El poeta Igor Barreto (1952) trabajó en la dirección de publicaciones de museos adscrita al Ministerio de Cultura de Venezuela. Bajo su gestión editó catálogos importantes. Mejor dicho: necesarios. Por su belleza y contenido. Cuando el Régimen Bolivariano declaró la Revolución Cultural, Igor Barreto comenzó a ver cómo algunas cosas cambiaban. Empezó a recibir cartas. El presupuesto de su dirección se había reducido a la mitad, anunciaba una. Que ya no dispondría de un equipo de trabajo, la otra. Y así hasta la última, en la que se le explicaba que su tarea consistiría ya no en editar libros, sino en redactar cartas de agradecimiento. Sí, eso: cartas de agradecimiento. El editor y poeta hizo algunos modelos tipo que pudiera intercambiar y repetir, para despachar el asunto con rapidez. Giró su escritorio en dirección a la pared y se dedicó a viajar a través de Google Earth. Annapurna, ese libro con nombre de montaña del Himalaya, es el poemario en el que Igor Barreto resume este episodio de su biografía. En sus páginas, el escritor hace lo que el hacha de Kafka: rompe el mar helado que habita dentro de nosotros.
El régimen Bolivariano le envió una carta al poeta. Su función en el ministerio de Cultura ya no sería editar libros, sino escribir cartas de agradecimiento
Dos años después de publicar ese libro, Igor Barreto regresa con El muro de Mandelshtam (Bartleby Editores), un poemario excepcional. No se ha escrito en la literatura venezolana un libro que consiga encajar la dimensión universal del dolor como lo hace este. Sin aparente explicación, en Ojo de Agua, una barriada pobre de Caracas, aparece un día Osip Mandelshtam, el poeta ruso al que Stalin envió a Siberia por haber escrito un poema en su contra, en 1934. Mandelshtam murió cuatro años después, tras padecer juicios, destierros, torturas, enfermedades y hambre. Cuando lo arrojaron a la fosa común del campo de tránsito cercano a Vladivostok, el poeta no era más que un montón de huesos contenidos en la bolsa de su propia piel. Un despojo.
El Régimen Bolivariano, que puso en marcha en el año 2000 la Revolución Cultural –destitución de directores y gestores de forma arbitraria, así como la fusión de colecciones y otros despropósitos-, consiguió horadar y desmoronar la osamenta de las instituciones culturales, al mismo tiempo que demolió las del resto del país. Hizo con los ciudadanos lo que Stalin con Mandelshtam: convertirlos en un desecho. Acaso por eso Igor Barreto trasplanta a Mandelshtam e incluso introduce un tren, el ferrocarril Transiberiano, en Ojo de Agua: un lugar donde reina la pobreza, la violencia, la suciedad y en el que la mirada del poeta consigue recorrer el mundo con los ojos del extraño -los ojos de quien no pertenece, del apartado-. La alegoría política al autoritarismo está servida, claro. Pero en este libro hay mucho más que eso. Hay prosa; verso; epitafios a través de los cuales hablan los muertos. Hay belleza e incluso nieve en una ciudad del Caribe.
Igor Barreto transplanta a Mandelshtam en Caracas. El régimen hizo con los ciudadanos lo que Stalin con el poeta ruso: convertirlos en un desecho.
Nacido en San Fernando de Apure, el corazón del llano venezolano, Igor Barreto es un poeta del paisaje, entendido no como tierra sino como espacio en tensión, como una clave de la representación –además de la carrera de Letras, Barreto estudió Teoría del Arte en Bucarest-. Su obra ha sido traducida al inglés, italiano, francés y alemán. Recientemente, la editorial Pre-Textos publicó en España El campo/ El ascensor (2014), que reúne su obra poética escrita desde 1983 hasta 2013. El muro de Mandelstam (2016), lo más reciente escrito por él, llega a España publicado por Bartleby Editores. Sobre el papel del intelectual, la escritura y la creación habla el poeta en esta entrevista concedida a Vozpópuli.
Mandelshtam, un poeta represaliado por el stalinismo, aparece en una barriada caraqueña. La metáfora es política a todas luces. ¿Por qué él?
Hay tres poetas que encarnan la pureza como valor temático, incluso ideológico, en la contemporaneidad: Paul Celan, César Vallejo y Osip Mandelshtam. Ha podido ser cualquiera de los tres, preferí a Mandelshtam, porque es el más cercano al proyecto anacrónico. Él es un hecho del pasado que nos visita en el presente.
¿Y por qué nos visita en Ojo de Agua? Así, sin explicación. Como una aparición, o un invento.
Los guetos y las favelas son lugares donde se suspenden las normas. Incluso lo verosímil se ve alterado. En la pobreza no hay normas. La pobreza no se sabe decir, siquiera. Es una condición que parte del hecho de no poder enunciarse. Un pobre no sabe porqué es pobre, a veces. Sabe que tiene unas necesidades apremiantes pero, más allá de eso, no existe una definición de la cultura de la pobreza, que es la que hace que alguien, aun teniendo dinero, no quiera mudarse a una zona de clase media.
"Mandelshtam es un excedente sin destino. Hoy los intelectuales somos excedentes sin destino en la sociedad contemporánea"
La pobreza es una forma de violencia. Ojo de Agua es un lugar muy pobre, y muy violento.
