En el año 2003 se estrenó el filme canadiense Las invasiones bárbaras, el cual narraba el choque generacional entre un profesor de historia con una enfermedad terminal y su hijo triunfador y turbo capitalista. Era el combate clásico entre el militante de izquierdas del “baby boom”, aquella generación tan hedonista y emancipadora, con el cinismo yuppie de alguien que solo cree en lo que ve y que prefiere proyectar sus sueños atado al mando de una consola.
Este ardid de la secuela de El declive del imperio americano es el nudo de la esperada Aniquilación; mohína redención de un alto funcionario, Paul Raison, a través de la ayuda a un progenitor en coma. En rededor suyo, una familia extensa que es evidente metáfora de las tensiones sociales en el hexágono y también trama folletinesca propia del Balzac más desaforado (al que se cita). El país al fondo de la obra es una Francia decadente con una seguridad social en el subsuelo y en la cual los servicios secretos detectan a unos hackers que crean imágenes sintéticas que amenazan al gobierno. Además, estos golpean fuertemente los sectores más punteros de la economía a través de atentados sin piedad. Pero ¿quiénes son ellos y qué quieren?
Un enemigo sin nombre
El filósofo Antonio Escohotado parafraseaba al inevitable Fiódor Dostoyevski de Los endemoniados y dedicaba unas páginas brillantes al inventor de la violencia nihilista Necháyev en su segundo volumen de Los Enemigos del Comercio. Este terrorista, inspirador de Georges Sorel y otros filósofos del terror a inicio del siglo XX, inicia con una cita un capítulo de esta ficción de Houellebecq. Se enlaza, claro, con los insurgentes de la trama, los cuales son una extraña mezcla entre numerología, criptografía, neoludismo y demonología (muy probablemente inspirada en el Joris-Karl Huysmans de Allá abajo). Siniestros por desconocidos, opuestos al capitalismo y a la tecnología, parecen una evidente “Deus ex machina” de una sociedad sin Dios que busca un redentor.
Esta disquisición teológica divide a la familia Raison, la cual afronta las veleidades de la vida -algunas muy truculentas- con marcado estoicismo. Esto permite a la narración anudar un microcosmos familiar, incluso individual, con un país mediocre que “vive de lado” de cualquier absoluto. Este doble juego confuso, que ha confundido bastante a la crítica, resulta fértil para un lector avezado de novela. De hecho, Aniquilación parece incluso una enciclopedia de libritos solo unidos por la metáfora del deceso que ya se anuncia en la primera frase donde se iguala el otoño (“estación moral muy semejante a la condición humana”, decía Chateaubriand):
“Algunos lunes del final de noviembre, o de principios de diciembre, sobre todo si uno es soltero, tiene la sensación de estar en corredor de la muerte. Hace mucho que las vacaciones han pasado y el nuevo año está todavía lejos; la proximidad de la nada inhabitual”.
Un lento declinar
Si se compara con las anteriores piezas de Houellebecq, Aniquilación es mucho más pausada, apacible, y tiene algo de filósofo moral: las citas a Pascal abundan y la narración se conduce con monólogos sin final (de nuevo Huysmans). Entre ellos, además, aparecen sueños proféticos que parecen vincularse con la trama neopagana y terrorista de la obra, la cual hará las delicias de los seguidores del “death metal” (de hecho, es muy probable que Varg Vikernes disfrute leyendo el libro).
Aniquilación es mucho más pausada, apacible, y tiene algo de filósofo moral
No, a pesar de las críticas al funcionariado corrupto, a unos políticos inspirados claramente en el mundo de Macron de gestores eficientes y aburridos (Le Maire como el ministro de economía en la ficción Bruno Juge e incluso la cita directa a Éric Zemmour; esperanza de la derecha identitaria francesa), esta no es una novela política, sino fuertemente filosófica. Houellebecq, en ese sentido, ha recibido la aprobación inevitable de Le Figaro y Le Monde, pero sus siempre cargadas descripciones femeninas le han costado la inevitable condena de la izquierda posmoderna. En contrapartida, la trama compensa con excelentes personajes femíneos, de una gran fortaleza (inolvidable esa Cécile Raison, creyente y votante del lepenismo de voluntad indomable), y con una mirada más amable a las relaciones humanas que otros trabajos suyos.
Querida Prudence, ¿No quieres salir a jugar?
Es difícil encontrar en Houellebecq grandes historias sentimentales, quizá a excepción de Valérie en Plataforma, pero se puede juzgar sin duda Aniquilación como la más romántica de sus ficciones. La pareja de Paul Raison, la burócrata Prudence, es evocada no a través de descripciones cargadas, sino gracias a la fuerza de sus actos, de su determinación, creando lo nunca visto en un autor con justa fama de misógino: un poderoso personaje femenino. Poco a poco, con bastante perspicacia narrativa, pasa de personaje al fondo a ser báculo de un hombre mortecino.
Con un carácter dibujado a través de la canción de los Beatles Dear Prudence del año 68, su temperamento esquivo tiene la misma calidad obstinada de la pista. Tema pop como metáfora de amor maduro, los personajes superan ampliamente los 40 años, es la vaguedad de esta relación -descrita en contenidos encuentros sexuales- lo que da vigor y esperanza a los últimos capítulos: evocación de la naturaleza primigenia como necesaria “mentira maravillosa”. Aunque, claro, eso ya estaba en la canción de John Lennon:
“Querida Prudence, abre tus ojos
Querida Prudence, mira el cielo iluminado
El viento bajo, los pájaros van a cantar
Que eres parte de un todo
Querida Prudence, ¿No abrirás los ojos?”.
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