso a la corona, literalmente, se encarecía. Los príncipes electores se vendían al mejor postor y la competencia elevó el precio de la puja. Carlos se desvivió por conseguir dinero en una molesta Castilla, aunque la principal porción del pastel llegó de los banqueros alemanes los Fugger y los Welser. Ese “quinto” con el que hoy seguimos denominando a Carlos le costó 852.000 florines de los que Jacobo el Rico patriarca de los Fúcar reunió 544.000 florines, una cifra que como apunta el autor pudo recuperar en su totalidad, una auténtica hazaña en un mundo de príncipes que morían endeudados.
Los Fúcar se habían instalado en la ciudad alemana de Augsburgo en 1367, dedicándose en un primer momento al sector textil y la orfebrería. Prosperaron diversificando el negocio, se hicieron comerciantes de oro y joyas, y en la segunda mitad del XV entraron en el lucrativo negocio internacional de transferir al Papa las sumas recaudadas por la obtención de beneficios eclesiásticos y la venta de indulgencias. Así se convertían en recaudadores de una Iglesia cada vez más corrupta y que en época del Papa León X, aumentó este negocio para proyectos como la reconstrucción de la Basílica de San Pedro en Roma. Fue este uno de los motivos más denunciados por Lutero y precisamente serán las guerras de religión las que se engrosen la deuda de los Habsburgo.
Jacobo el Rico había desarrollado el mayor centro minero de la época en Neusohl, en la actual Eslovaquia, gracias a sus relaciones con el emperador del Sacro Imperio del que dependían las autorizaciones para la explotación. La conexión entre poder financiero y político se estrechaba en la medida en que estos reinos se embarcaban en empresas más ambiciosas con costosas guerras con decenas de miles de mercenarios que sangraban las arcas.
Su sobrino Antón le sucederá al frente de la compañía, focalizando sus esfuerzos en conceder préstamos a los Habsburgo. Será el gran financiador de las guerras de religión contra el protestantismo. Los datos de su gestión al frente de la familia hablan por sí solos: de los 2 millones heredados de la época de Jacobo, en 1546 había aumentado el patrimonio de la empresa hasta unos 5,1 millones de florines. En uno de los pasajes más conocidos del banquero, en 1535, quemó simbólicamente los bonos frente en una chimenea en presencia de emisarios de Carlos V, en una escena representada en la imagen que encabeza este texto.
Sin embargo, unos años después tuvo que hacer frente a una grave crisis financiera cuando en 1557, el recién llegado al trono Felipe II decretó una suspensión de pagos que obligaron a renegociar la deuda. “Los banqueros alemanes, incluidos los Fúcar (Juan Jacobo Fúcar, sobrino y socio de Antón, tuvo que declararse en quiebra), sufrieron pérdidas que debieron de superar con creces el millón de florines”, destaca el autor.
Los banqueros genoveses sustituyeron a los germanos como principales prestamistas de la corona española. “Tras el segundo impago de Felipe Il en 1575, los Fúcar (que en aquella ocasión fueron los únicos excluidos de la suspensión de pagos) redujeron de manera considerable su exposición al rey, probablemente debido a una mezcla de miedo ya un interés decreciente por los negocios arriesgados”, afirma Alfani.
La familia terminó diversificando su negocio apostando cada vez más por las tierras y la empresa se disolvió por completo en 1658. “Los herederos se diversificaron en tres ramas que pertenecían por completo a la nobleza y adoptaron un estilo de vida aristocrático. Una vez más, el dinero nuevo se había convertido en viejo, pero lo más interesante en este caso es que lo que quedaba de una fortuna amasada en gran medida con las finanzas se había materializado en tierras y otros activos estables, lo que le ha permitido sobrevivir hasta nuestros días”, concluye el autor.
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