La violencia está más ligada al hambre que a la pobreza propiamente. La pobreza tiene un lado virtuoso. Heidegger tiene ese ensayo sobre la pobreza, donde parte de unos versos de Hölderlin que la describe no como necesidad, sino como aquella que augura una riqueza por venir. Existe otra pobreza, la pobreza extrema, que yo identificaría como el salto de lo humano a lo animal. El espacio abierto del que habla Agamben.
La gran clave de este libro se juega ahí. En lo desplazado, lo periférico.
Mandelshtam tiene algo que se parece a la definición de la basura: es un excedente sin destino. Hoy los intelectuales somos excedentes sin destino en la sociedad contemporánea.
¿En la venezolana o en general?
En la sociedad contemporánea. A pesar de que se maquille la situación somos eso: no tenemos un destino para el Estado ni la clase política. Somos fácilmente excluidos. Mandelshtam llega a Ojo de Agua con la fuerza de esa condición. Es una significación del intelectual contemporáneo comparable a la basura.
Eso en las sociedades autoritarias…
Es mucho peor.
¿Este es un poemario producto del escarmiento de las dos décadas de vida en Venezuela?
Por supuesto.
¿Cómo ha cambiado la voz de Igor Barreto en estos 20 años de Régimen Bolivariano?
En mi trabajo hay dos momentos: uno donde me centré en el pasado. El otro, corresponde al momento en que decidí abordar el presente. En 2010, escribí El duelo, que es una suerte de reportaje, un relato de dos caballos asesinados que dejan tirados, sin cabeza, en un rastro de sangre. Eso ocurrió. Unos amigos me lo contaron y fui yo mismo a ver esa mancha de sangre que tenía la forma del mapa de Venezuela… ¿Será posible?, me preguntaba.
"Unos amigos me lo contaron y fui yo mismo a ver esa mancha de sangre que tenía la forma del mapa de Venezuela… ¿Será posible?, me preguntaba"
¿Está hablando metafóricamente?
No, para nada. Esa mancha tenía la forma del mapa de mi país en ese momento. Las protestas en Caracas durante los meses de junio y julio son la demostración de que la clase política es capaz de llevarnos a una masacre. Como estamos en el campo de la alegoría, desciende la imagen del fascismo y la huida de los intelectuales por el puerto de Lisboa. Las utopías suelen ser malignas. Son abstractas. Venezuela vive un momento así, y eso se ve en esa ciudad de utopía con palmeras y cocos. La naturaleza es utópica. Es una suerte de mezcla entre el maoísmo y ciertas reminiscencias del modelo soviético.
En su poemario anterior, Annapurna, un escritor funcionario explora todos los días con el Google Earth la montaña más alta de los Himalayas.
Annapurna es un poemario absolutamente político. Un funcionario, que está en su oficina confinado a la exclusión, toma la decisión de irse al Himalaya con el Google Earth y comienza a explorar el mundo épico, la odisea de los escaladores que suben a Annapurna. Esa es una experiencia personal. Fui director de publicaciones de museos. Llegado el momento, no me permitieron que editara más catálogos, me quitaron todo, los presupuestos y el equipo de trabajo, y me dijeron: si se quiere jubilar tiene que escribir cartas de agradecimiento. Y así fue, hice diez cartas tipo de agradecimiento para despachar rápidamente lo que me pidieran. Le di la vuelta a mi escritorio contra la pared y comenzaron esos viajes.
"No me permitieron editar más catálogos, me quitaron todo, los presupuestos, el equipo.. y me dijeron: si se quiere jubilar tiene que escribir cartas de agradecimiento"
Todo acto vital es político, sin duda. Pero en su escritura gana terreno.
Lo político siempre está presente en la escritura. Es imposible que no lo esté. Andrés Bello escribió sus silvas casi como un gesto de ocupación de una naturaleza que iba a ser tomada por los movimientos libertadores. La literatura es un gesto de ocupación, uno ocupa el espacio con las palabras que nombra. Las hace suyas. Se apropia del mundo. Eso sí, conviene hacer la distinción entre eso y una literatura comprometida al estilo de la intelectualidad marxista. Otra cosa es el tratamiento de lo político desde la perspectiva de lo civil, del excluido. Ese tipo de literatura política es distinta. Mi poesía aborda lo humano frente a la estrategia de ocupación del Estado, de un gobierno. En mis libros se antepone lo humano. Son una reacción ciudadana y civil.
En su libro hay epitafios donde el difunto nos habla. A la manera de la Antología de Spoon River de Edgar Lee, usted apela a la voz de los muertos.
Me interesa la voz de los muertos, porque es la voz de la tradición. Un poeta fue sorprendido con el oído pegado sobre la tierra. Qué haces le preguntaban. Él contestó: estoy escuchando la voz de las madres, de los muertos, de la tradición. La literatura del tiempo nos permite tender un cable con esa tradición. Los muertos hablan y cantan de manera más clara que los vivos. Lo hacen porque tienen a sus espaldas una realidad que suscribe cada cos que dicen La muerte es un hecho definitivo que nace de la organización de unas partes vividas. Tiene un sentido completo. Lo que se dice en la muerte es más verdadero, porque los vivos estamos hechos aun de trozos, estamos incompletos.
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