“Yo no me voy a acercar porque estoy segura de que está en coma, no me hace falta comprobar nada. No, es que no me puedo acercar. Se me hace imposible. A lo lejos veo como si su brazo estuviera partido en dos a la altura del codo. Debe de ser que esta perspectiva me está engañando. Si de verdad lo tiene partido, no pasa nada: como va a estar un tiempo en coma, se lo pueden colocar otra vez. Eso se hace, ¿no? Un Mr. Potato humano. Los médicos saben, dejémosles trabajar”. Momentos antes de este pasaje, en el que la humorista Carmen Romero identifica el cuerpo de su hermano, ambos se encontraban en el salón de su piso viendo juntos El Padrino. Pero Miguel hace un rato que se ha ido a su cuarto porque se encontraba mal y Carmen acude a comprobar qué tal está. “Espero que no le haya dado el brote psicótico otra vez”, piensa la humorista mientras ve extrañada luz por debajo de la puerta de su hermano: “¡Qué raro!, si le oí bajar las persianas”. En ese momento su hermano, un militar de 26 años, ya había saltado por la ventana de una 13ª planta.
Este es solo el prólogo de la truculenta película en la que Romero cree encontrarse: policía, vecinos, médicos, ambulancias y hasta su madre y su hermana participan del rodaje de una película en la que nadie dice: “¡Corten!”.
Un mes antes, el hermano se había presentado en la casa familiar anunciando la llegada del diablo: “Nos empezó a decir que el demonio le estaba persiguiendo y que no quería hacer nada de lo que le estaba pidiendo; que no nos quería hacer daño y que necesitaba un cura que le exorcizara. Lo primero que pensé fue que había bebido, pero había algo que no cuadraba”. Las paranoias, el comportamiento desorganizado y las voces en su cabeza hacían saltar todas las alarmas del brote psicótico y la necesidad de acudir al hospital. “Si algo no hay que hacer cuando alguien tiene un brote psicótico es decirle que está teniendo un brote. Es como cuando una persona es gilipollas, no se lo puedes decir directamente porque no lo va a aceptar”.
La humorista, fiel defensora del humor negro, cunde con el ejemplo y lo utiliza para abordar asuntos como el suicidio, el duelo o la importancia de la saluda mental. "He encontrado los límites del humor. Los ha traspasado la vida misma", destaca Romero. La obra sigue los pasos de la recuperación tras la tragedia sin un párrafo en el que el lector no dibuje una sonrisa de la que muchos se sentirán culpables. El ya cadáver de su hermano con las extremidades descuajaringadas identificado con Mr. Potato, los paralelismos que encuentra en el final de su hermano con el balconing británico o con el eslogan capitalino “De Madrid al cielo”; o el momento a las puertas del Anatómico Forense, donde una trabajadora entregó a la familia las pertenencias de su hermano en una bolsa de basura. "Vale que mi hermano esté para el contenedor orgánico, ¿pero no había otra bolsa?", pensó Romero.
La culpa por el suicidio, el estado de shock, la frialdad de un tanatorio, sus propios pensamientos suicidas, la necesidad de ir a terapia y hasta de llorar se pasean por la obra. También su amor por la comedia y cómo el proceso por la pérdida de su hermano le sirvió para superar el ataque en redes de aquellos que no saben entender qué supone el humor. En uno de sus primeros videos, la cómica parodió algunos de los estereotipos sobre los andaluces que fue contestado con una riada de insultos y amenazas. Aunque le afectó gravemente, la respuesta fue la apuesta definitiva por la comedia.
Interpretar la comedia como una burla personal es tan reduccionista y básico que me hace gracia
Romero logra crear una atmósfera que fluctúa entre el escalofrío en la espalda, el nudo en la garganta y la carcajada contenida. Decían los Pereza en una de sus primeras y más amargas canciones que reírse era lo más serio, Romero titula así uno de sus capítulos donde reflexiona sobre el uso de la comedia.
“Durante mucho tiempo tuve culpa por hacerlos. Parece que hacer un chiste sobre alguien que se ha muerto es faltarle al respeto. Ahora entiendo que es la forma más bonita de recordarle, porque la risa era nuestro lenguaje preferido, con el que tanto nos hemos comunicado”. “Me han llegado a soltar que me llevaría muy mal con Miguel para bromear sobre el tema. Prácticamente vienen a decirme que me burlo de lo que le pasó. Interpretar la comedia como una burla personal es tan reduccionista y básico que me hace gracia”. “No, me río porque no me queda otra. Y, pensándolo bien, es cierto que me burlo de lo que me pasó a mí. Me he quedado aquí haciendo chistes sola, y ha sido la única manera de no volverme loca”, concluye Romero.
Los humanos somos seres a los que nos reconforta encontrar un motivo para explicar hechos brutales que nos arrancan media alma, pero como sostiene Romero, la mayoría de cosas no lo tienen, o al menos, no está a nuestro alcance. “Aceptar eso es bien jodido. Busqué el sentido de la vida y de lo que había pasado durante tanto tiempo que me di por vencida. Por el libre albedrío, porque la vida es una mierda, porque nada tiene sentido... Puedes escoger tu respuesta favorita. Yo la he ido cambiando con el tiempo, como las estaciones.”
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación