El tiempo que Ian Gibson lleva viviendo en España es mucho mayor al que tiene España viviendo en democracia. Ha de ser por eso que el hispanista habita ese desgarro de quienes experimentan al mismo tiempo la entrega y el desengaño. "Siento por este país lo que por Irlanda, una mezcla de amor y rabia, una mezcla de amor y desesperación, porque ninguna de las dos llega a ser lo que podrían ser", dice Ian Gibson mientras observa los cielos de Lavapiés, barrio en el que vive desde hace años. No sabe uno si al mirar hacia los cristales Gibson hace memoria o si solo vigila las nubes esperando la llegada de los vencejos que tanto le gustan -es un ornitólogo irredento-.
"Siento por este país lo que por Irlanda, una mezcla de amor y rabia, una mezcla de amor y desesperación"
Ian Gibson llegó a España por primera vez en 1957. Desde muy joven investigó, documentó y literalmente desenterró las historias y vidas de los personajes más importantes del siglo XX: Federico García Lorca, de quien ha escrito la más completa e importante biografía. También la de Salvador Dalí, Antonio Machado, Luis Buñuel. Perdió la cabeza el irlandés por los artistas y los poetas de España, pero todavía más por sus cielos, por sus ríos y paisajes –más hermosos cuanto peor es la tragedia que cubren-, por sus ruinas y promesas, por su Cervantes y su milagro. Aquello fue más fuerte que él, por eso, en 1984, se nacionalizó.
Sobre esos 50 años que han transcurrido desde su llegada hasta el día de hoy –una dictadura, un proceso de transición democrática, un ciclo de auge y decadencia- habla el escritor e hispanista en su más reciente libro Aventuras ibéricas. Recorridos, reflexiones e irreverencias (Ediciones B), un volumen que se comporta al mismo tiempo como un libro de viajes, una biografía y el retrato de España no sólo a través de sus impresiones y vivencias, sino también en las de quienes como él se maravillaron visitándola: desde los viajeros del XVIII hasta la mirada de Sancho y Don Quijote, cuya evocación –mientras cruzan La Mancha- es constante en estas páginas. Sobre ese tema y otros todavía pendientes –la Memoria histórica, por ejemplo- habla Ian Gibson en esas páginas y en esta entrevista.
-¡Qué cosas! Es mayor el tiempo que tiene usted viviendo en España que el tiempo que España lleva viviendo en democracia.
-En el libro está presente eso. Aunque en este libro hay varias cosas. Es una invitación al viaje y a la aventura, una palabra que aparece en cada página del Quijote. Hay un balance de lo que he vivido aquí. Una pasión por un país, sus paisajes, sus pájaros, sus ruinas romanas y al mismo tiempo una decepción profunda. Yo siento por España lo que por Irlanda, una mezcla de amor y rabia. La gente dice que es amor odio. No. Si fuera odio no estaría aquí. Es un un amor y una desesperación, porque nunca llegan a ser lo que podrían ser.
"Yo vi la promesa de la transición, aquel magnífico comienzo que tuvo y que fue experimentando los efectos de la corrupción y los tics del franquismo subyacente"
-¿Qué es lo que España no ha llegado a ser? ¿Qué se ha quedado en el camino?
-La transición fallida. La Memoria Histórica. Una Legislación también fallida que no sirve para nada… España tiene más de cien mil fusilados del fascismo , que es una vergüenza. Pero también el reino de Taifas, cada localidad que va hacia lo suyo, sin tener en cuenta al conjunto: Cataluña, el separatismo, el querer irse en lugar de hacer la gran tercera República, que podría ser Ibérica, con Portugal. Todo eso genera esa sensación de discontinuidad que es España y que podría cambiar si hubiese voluntad en sus líderes. Eso es lo que yo he visto: la promesa de la transición, aquel magnífico comienzo que tuvo y que fue experimentando los efectos de la corrupción, el franquismo subyacente, con sus tics franquistas, y una derecha que no reconoce el holocausto, que es la asignatura pendiente número uno sin la cual este país nunca será la gran España que yo quiero.
-En el libro cita a Richard Ford, quien asegura que todo lo que no sea en primera persona y en presente, en España carece de interés.
-Esa frase Richard Ford forma parte de un libro que publica en 1845. Eso él lo observó entonces y todavía persiste. El yo. El sálvese quien pueda
-Sin embargo, hay una contradicción. El español siempre vive hacia afuera, en la calle, en el otro, en el encuentro.
-Richard Ford, que es un hombre formado en el Imperio Británico y que está convencido que forma parte del país más poderoso del mundo, llega a España y queda fascinado al mezclarse con su gente y conocerla, pero él, en su mentalidad, no le permiten entender la conducta de los líderes de España. Le resulta incomprensible y por eso apunta esos rasgos que se mencionan en el libro, uno de ellos la provisionalidad. Él dice que los españoles están desviviéndose… porque en el fondo no tienen futuro, porque alguien siempre va a cambiar las cosas una y otra vez. Entonces viven así, a salto de mata. Siempre ha sido así.
"Ford dice que los españoles están desviviéndose porque en el fondo no tienen futuro, porque alguien siempre va a cambiar las cosas una y otra vez"
-Evoca el Quijote. Citando, creo, a Francisco Rico dice: la gran novela moderna ocurre a través del diálogo entre Sancho y Quijano… ¡en un país donde nadie se escucha cuando habla!
-Cervantes es un gran irónico porque no puede decir todo lo que quiere decir. Vive en una España inquisitorial. Por eso nunca sabes si va en serio o es irónico. En un país que no lee y dialoga muy poco, tener este libro es un verdadero milagro. Ahí está el Quijote y casi nadie lo ha leído. ¿Pero cómo y cuándo lo va a leer? Si el Quijote necesita ese ritmo lento y el silencio, algo que no existe mucho en España. Es imposible ir a un bar a comer y sentarte a leer, la algarabía de la gente, la tele encendida.
-A usted le he escuchado decir que en España los personajes son difíciles de reconstruir. No llevan diarios, hablan. La oralidad se impone.
-Viniendo de donde vengo, Irlanda, se explica mucho de lo que he hecho. Nací en una pequeña isla que tiene una literatura que jamás ha perdido el contacto con la tierra. Tiene ese elemento telúrico, una palabra que usa Lorca y que a mí me encanta. Tellus, la madre tierra y que está en nuestra literatura. Yo vengo de un país muy oral, de poesía. Sabía algo de todo eso antes de llegar a España, por eso estar aquí es como volver a casa. Esa oralidad, esa tendencia a hablar mucho, es algo que conozco. Todo el mundo quiere contar. Cuando intentas hablar, el otro siempre te dice: ‘Escúchame’. Tengo un amiga inglesa que dice que el tiempo de atención de los españoles es corto. Se aburren, porque quieren hablar. Eduardo Inda es el más grande exponente de eso: interrumpe, grita. Y no le he dicho yo, también Juan Cruz –Gibson ríe,con malicia-. Es una necesidad de teatralizar, de decir: aquí estoy yo.
"En un país que no lee y dialoga muy poco, tener el Quijote es un verdadero milagro. Ahí está y casi nadie lo ha leído"
-Aterriza en España en pleno franquismo. La guerra estaba demasiado reciente. Dice en el libro que muchos tenían miedo de contarle cosas.
-Cuando llegue aquí, me di cuenta de que la gente tenía miedo... y con razón. Comencé a investigar en el año 65 y la guerra había terminado en el año 39, el año en que nací. Todo el mundo tenía miedo. Había que ir con muchísimo cuidado con la censura. Yo quería ver el sitio donde mataron a Lorca. ¿Te imaginas lo que era en aquella época llevar a un guiri al lugar donde mataron a Lorca? Pero aquel hombre fue conmigo. Era peligroso para él. No podían fusilarlo, pero sí que podían pegarle una hostia y meterlo en un calabozo. Aunque entonces todavía se mataba.
-¿Qué le ocurre a una sociedad con miedo? ¿Pierde su capacidad de contar... de contarse a sí misma? ¿Arrastra temores?
-En todo ese tiempo que siguió al franquismo, en España quedó ese miedo residual. Lo vivimos la noche de Tejero. El miedo a que todo aquello volviera. Yo recibí amenazas entonces.
-¿Amenazas?
-Yo había escrito los libros sobre Lorca. Sabía mucho de lo que había pasado. A veces daba conferencias, explicaba en algunos medios. Era como el rojo que había llegado de fuera a criticar. De modo que aquella noche yo tuve miedo. Y algo de eso queda residualmente hoy, en la gente mayor.
-¿Cuál de todos sus personajes es el que más le ha enseñado? ¿Con cuál se queda?
-No me queda la más mínima duda: Lorca. Era un genio absoluto. Soy el hombre más afortunado del mundo por haber podido dedicar los años que yo he dedicado a Lorca. Empecé con 21 o 22 años y ahora tengo setenta y muchos, y sé que él es un ser irrepetible, único. Lorca como su Antoñito el Camborio: "Viva moneda que nunca/se volverá a repetir". La obra más importante de mi vida, sin duda, fue la biografía de Lorca.
-El resto... ¿vino solo?
-De él pasé a su generación. A la Residencia de Estudiantes. El encuentro con Dalí, con Luis Buñuel. Pero, párate a pensar. Se encontraron con apenas veinte y pico de años, en un Madrid apabullante de entreguerra, lleno de artistas y creadores. Un lugar fascinante. Cuando terminé el libro de Lorca, me di cuenta de que ya tenía el de Dalí, además, ya había hablado con él. Resultaba obvio: había que seguir. En tres años lo completé. El siguiente, Buñuel, tenía un problema: nadie quería saber nada de él. Me dije: si no puede ser Buñuel por el momento, vamos a dedicarnos a Antonio Machado. Otro de mis grandes poetas, que él admiraba mucho a Lorca. El problema con Machado es que editorialmente no funcionaba fuera, porque no hay una edición inglesa de Machado. Invertir es una biografía como aquella.
"La obra más importante de mi vida, sin duda, fue la biografía de Lorca"
-Lorca tiene muchos reveses, polémicas, nuevas versiones... ¿Cómo se ha sentido en ese proceso? ¿Ha pensado en volver sobre el personaje?
-Con Lorca lo que me he sentido es rechazado por mi propia gente. Cuando hicieron la primera búsqueda, aquella donde no encontraron nada, no lo hicieron bien. No me consultaron. Eso me hizo pensar en lo que decía Churchill: tus enemigos a veces están dentro de tu propio bando, porque quieren quitarte de donde estás. Se basaron en mis textos y en mi entrevista con el enterrador. Pero claro, yo sabía mucho más y no me consultaron.
-¿Por qué el siglo XX español o al menos sus grandes claves se asientan en el trabajo de los hispanistas?
-Ha sido muy difícil hacer esos libros. No había apoyo de nada. La dictadura de Franco lo impidió todo e intentó borrarlo y ocultarlo todo. Hay que pensar una cosa: durante la Segunda República políticamente había elementos caóticos, pero culturalmente el país avanzó mucho durante esos años. Todas las iniciativas progresistas del XIX llegaron en 1931 a su desenlace: la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes, La Barraca, las Misiones Pedagógicas, todo empezó a florecer en el año 1931 como si hubiese estado esperando. Durante los años de la República se crearon más escuelas que en los últimos 50 años. Al existir más cultura, la industria editorial comienza a florecer. Todo empezaba, pero todo se vino abajo. Comenzó a venirse abajo con las elecciones del año 1933, con una coalición de derechas y la izquierda como siempre a la greña y dividida, incapaz de ver lo que iba a pasar. Vino el Frente Popular. Para ese momento, ya todo se ha enconado muchísimo, el comunismo, el fascismo. Europa se va dividiendo. Ya es demasiado tarde para salvar la situación.
-¿Qué opina de este tema del pucherazo de 1936?
-Claro que hubo presiones. El comunismo tenía muy poco arraigo aquí y es posible que hubiese algún amaño. Entiendo que acaba de salir un libro al respecto, pero yo prefiero reservar mi juicio. Aunque no me sorprendería mucho que hubiese una mano que cambiara los resultados.
"El PSOE de Felipe González llegó al poder después de Tejero, ese era el momento de quitar los monumentos fascistas y no lo hicieron. No sabría decir si no lo hicieron por torpeza o por cobardía. Sospecho que fue cobardía"
-¿Por qué la memoria histórica de Zapatero salió tan mal?
-Eso se pudo haber hecho mucho antes. Cuando Felipe González, el PSOE tenía una gran mayoría, prácticamente aplastante, y no lo hizo. No olvidemos que el PSOE estuvo en el poder 14 años. Ya eran años suficientes para abordar el tema y no lo hicieron. No lo hicieron por cobardía, por temor a una reacción. El PSOE de Felipe González llegó al poder después de Tejero, ese era el momento de quitar los monumentos fascistas y no lo hicieron. No sabría decir si no lo hicieron por torpeza o por cobardía. Aunque yo sospecho que fue cobardía. Claro, si se lo dices, lo van a negar, como lo niega Alfonso Guerra. Lo cierto es que fue un gran error. Eso habría que haberlo hecho entonces.
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